Por: Jorge Fava
“…nuestro padre juró
defender la bandera de la
Patria
Argentina que cobijó
nuestra cuna, y que al tiempo
de morir nos hizo jurar a nosotros, diciéndonos
que muriésemos
defendiendo la Patria
en
donde reposan sus despojos...”
Simón y Antonino
Coliqueo, 1876.
Ignacio Coliqueo, jefe mapuche de origen
chileno, emigrado a las pampas argentinas en el año 1820, fue uno de los protagonistas
de la guerra entre la Confederación Indígena[1]
y las tropas del ejército argentino, durante la segunda mitad del siglo XIX.
Luego de un largo periplo por distintos sitios de las provincias de Buenos
Aires, La Pampa
y Córdoba, se instaló finalmente con su gente en el paraje conocido como
“Tapera de Díaz” (Los Toldos, partido de General Viamonte, provincia de Buenos Aires) en el
año 1862, con el objeto de iniciar allí una nueva vida.
Los
acuerdos de paz alcanzados con el gobierno del general Bartolomé Mitre en 1861,
le plantearon a Coliqueo una temprana disyuntiva: respetar estos compromisos de
amistad y cooperación con el Estado (aunque su contraparte no siempre los
honrara) o allanarse a las solicitudes de las tribus del Desierto, lideradas
por el cacique Juan Calfucurá (de quien Coliqueo había sido segundo jefe), para
que se reincorporara a la lucha contra los huincas (blancos). Las dos opciones
implicaban grandes riesgos y, quizá, trágicas consecuencias. Sin vacilaciones,
el Cacique se inclinó por mantenerse fiel a sus compromisos con las autoridades
nacionales y, simultáneamente, puso en marcha un proceso de incorporación
paulatina de su Tribu a la nación argentina. Analizaremos aquí brevemente las
consecuencias intraétnicas de esta decisión a través del abordaje de dos casos
paradigmáticos: la sublevación de Justo Coliqueo en 1876 y el Nguillatún de la
“Santa María” en 1900.
Desde
el inicio el cacique Ignacio Coliqueo halló resistencia al interior de la Tribu , a su iniciativa de
acercamiento al huinca bajo la categoría de “indio amigo” (aliado). Si bien
aquella decisión estratégica del lonko (jefe) trajo aparejados algunos
beneficios para su Tribu[2],
también lo comprometió con la política del gobierno argentino de avance de la
línea fronteriza sobre territorio indio, enfrentándolo con sus hermanos de
raza; e incluso, con las guerras civiles rioplatenses que dominaron todo el
período previo a la organización nacional.
El
proceso de asimilación que el Cacique impulsó en su grupo étnico, con profundos
cambios en las pautas de vida tradicionales, motivaron, como dijimos, la
inquietud entre algunos miembros de la
Tribu , incluido su hijo Justo, heredero del cacicazgo. Este
malestar inicial, se transformó finalmente en abierta rebelión cuando en marzo
de 1872, ya fallecido el lonko Ignacio, frente a la invasión de escarmiento del
cacique Calfucurá contra los indios pacificados, algunos capitanejos toldenses y
del cacique Andrés Raninqueo (ex segundo jefe de Ignacio Coliqueo, separado de
este en 1869) desertaron y se reintegraron a las huestes indias del Desierto.
Derrotado en la batalla de San Carlos y rechazado su malón por una
coalición en la que participaron los hermanos Coliqueo junto a las tropas
gubernamentales, Calfucurá juró venganza. Seis meses después, el jefe salinero
invadió Los Toldos y tomó prisionero a Justo, obligándolo a marchar tierra
adentro junto a sus hermanos y el resto de la Tribu. La falta de
respuesta de los comandantes de zona al pedido de ayuda del Cacique Principal Justo
Coliqueo ante el inminente ataque (la que al parecer se hallaba motivada en
ambiciones personales sobre las ricas tierras que ocupaba la comunidad indígena,
cuya desaparición era funcional a estos intereses), como así también su
demorado rescate y la posterior acusación que estos le hicieran de hallarse
complotado con los invasores, resintió aún más la relación entre los huincas y la Tribu. Este y otros
conflictos ulteriores con los jefes de frontera abrió asimismo una brecha en la
jefatura india entre Justo y sus hermanos Simón (segundo jefe y el más fiel
continuador del proceso integrador iniciado por Ignacio) y Antonino.[3]
Finalmente,
en marzo de 1874, y con la complicidad de Simón (llamado el “Huinca”), Justo es
destituido y hecho prisionero por las tropas nacionales, con la excusa de estar
organizando una emigración al Desierto. En su lugar es nombrado lonko Simón,
formalidad que se lleva a cabo sin la intervención del Traun (parlamento indio)
como mandaba la costumbre.[4]
Justo fue liberado cuatro meses después y regresó a la Tribu , pero ya sin mando
sobre esta. No obstante el golpe de mano, las aguas no se aquietaron en la Tapera de Díaz.
2.- La sublevación de Justo
En
1875, el sacerdote italiano Pablo Savino se contactó con los Coliqueo con el
objeto de establecer en la Tribu
una Misión católica y una Escuela Primaria. Reunido el Consejo de Capitanejos a
los efectos de considerar la mencionada solicitud, dos posturas antagónicas
surgieron durante las deliberaciones del parlamento indio: los que se oponían a
la radicación de la Misión ,
liderados por Justo (al parecer mayoritaria), y los que estaban a favor, con
Simón a la cabeza. Finalmente las diferencias fueron zanjadas ante el
compromiso del sacerdote de catequizar solo a aquellos que así lo solicitasen.
No obstante el carácter consensuado del acuerdo alcanzado, poco tiempo después, y
por sugerencia del Padre Savino, Simón prohibió la realización pública de
ceremonias religiosas antiguas. Esta “cabeza de playa” de la civilización
europea al interior de la comunidad indígena implicó una aceleración del
proceso de asimilación al que la
Tribu se hallaba sometida. Pero no habría de serlo sin
consecuencias.
“Con
el correr de los años –dice la socióloga Silvia Calcagno-, se fue configurando
una situación de fricción interétnica, donde la desfavorable correlación de
fuerzas impidió a los mapuche
toldenses organizar una estrategia de resistencia frente al despojo de sus
tierras, la desarticulación de su organización tradicional y la desvalorización
de toda expresión ideológica y cultural propia”.[5]
Esta agudización de los conflictos entre ambas sociedades llevó a un
resurgimiento de los valores étnicos, los que se expresaron a través de
acciones de contraaculturación y revalorización de las formas propias de la cultura
nativa en respuesta a unas condiciones que se percibían como opresivas.[6]
Así, en julio de 1876, el grupo rebelde liderado por Justo, organizó un
Nguillatún (ceremonia religiosa
mapuche), que en aquel entonces se hallaba prohibido, como una forma de regreso
a las raíces indias. En los meses posteriores, y ante la magnitud que cobraron
los acontecimientos, desde el sector “oficialista” de la comunidad toldense se
solicitó la intervención del ejército con el objeto de controlar a los
sublevados. Justo y los suyos abandonaron La Tapera y se sumaron a los caciques Namuncurá y
Pincén, quienes en octubre de ese año invadieron la comarca con el propósito de
expulsar a los blancos de su territorio y obligarlos a regresar a sus
primitivas fronteras.
Es
interesante transcribir aquí parte de las argumentaciones que Justo expone
durante las negociaciones con su hermano Simón -a través de sus respectivos
mensajeros o werken-, con el objeto de fundamentar sus acciones y para
solicitarle se sume él también a la causa rebelde:
“…Hermano y cacique Simón, hijo de cuna
ilustre, noble descendiente de Caupolicán y de sus sucesores, valientes
defensores de nuestras libertades: En tus venas corre la sangre de Lautaro, de
Payné, de Yanquetruz y otros tantos valientes Caciques que han defendido la
tierra. Los ríos, los bosques y los montes de la Araucanía y de nuestra
rica y amada Pampa, que está cubierta de cadáveres de nuestros hermanos que
prefirieron sucumbir como leones en defensa del suelo patrio, antes de inclinar
la frente y sufrir el yugo del bárbaro cristiano que va despojándonos de los
campos que nuestro Dios nos ha legado. Nosotros nunca hemos atravesado los
mares para invadir las tierras de los padres de estos perros cristianos.
Nosotros no los hemos mandado llamar, ni deseamos sus costumbres corrompidas,
sus deslealtades. Ellos nunca cumplen con lo que prometen. Siempre faltan a la
verdad. Si nosotros somos borrachos, ellos nos enseñaron a beber vino y grapa y
a ser jugadores; de ellos hemos aprendido a robar mujeres ajenas, a cautivar
criaturas, a incendiar poblaciones, pueblos enteros. Ellos nos han enseñado a
arrear vacas y yeguas ajenas. Todos nuestros vicios los aprendimos de ellos. Si
matamos a los que cautivamos, es porque ellos nos dieron ese ejemplo, y hasta
hoy son ellos los más crueles y bárbaros. Cuando asaltan una toldería de
indios, no respetan ni a los niños inocentes. Ellos dicen que los invadimos,
pero es al contrario, son ellos los que nos han quitado los únicos campos
buenos que nos quedaban. Nunca guardan fidelidad en sus tratos, esos ladrones
de campos, de mujeres y de hijos…”[7]
El
conflicto finalizó con la derrota y posterior huida de Justo al Desierto[8]
y la ratificación de Simón como Cacique Principal, como así también del proceso
de asimilación de la Tribu
iniciado por su padre.
3.- El Nguillatún de la discordia
Pero
a pesar de los años transcurridos desde su radicación entre los cristianos,
durante los cuales se trató de cambiar –proscripciones mediante- las costumbres
de los mapuche toldenses, las viejas creencias indias se mantenían vivas entre
los miembros de la Tribu ,
esperando, tal vez, el momento o a la persona capaz de sacarlas a la superficie
y darles nueva vida. Así, veinticuatro años después de la sublevación de Justo
en 1876, tiene lugar el caso de la machi (sacerdotisa-curandera) “Santa María”.
Este acontecimiento exhibió una serie de características propias de los movimientos
mesiánicos, los que constituyen una clase especial de milenarismo étnico en el
cual la protesta “adopta esta forma en un momento en que no existe la menor
probabilidad de éxito de otra manera”. Según algunos autores, estos movimientos
“vendrían a responder a una situación de destrucción de los valores de los
miembros de una sociedad dominada”,[9]
revitalizando las creencias autóctonas, pero, en este caso, ya no de una forma
pura, sino en un sincretismo en el que se incorporaban elementos del
cristianismo.[10]
María
Hortensia Roca, la futura “Santa María”, nació en 1865 en Bahía Blanca,
provincia de Buenos Aires, de un cautivo del cacique Calfucurá y una hija de
éste. Bautizada en 1881, llevaba el apellido del entonces presidente de
Argentina, el general Julio A. Roca, bajo la tutela de quien ella se hallaba, y
fue educada en un colegio de Buenos Aires. Se casó en 1887 con un sargento del
ejército, y luego de enviudar se fue a vivir a la Tribu de los Catriel con la “Reina Bibiana”, una curandera-adivina criolla[11]
que abogaba por la unión de los araucanos.[12]
Al parecer allí fue introducida al mundo mágico-religioso de las machi.
Posteriormente recorrió los distintos asentamientos mapuche en la provincia de
Buenos Aires, hasta que recaló en Los Toldos.[13]
Desde
su llegada a la comunidad, se multiplicaron las fiestas y bailes en los cuales
la machi daba sus charlas y consejos, atribuyéndose autoridad divina. Esta
carismática mujer ejercía una gran influencia y fascinación entre los
indígenas, a quienes animaba a volver a las prácticas religiosas nativas.[14]
María Hortensia Roca, 1900. |
La
conmoción que causó la actividad desarrollada por la “Santa María” en la Tribu , hizo que el cacique
Simón Coliqueo mandara suspender esas prácticas revivalistas. No obstante, los
devotos desestimaron las órdenes del Cacique, acusándolo de amigo de los
huincas. Ante tales circunstancias, Simón recurrió -como antes lo había hecho
su padre frente situaciones similares- a las autoridades nacionales, en este
caso al Juez de Paz de Nueve de Julio (localidad cercana a Los Toldos), quién
ordenó la detención de la machi y sus colaboradores. Luego de ser sumariada y
de que se le ordenara abandonar la
Tribu , fue puesta en libertad. Contrariando a la autoridad
judicial, “todos volvieron rumbo a la
Tapera de Díaz, -según nos cuenta el historiador Meinrado
Hux- donde fueron recibidos con muy grandes muestras de afecto. Más de cien
devotos los aguardaban en el camino. Los niños besaron los pies de la ‘Santa’”.[15]
Era finales del mes de agosto de 1900, e iban a celebrar el día de San Ramón,
el último Nguillatún.
De
todos los ranchos llegaban los indios a caballo, ataviados a la usanza mapuche.
“’Papay, mamay…’ gritaban cada tanto y golpeaban las manos elevadas al cielo.
Algunas mujeres levantaban puñados de pasto en alto.”[16]
Frente al boliche La Colorada ,
“la Santa María
los hizo formar en dos filas y pasando de uno en uno, se dejó besar las manos.
La misma reverencia brindaron también al compañero de la machí. Finalmente,
prorrumpieron en gritos desaforados, se tiraron pasto y barro o se mojaron como
niños que juegan al carnaval.
“Luego sacrificaron una yegua; hicieron un hoyo en la tierra para juntar
la sangre del animal, pues con ella la machí ahuyentaba al gualicho, es decir
al espíritu malo. Y al fin, se ocuparon todos en sus respectivos asados”.[17]
Al
tanto de los acontecimientos, Simón se hizo presente en el lugar con un piquete
de oficiales y paisanos y exigió la inmediata disolución de la reunión, a la
que definió como insurrección. Ante la negativa de los celebrantes, ambas
facciones se trabaron en un breve combate con armas de fuego, boleadoras,
cuchillos y hachas. La machi alentaba a los suyos asegurando que ella poseía la
magia para hacer que las balas se volvieran hacia los policías que las
disparaban y que los cuchillos se quebraran. La escaramuza arrojó como
resultado tres insurrectos muertos y varios heridos, entre ellos el Cacique.[18]
Detenidos
parte de los participantes, pronto todos lograron la libertad, entre ellos
María Hortensia Roca, quien, expulsada de la Tribu , falleció en 1943 en un pueblito de la
provincia de Buenos Aires.
4.-
Consideraciones finales
Estos
dos acontecimientos ocurridos en la comunidad indígena de Los Toldos, uno en el
tercer cuarto del siglo XIX y el otro a comienzo del XX, si bien tienen la
reivindicación étnica como hilo conductor; guardan no obstante diferencias
sustanciales entre sí. Siguiendo la interesante lectura que de los hechos y de
los distintos contextos históricos en los que tuvieron lugar realiza la
investigadora Silvia Calcagno, digamos que la insurrección de Justo excede el
plano estrictamente religioso y está dominada por la perspectiva de que era
posible aún torcer el curso de los acontecimientos a favor de los suyos. En
tanto que en el caso del movimiento liderado por la machi “Santa María”, la
derrota de la Campaña
del Desierto en 1879-85 implicó para sus contemporáneos, de alguna manera, una
idea de clausura casi definitiva de las expectativas indígenas respecto a su
futuro como pueblo soberano. Mientras, que la prohibición de la realización de
rogativas, imposibilitó la producción de “respuestas sociales capaces de
contener las inseguridades individuales, ante lo azaroso de la propia
existencia.”[19]
Con
la muerte del cacique Simón en 1902, considerado por los pobladores de la Tribu como el último
Cacique, la comunidad mapuche de Los Toldos continuó, ahora a través de una
cuestionada conducción de su hermano Antonino, por el camino de la asimilación
a la sociedad nacional, lo que debilitó la cohesión comunitaria y profundizó la
pérdida de identidad étnica y memoria histórica en las generaciones posteriores.
No obstante estos esfuerzos por “civilizarse”, la usurpación de tierras
indígenas a través de engaños jurídicos, la discriminación, la marginalidad y
la pobreza continuaron siendo los principales problemas que asolaron a la Tribu.
* Este artículo
fue escrito en marzo de 2015 y se publica aquí por primera vez.
[1]
Creada y liderada por el cacique de Salinas Grandes Juan Calfucurá en 1852,
reunía a las principales tribus de la pampa. Aunque en 1857 sufrió algunas
deserciones, perduró hasta la muerte del Cacique en 1873.
[2] En 1866, el gobierno del general
Mitre le otorgó por ley a la
Tribu de Coliqueo diez mil hectáreas de campo, y luego en
1868, seis mil más.
[3]
Calcagno, Silvia (coord. Isabel Hernández): La Identidad Enmascarada. Los Mapuche de Los Toldos.
Editorial Eudeba. Buenos Aires, 1993. Págs. 61 y 62.
[4]
Ibídem, pág. 62.
[5]
Ibídem, pág. 63.
[6]
Magrassi, Guillermo y otros: Conceptos de Antropología Social. Centro Editor de
América Latina. Buenos Aires, 1980. Pág. 200.
[7]
Urquizo, Electo: Memorias de un Pobre Diablo. En: Hernández, Isabel: Los Indios de Argentina.
Editorial Mapfre. Madrid, 1992. Pág. 221.
[8] Justo
fue asesinado por una partida de indios del cacique Pincén, cuando,
supuestamente, intentaba regresar a Los Toldos.
[9] Magrassi, Guillermo y otros: ob. cit., pág.
199.
[11] La
tradición oral le asignaba condición de mestiza, hija de india y blanco
(Sarramone, Alberto: Catriel y los Indios Pampas de Buenos Aires. Editorial
Biblos. Azul, 1993. Pág.319).
[12] Bibiana García fue conocida en esa comunidad como
Duguthayen que en mapuche significa “Cascada Rumorosa”. “Esta española, que
fuera cautivada y llevada a los toldos desde niña, tuvo la posibilidad de
reintegrarse a su sistema de vida primaria al ser rescatada por una partida
militar, pero ella eligió regresar y seguir siendo india”. En 1880, Bibiana se
convirtió en cacica de la tribu de los catrieleros, a quienes lideró durante 30
años, hasta su muerte en 1910. Minor, Walter: 2011, “Reina y Fundadora. La
última cacique en la tribu de Catriel”. Disponible en línea: http://historiasdolavarria.blogspot. com.ar/2011/03/bibiana-garcia-dughu-thayen.html.
[Fecha de la consulta: 6 de marzo de 2015].
[13] Hux, Meinrado: Coliqueo, el Indio
Amigo de Los Toldos. Edición del autor. Buenos Aires, 1972. Pág. 261.
[14] Ibídem, págs. 261 y 262.
[15] Ibídem, pág. 263.
[16] Ibídem, pág. 263.
[17] Ibídem, pág. 263.
[18] Ibídem, págs. 263 y 264.
[19] Calcagno, Silvia: ob. cit., pág. 66.
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:
FAVA,
Jorge: 2015, “Milenarismo y resistencia étnica entre los mapuche de Los Toldos
(Buenos Aires, Argentina)”. Disponible en línea: <http://www.larevolucionseminal.blogspot.com.ar/2015/04/milenarismo-resistencia-etnica-mapuche.html>. [Fecha de la
consulta: día/
mes/año].
mes/año].