miércoles, 1 de marzo de 2023

Motecuhzoma II y la revolución frustrada del año 1-Caña*

 El secreto mejor guardado de la Conquista de México

  

Por: Jorge Fava

  

“¿Acaso hablamos algo verdadero aquí, Dador de vida?
Sólo soñamos, sólo nos levantamos del sueño.
Sólo es como un sueño…
Nadie habla aquí la verdad…”
Nezahualcóyotl, tlatoani de Tetzcoco,
 “Cantares Mexicanos”.

 


 1.- Introducción

    El presente artículo iba a titularse “¿Quién asesinó a la nobleza tenochca?”, pero creímos necesario, además de identificar al/los culpables del magnicidio, tratar de entender su profundidad y complejidad histórica.[1] Para cumplir con dicho objetivo nos servimos (por supuesto que no solo, aunque sí fundamentalmente) de dos excelentes libros del historiador mexicano Miguel León-Portilla: “Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista[2] e “Imagen del México antiguo”.[3] Durante la lectura de la primera de las obras mencionadas, nos llamó la atención la evocación que las crónicas indígenas hacían a un eventual exterminio de una parte de la nobleza mexica a manos de los propios aztecas durante el curso del asedio a la ciudad de Tenochtitlan por las tropas españolas comandadas por Hernando Cortés en 1521 (año 3-Casa). Creímos reconocer allí, juntando estos acontecimientos con otros de una lectura previa de la segunda obra de León-Portilla mencionada más arriba, un hilo conductor entre el proceso de cambio filosófico-religioso del que el investigador mexicano hablaba en su obra, anterior a la primera llegada de los europeos al Valle de México, y las ulteriores matanzas de miembros de la élite nahua. Proceso que a la postre se radicalizó y se precipitó con el arribo de los conquistadores en 1519 (año 1-Caña), y del que, obviamente, los cronistas españoles no habían dado cuenta en sus escritos, pero que con toda seguridad debió ser muy conocido para los historiadores aztecas contemporáneos. Sólo una recopilación de crónicas indígenas de la época podía ponerlo en evidencia y en ellas nos basamos, aunque sin perder de vista un par de advertencias sobre las mismas. Una, la de fray Bernardino de Sahagún, recogida por León-Portilla, donde éste reconoce que en los testimonios acopiados de sus informantes indios: “se pusieron en él algunas cosas que fueron mal puestas y otras se callaron que fueron mal calladas”.[4] Y la otra, la del etnohistoriador británico Matthew Restall, quien asegura: “No existe ningún relato o versión de la guerra hispano-azteca que pueda ser legítimamente considerado como ‘el relato azteca’”.[5] Prevención que siempre debe tenerse presente cuando se trabaja con este tipo de documentación histórica. Con la caída de la ciudad en manos de los europeos el 13 de agosto de 1521, el registro histórico de aquellos sucesos y los posteriores relativos a la Conquista -al menos de manera oficial- quedó en manos de los escribas españoles, lo que agravó el problema de la autenticidad de la información difundida. El historiador novohispano Fernando Alva Ixtlilxochil señala que “si los cronistas de España no lo han escrito, será porque los que les dieron las relaciones eran los hechores, y por su honra lo habían de callar”.[6] Y con esas fuentes parciales se ha venido trabajando hasta la fecha de la publicación de la mencionada obra de León-Portilla, excepción hecha de aquellos investigadores con acceso a los documentos originales inéditos. Y aunque se podría señalar críticamente que la información contenida en las fuentes etnohistóricas que utilizamos para sostener la teoría que aquí formulamos resulta un tanto exigua y fragmentaria (por decir lo poco); no obstante, creemos que el material disponible es mínimamente suficiente como para explorar su posibilidad de verdad histórica, porque, como el antropólogo norteamericano Clifford Geertz lo advirtió, “no es necesario saberlo todo para comprender algo”.[7]

    En la anterior reescritura del presente artículo pusimos especial interés en la Segunda carta de relación[8] de Hernando Cortés al rey Carlos V, donde relata los sucesos que aquí nos ocupan y en las inferencias que un análisis intertextual con las crónicas indígenas (cuya versión de los hechos priorizamos en el trabajo inaugural) nos proporcionó; esta segunda revisión se cimienta en una nueva relectura de las fuentes primarias disponibles desde una perspectiva más elaborada y depurada de nuestra teoría. De esta manera, detalles que en anteriores lecturas nos pasaron desapercibidos ahora los evaluamos bajo una nueva luz logrando dar respuestas a algunos de los interrogantes que estos textos plantean. Con respecto a esta práctica el profesor Jonathan Culler comenta que Roland Barthes “escribió una vez que quienes no releen” (utilizando alguna estrategia de tipo “sobreinterpretativa”) “se condenan a leer la misma historia en todas partes”, y luego concluye, “Reconocen lo que ya piensan o saben”.[9] Metodológicamente hablando, “Si la interpretación es reconstrucción de la intención del texto” –continúa diciendo el profesor Culler-, la “sobreinterpretación” se interroga “sobre lo que el texto hace y cómo lo hace: cómo se relaciona con otros textos y otras prácticas; qué oculta o reprime, qué avanza o de qué es cómplice”.[10] Por este camino transitaremos.

    Sobre el uso del término revolución en el título y a lo largo del texto, debemos decir –siguiendo al historiador argentino Félix Luna- que estamos conscientes que si bien “abusamos de este término para describir una situación de ruptura”, también debemos dejar sentado en nuestra defensa que abusos de este tipo “hay muchos en el lenguaje político” y –como el investigador antes mencionado- pedimos las correspondientes disculpas a los lectores por ello.[11]

    Por tratarse éste de un trabajo acotado en su extensión y por tal motivo en los temas que pudimos abordar en él, creemos que para una cabal comprensión de la teoría que aquí pretendemos exponer y su contexto historiográfico sería ilustrativa la lectura del excelente libro de Matthew Restall “Cuando Moctezuna conoció a Cortés” (2019). Por desconocimiento de su existencia nosotros lo hicimos luego de haber escrito la primera versión de esta tesis (2020) y nos fue de gran ayuda para elaborar la segunda (2021). Este autor propone allí una nueva historia de la conquista como de alguna manera también lo hacemos nosotros aquí, y aunque tenemos diferencias notables en varios temas específicos, no obstante compartimos, creemos, la necesidad de un “barajar y dar de nuevo” en los términos que la “narrativa tradicional” –como la llama Restall-[12] nos presenta los hechos de la conquista de México-Tenochtitlan.

    Por último, y antes de seguir avanzando en el texto, recomendamos no obviar la lectura de las notas al final del artículo, en ocasiones –como ocurre frecuentemente en este tipo de trabajos- suelen ser tan o más substanciales que el texto principal mismo.

2.- Antecedentes de una revolución filosófica

    Como bien saben los historiadores, la religión ha sido (y en muchos casos aún lo sigue siendo) el principal campo de disputa donde se dirimen las diferencias entre grupos de interés en pugna por el poder, con especial implicancia en los estados teocráticos.[13] Y dichas luchas entre conservadores y reformadores, como es el caso que aquí examinamos, suelen abrir brechas en las élites gobernantes por donde en ocasiones se filtran los revolucionarios, muchas veces miembros de esas mismas élites. De triunfar estos últimos los cambios serán rápidos, violentos y profundos, pero este no fue el caso de Tenochtitlan. Los revolucionarios llegaron tarde a un proceso en franca aceleración histórica por fuerzas ajenas a su voluntad. Imparable en su devenir, el destino de la nación mexica estaba irremediablemente echado.

    Un escenario de conflicto de poder entre miembros de las familias dirigentes anterior a la conquista de la región por los mexicanos se registró entre los chichimecas del señorío de Cuauhtinchan (establecidos sobre la margen derecha del río Atoyac y dependientes de los cholultecas), el que se zanjó “sobre la base de un despotismo militar”.[14] Traemos aquí este ejemplo, el que, sin pretender establecer comparaciones con el caso que nos ocupa, nos resulta interesante mencionarlo por la forma que adoptó su resolución final.

    Pero, ¿cuáles fueron los antecedentes internos de este proceso de cambio abortado prematuramente, cuáles sus propuestas filosóficas y quienes sus protagonistas principales? Para dar respuesta a estos interrogantes habremos de recurrir a citas, tal vez un poco extensas pero necesarias, de los dos libros antes mencionados de Miguel León-Portilla.

    El dios Huitzilopochtli y las sangrientas prácticas de su culto militarista eran el centro del debate. “Los textos indígenas –dice León-Portilla- que hablan de ese esplendor místico-guerrero de los aztecas, dan testimonio de otras formas de pensamiento existentes en la misma época y en cierto modo antagónicas de la actitud guerrera. Fueron algunos príncipes y gobernantes de varias ciudades del mundo náhuatl quienes empezaron a desarrollar estas nuevas maneras de pensamiento”.[15] Estos principios reformistas se basaban en las formas y maneras religiosas toltecas antiguas del culto al dios Quetzalcóatl, símbolo de la sabiduría, y en las enseñanzas de su sacerdote homónimo, héroe cultural del mundo prehispánico, donde una “elevada moralidad, el repudio de los sacrificios humanos y de la guerra”[16] eran la antítesis del culto guerrero mexica; constituyéndose en una meta a alcanzar. “De hecho existen no pocos textos en los que aparece precisamente formulado el pensamiento de quienes se plantearon… (esas cuestiones) en el México antiguo y adoptaron una nueva postura intelectual, que en cierto modo recuerda la actitud filosófica de hombres de otros pueblos y culturas. Pueden recordarse, entre otros, los nombres de varios sabios indígenas que desarrollaron esta forma de pensamiento. Algunos de ellos no eran propiamente aztecas, sino que eran oriundos de otras ciudades-estados, asimismo de filiación náhuatl, que coexistían, más o menos independientes al lado del pueblo del Sol. Pueden mencionarse los nombres de los sabios reyes Nezahualcóyotl y Nezahualpilli de Texcoco, Tecayehuatzin de Huexotzinco, Ayocuan de Tecamachalco. Pero, aún dentro del mismo mundo azteca hubo sacerdotes y sabios que, si se quiere con timidez, trataron de dar también a su pensamiento un sesgo diferente de las doctrinas oficiales”.[17] Todos ellos eran conscientes del abandono en que había caído la antigua doctrina cuando fue suplantada por la “veneración sangrienta y guerrera del numen tutelar de los aztecas, Huitzilopochtli”;[18] y reflexionaron con preocupación acerca de la naturaleza de estas creencias y sus efectos deletéreos sobre las naciones vecinas y el propio pueblo mexica.[19] Así, una “duda tremenda” martirizaba el alma de los reyes sabios y los obligaba a meditar sobre el problema del valor del ser humano frente a la divinidad y sobre su propia incomodidad con la religión oficial.[20]

    Todo este largo proceso de introspección que se prolongó durante los siglos XV y XVI dio finalmente sus frutos. León-Portilla nos dice al respecto: “Al lado de la doctrina místico-guerrera de los aztecas, había hecho su aparición otra forma de actitud espiritualista”, la que lentamente, según este investigador, iba ejerciendo su influencia en el sacerdocio y en el pueblo mismo: “Al parecer algo de esto iba teniendo lugar” confiesa.[21] Pero, como sabemos, no fue suficiente. La élite gobernante de Tenochtitlan a la llegada de los españoles pertenecía al culto místico-guerrero azteca y si bien, a partir de lo afirmado por León-Portilla, es lícito pensar que los reformadores muy probablemente estarían cercanos al poder, aún no lo controlaban (aunque lo detentaran, como luego veremos) en todas las instancias necesarias como para provocar un cambio de época y terminar con las recurrentes luchas de facciones por el “poder y el control de los recursos materiales”.[22] Habría allí muy probablemente nobles, sacerdotes y guerreros afines a estos principios que, imbricados en la estructura de gobierno de la ciudad-estado, esperarían su oportunidad para fogonear los cambios ideológicos que promovían. Estratégicamente esas reformas habían sido pensadas para ser graduales, para ir ganando lentamente el corazón y las mentes de dirigentes y dirigidos hasta quedar definitivamente instauradas, tal como en la primera mitad del siglo XV había hecho Tlacáelel, destacado consejero supremo de Motecuhzoma I, para imponer el culto a Huitzilopochtli y los sacrificios humanos entre el pueblo nahua;[23] pero un acontecimiento extraordinario e inesperado hizo saltar el tablero por los aires. La llegada de los españoles al Valle de México en el año 1519 trastocó el mundo mexica y lo que en un comienzo fue un encuentro pacífico, aunque signado por las suspicacias mutuas e impensadas alianzas,  prontamente viró hacia un abierto enfrentamiento militar por la ocupación/defensa de la ciudad-estado azteca y la posesión de sus riquezas.

3.- Dos ideologías en pugna y una guerra en ciernes

   El tributo en vidas para los sacrificios al dios de la guerra Huitzilopochtli junto a la extorsión económica fueron las principales razones ideológica de la colaboración de los pueblos sometidos o amenazados (tlaxcaltecas, totonacas, chalcas, huexotzincas, texcocanos, cempoalas y otros) con los españoles en el sitio y posterior destrucción de Tenochtitlan. “El imperio se estaba sobre-expandiendo –dice la historiadora española Isabel Bueno Bravo- y su propia necesidad de conquistas materiales (tributos) y espirituales (cautivos) constantes creaban una dialéctica de difícil solución”.[24] Considerados responsables principales del mantenimiento de este culto sangriento, los nobles tenochcas alineados con el statu quo religioso fueron momentáneamente desplazados por los revolucionarios, quienes los acusaban de llevarlos por esta causa (Huitzilopochtli era el dios más poderoso, más temido y odiado por los enemigos de los aztecas[25]) a un posible enfrentamiento con las naciones vecinas coaligadas en su contra. Tanto fue así, que los revolucionarios tenochcas apoyaron y se apoyaron en el poder militar que representaban los conquistadores a través de una asociación ocasional con los mismos, con la intención de instrumentalizarlos (como previamente lo habían hecho los totonacas de Cempoala contra Tizapancingo[26] y luego los tlaxcaltecas en la masacre de Cholula[27]) para centralizar y consolidar su propio poder, eclipsando así el vigoroso protagonismo interno del entramado militar (que incluía no solo al ejército sino también a la que algunos autores han llamado religión de Estado, ambos bastiones de sus enemigos internos alineados con la filosofía místico-guerrera), y desde allí intentar estabilizar a la sobrecalentada Triple Alianza.[28] Motecuhzoma II pretendió servirse de los españoles como fuerza de choque ante la imposibilidad de utilizar al ejército para sus propósitos, ya que esta temeraria estratagema conduciría muy probablemente a una fractura facciosa del mismo y a una desastrosa guerra civil de pronóstico incierto, que alentaría a las ciudades sometidas o rivales a aprovechar la coyuntura para emprender una guerra de liberación o de conquista.

    Ya desde un inicio Motecuhzoma II, “un religioso” en la consideración de Prescott[29] y “un monarca interesado no sólo en la violencia y la muerte, sino también en el placer y la vida” en la de Restall,[30] a lo que Dussel agrega la particularidad de una “austera educación moral en la mejor tradición de los sabios toltecas”,[31] había intuido esa oportunidad, lo que da sentido a la renuencia de éste para actuar en contra de los españoles y que le hizo ganarse entre algunos estudiosos la injusta fama de pusilánime.[32] Sospechamos que fue a través de los recurrentes intercambios de embajadores previos a la llegada de la fuerza expedicionaria a Tenochtitlan –los que se produjeron “muy muchas veces”, según el cronista y “testigo de vista” fray Francisco de Aguilar-[33] donde se exploró la posibilidad de una concurrencia de intereses, y que luego, en el encuentro entre Motecuhzoma y Cortés (dos consumados conspiradores) fue donde se negociaron las condiciones a las que se comprometía cada una de las partes. Para quienes hallen inverosímil un acuerdo entre Motecuhzoma y el jefe español, téngase presente que este último ya había concretado uno con los tlaxcaltecas y que el soberano mexica estaba informado de ello, ya que embajadores suyos estaban con los españoles cuando éstos lo llevan a cabo, según lo cuenta el propio Cortés en su Segunda carta de relación.[34] Esta circunstancia explicaría la firme determinación que exhibía Cortes de llegar a la ciudad tenochca, aún en una situación desde el punto de vista militar muy poco apropiada para la seguridad de su ejército y de él mismo, y su condición de “intocable” durante la mayor parte de su estadía en Tenochtitlan. “Muchos rehusaban esta entrada –dice Fernando de Alva Ixtlilxochitl- porque les parecía temeridad, más que esfuerzo, ir quinientos hombres entre millones de enemigos, siendo todos los más contrarios a la opinión de Cortés”.[35] Todo este inocultable movimiento diplomático fue presentado por los cronistas españoles, producto muy probablemente de su ignorancia de los detalles sobre el mismo, como resultado de los permanentes intentos del monarca azteca, los que no excluyeron el envío de costosos presentes, para conseguir que los conquistadores desistieran de su propósito de llegar hasta la metrópoli. En lo tocante a los regalos que Motecuhzoma hizo llegar a Cortés a través de sus embajadores durante su acercamiento a Tenochtitlan, muy probablemente éstos respondieran a la “tradición que existía en México de ofrecer regalos diplomáticos”.[36] Por su parte, el cronista Bernal Díaz del Castillo asegura que Motecuhzoma “jamás, a lo que habíamos visto, envió mensaje sin presentes de oro, y lo tenía como afrenta enviar mensajes si no enviaba con ellos dádivas”.[37] Aunque algunos historiadores expresan sus dudas sobre el propósito de estos obsequios (atraerlos o alejarlos de Tenochtitlan), los españoles, destinatarios de los mismos, no parecían abrigar incertidumbre alguna al respecto. Nuevamente Bernal Díaz lo expresa con meridiana claridad: “nos cebaba con oro y presentes para que fuésemos a sus tierras”.[38] Y porqué no dar un paso más y suponer –no vemos la razón para no hacerlo- que el emperador, sabedor de la avidez de los visitantes por el oro y las piedras preciosas, actuaba de este modo con el objeto de atraerlos a su ciudad interesado en sumarlos a su plan político en gestación.[39] Luego el extremeño con un simple juego de inversión de los acontecimientos transformó la atracción en expulsión, versión que fue repetida por los demás cronistas de la época.[40]

    ¿Y qué impulsó a Motecuhzoma a concebir como imaginable una posible coalición con los recién llegados? Especulamos que tal vez el tlatoani basó su apreciación en algunas actitudes de Cortés que parecían estar dirigidas a buscar un entendimiento entre ambos. Ejemplo de lo dicho lo constituye la liberación de sus calpixques (recaudadores) retenidos por los totonacas a instancias de Cortés y que posteriormente, a espaldas de los indígenas, fueron puestos en libertad por orden del propio capitán español. Previo a su liberación Cortés se entrevistó en secreto con los recaudadores aztecas y luego de asegurarles su inocencia respecto del mal trato recibido, les trasmitió un mensaje para Motecuhzoma. Bernal lo cuenta así: Cortés respondió que él no sabía nada (de su detención) y que le pesa dello; y les mandó dar de comer y les dijo palabras de muchos halagos, y que se fuesen luego a decir a su señor Moctezuma cómo éramos todos sus grandes amigos y servidores”.[41] Poniendo así en marcha un maquiavélico doble juego, sello distintivo de su accionar político en tierras mesoamericanas, que hasta ese entonces el soberano mexica ignoraba. Escribe López de Gómara con respecto a esta reiterada táctica cortesiana: “bien podía Cortés tener estos tratos entre gente que no entendía por do iba el hilo de la trama”.[42]

    Por su parte, Ixtlilxochitl comenta que como resultado de estas indagaciones mutuas “holgó infinito Cortés saber las alteraciones y bandos que había entre estos señores”.[43] ¿Se refiere a “bandos” entre los señores de las distintas naciones indias del Valle de México o, a “bandos” dentro de la propia estructura de poder de México-Tenochtitlan? El historiador cree lo primero, nosotros sospechamos que no se debe descartar lo segundo. Es poco probable que Cortés se “holgara infinito” por una información que a esas alturas ya debía conocer (por ejemplo a través de Pedro de Alvarado, quién había sido miembro de la expedición de Grijalva en 1518 y conocía de estas disensiones por los totonacas[44]) no así si se tratara, como suponemos, de secretas contradicciones internas del poder tenochca.[45] Aunque sólo lo exponemos como una posibilidad, debemos, no obstante, mencionar la división existente en el Consejo de Guerra de Motecuhzoma II a propósito de la estrategia a implementar ante la llegada de Cortés a Tenochtitlan[46] o las preexistentes tensiones entre las diferentes cabeceras de la Alianza, sus disputas domésticas y los conflictivos alineamientos con los poderosos liderazgos y facciones políticas de la capital, las que luego habrían de manifestarse violentamente.[47] ¿Sería ésta la verdadera causa de la alegría de Cortés?

Motecuhzoma II (Xocoyotzin). Códice Mendoza, 1540.

    Finalmente, la prisión acordada de Motecuhzoma y sus complotados marcó la puesta en marcha del autogolpe palaciego con el que los reformadores, ahora revolucionarios por obra de las circunstancias, buscaron –como se dijo- despojar a los ortodoxos de sus cuotas de poder valiéndose para ello de la mano de obra europea. El propósito de esta arriesgada movida consistía en justificar e impulsar los cambios previamente convenidos que los ibéricos impondrían y que el tlatoani aceptaría dada su especial situación de “cautiverio”. Condición que, tal vez, sería más correcto imaginarse, según lo requería y presentaba el relato reformista, como una especie de intervención al poder tenochca sujeta a la puesta en práctica de las ideas de la nueva doctrina. Este era un argumento útil también a Cortés, ya que obraba como justificación o cobertura ante las autoridades españolas a las que pudiera parecerles sospechosa la “colaboración” que el soberano azteca ofrecía a los expedicionarios españoles, la que quedaba así disfrazada de extorsión. Nótese que también aquí, como en el ya mencionado caso de los tlaxcaltecas en Cholula, se maniobra para ocultar a los verdaderos autores de la estrategia y sus intereses últimos (véase nota 27), aunque en esta oportunidad los destinatarios de la manipulación no serían los españoles sino la élite azteca, o al menos una buena parte de ella. Esta mise en scène tenía otra finalidad no menos importante que consistía en brindar protección al grupo dirigente reunido bajo la custodia de los expedicionarios. Al propio tiempo, y a espaldas de sus socios circunstanciales, se llevó a cabo una segunda operación la que consistió en iniciar un cambio de rumbo político que coadyuvara a socavar el apoyo que las naciones nativas vecinas brindaban a los extranjeros o el que podrían ofrecer en el futuro. Única circunstancia que podía conducirlos a  una inevitable y definitiva derrota frente a un invasor que, librado a sus propias fuerzas, no encarnaba una amenaza seria para el ejército mexica (en vista de lo que ocurrió con posterioridad, muchas veces se supone, erróneamente a nuestro entender, que los aztecas percibían a los castellanos como una fuerza militar superior[48]). Con este objetivo en mente, Motecuhzoma intentó en 1519 una alianza con sus enemigos tarascos-purépechas de Michoacán contra los invasores españoles, la que fue aceptada por éstos en primera instancia pero luego desconocida. En 1520 Motecuhzoma envió una segunda embajada a los tarascos con el mismo propósito la cual es rotundamente rechaza. Posteriormente se produce un tercer intento por parte de los mexicas con los mismos resultados.[49]

    Completada esta primera etapa del plan y obtenido así el control total del aparato político-administrativo del Estado (ya desde sus primeros años de gobierno, Motecuhzoma había iniciado un proceso de colonización del poder –aún inconcluso a la llegada de los españoles- a través del reemplazo de capitanes, principales y señores de la Excan Tlahtoloyan, algunos de ellos antiguos funcionarios, por fieles allegados suyos[50]) el siguiente paso era reformularlo creando un nuevo orden autocrático en el que, ciertamente, no tenían cabida los españoles. Siglos después, más precisamente en 1929, esta elaborada estrategia será denominada por un capitán inglés como la “estrategia de la aproximación indirecta”, cuyo principio reza que “el camino más largo y desviado, pero que envuelve, es el que conduce más rápidamente al objetivo”.[51] Aprendida la lección en la llamada “Noche Triste” (o “Noche de la Victoria”, según la trinchera desde la cual se mire), la mayor derrota de los ibéricos en tierra mexica, y siguiendo los sabios consejos militares que le diera el tlaxcalteca Xicotencatl luego de la catastrófica huida,[52] será aplicada por Cortés en la conquista de Tenochtitlan, cuando, antes del asalto final a su principal objetivo, se asegura previamente el dominio de las ciudades que la rodean.

    Y cual pudo ser el contexto en el que se pensó el mencionado plan y que condujo al monarca azteca a buscar una ocasional alianza con los españoles. De acuerdo a la opinión de algunos estudiosos, el imperio azteca parecía hallarse en un proceso de transición de un formato político-económico que tenía a la guerra como centro vertebrador, hacia otro de tipo productivo. Según sostiene el antropólogo norteamericano Marvin Harris, “el desarrollo del Estado conllevó, por lo general, una reducción o eliminación de los sacrificios humanos, una sustitución de las víctimas humanas por animales y un abandono de las prácticas antropofágicas con prisioneros de guerra. Esta tendencia se insertó, conforme a nuestra interpretación, en la propensión general de los estados expansionistas victoriosos a adoptar religiones ecuménicas. Dichas religiones… realzaban la capacidad del Estado para integrar a las poblaciones derrotadas, en calidad de campesinos, siervos o esclavos, en la economía política de los vencedores”.[53] Por su parte, para el investigador Frederic Hicks: “Parece probable que estemos frente a una sociedad en transición, que evolucionaba, por lo menos en la cuenca de México, hacia la nación-Estado. En vez de haber una serie de sociedades autónomas, en las cuales los campesinos, por medio de la estructura de los calpulli, obedecían a sus propios señores naturales, si la transformación hubiese alcanzado su punto final, hubiese existido una serie de sociedades más fuertemente integradas a nivel político en las que los campesinos obedecerían, ya no a sus señores naturales, sino a un solo huey tlatoani, como dependientes o mayeques de los nobles instalados por él en tierras conquistadas y expropiadas”.[54] Situación que hubiera retrasado la conquista de México (si es que consideramos a ésta como inevitable) por varios años dada la imposibilidad de los españoles de constituir alianzas relevantes.

    ¿Se hallaba en verdad el Estado mexica liderado por Motecuhzoma II inserto en un proceso de cambio similar al descripto por los autores arriba mencionados? De ser así, la oposición manifiesta de los españoles a los sacrificios humanos pudo constituir el vínculo ideológico a partir del cual el núcleo del tlatoani pudo imaginar una posible alianza entre su política reformadora y la buscada colaboración (no desinteresada por cierto) de los extranjeros en su puesta en marcha. La justificación a la intromisión de los recién llegados en la política interna de la Excan Tlahtoloyan la hallaron en la construcción de un relato en el que los españoles encarnaban el mito del regreso de Quetzalcóatl (una serie de coincidencias coadyuvaron al proceso de identificación[55]), un dios filosóficamente afín a los revolucionarios, quedando de esta manera establecida una mínima pero suficiente relación de correspondencia doctrinaria, desprovista para la ocasión de connotaciones divinas, entre ambos actores.[56] Incluso los dos collares que Moctezuma le obsequió a Cortés a la llegada de éste a la ciudad de Tenochtitlan, según lo cuenta el propio capitán general, estaban hechos de huesos de caracoles colorados y constaban de una serie de camarones de oro que –según el historiador Mario Hernández Sánchez-Barba- “Parece ser que eran insignias correspondientes al dios Quetzalcoatl”.[57] Gesto simbólico que, creemos, buscaba reafirmar –una vez más- la filiación del recién llegado con el mencionado dios, tal como la dirección revolucionaria lo pretendía. El filósofo e historiador búlgaro Tzvetan Todorov, por su parte, reconoce que “sin que podamos estar seguros de que Cortés es el único responsable de la identificación entre Quetzalcóatl y los españoles… su operación es redituable en todos los niveles: Cortés puede así hacer gala de una legitimidad frente a los indios”.[58] De modo que la muy difundida versión de que los extranjeros fueron tomados por enviados de aquel sacerdote-dios por error no habría sido tal, sino que fue producto –como antes se dijo- de la utilización oportunista de un antiguo mito mesoamericano con fines políticos, la que se desvaneció con la caída de la revolución. Narrativa que posteriormente Cortés hábilmente transmutó en una inverosímil declaración del monarca azteca en la que supuestamente reconocía la condición de extranjeros de los mexicas y aceptaba la existencia de un “derecho anterior al trono de México” por parte de los reyes Católicos, a los que sindicaba como descendientes del mencionado héroe-dios emigrado al Este, y el ejercicio del mismo a través de su enviado (o sea él mismo); y a la que el historiador español Mario Hernández Sánchez-Barba catalogó con justa razón de “ficción literaria”.[59] “Esas cartas –afirma Todorov-, dirigidas al emperador Carlos V, no tienen un valor documental simple:… la palabra para Cortés, más que ser reflejo fiel del mundo, es un medio para manipular al otro, y tiene tantas metas que alcanzar en sus relaciones con el emperador que la objetividad no es la primera de sus preocupaciones”.[60] Esta novela cortesiana tenía el propósito de, sin revelar la voluntaria y rentada colaboración del capitán general con el emperador azteca, ofrecer una buena razón de cómo una minúscula fuerza expedicionaria (artificiosamente engrosada con inexistentes tropas tlaxcaltecas) logró ingresar pacíficamente en la capital de un agresivo imperio guerrero y de la increíble impunidad de la que gozó durante los sucesos previos a la llamada Noche Triste, a pesar de su comportamiento prepotente. Fábula que luego habría de difundirse ampliamente de la mano de los cronistas españoles con el objetivo de servir a los intereses de la Conquista y su justificación histórica.

    Probablemente los cambios que los conjurados mexicas intentaron poner en marcha en esta particular ocasión los tenían proyectados realizar desde una época anterior a la llegada de los conquistadores. Así parece entenderlo H. Thomas cuando afirma: “Existen indicios que Moctezuma II se interesaba por su leyenda (la de Quetzalcóatl), tal vez porque, aún antes de 1519, pensaba ocasionalmente que los mexicas se habían equivocado al entregar su destino a Huitzilopochtli”.[61] Pero, como suele ocurrir cuando se emprenden este tipo de tareas, “el tiempo de la dialéctica no siempre coincide con la urgencia de nuestros sueños”,[62] y en el mientras tanto la Historia les jugó una mala pasada -de la que se creyeron equivocadamente con posibilidades de sacar provecho- creando unos acontecimientos que no pudieron controlar.

    El desafío al sector conservador comienza con un ataque a la religión oficial a través del cuestionamiento por parte de los castellanos (brazo armado de esta revolución) de los sacrificios humanos,[63] el derribamiento de los ídolos tradicionales aztecas y la sustitución de éstos por símbolos cristianos, y la realización de algunos crueles hechos de justicia sumaria[64] y exhibición del poder de fuego de sus armas a la vista de todos con el objeto de aterrorizar a la población y provocar realineamientos. Sobre la solicitud de suministros por los europeos para la consecución de estas tareas, Sahagún nos dice: “Mocthecuzoma ponía mucha diligencia en que trajesen todas las cosas necesarias”.[65]  Paralelamente, los operadores del tlatoani trataban de sumar voluntades dentro de la élite gobernante buscando lograr la masa crítica necesaria para impulsar los cambios que se proponían. Mientras el plan parecía progresar amparado en la sorpresa y audacia del mismo, los españoles no descuidaban sus negocios y visitaban las ciudades vecinas recolectando todo el oro posible. Es interesante el episodio en el cual Cortés, previo a su salida hacia Texcoco, manda ahorcar a un mensajero que Motecuhzoma le envía a sus acompañantes indios porque sospecha que es portador de una comunicación que encubre un “trato doble”.[66] Aunque se ignora el verdadero contenido del mensaje, al menos podemos colegir a través de este incidente que entre ambos protagonistas había un “trato” y que al mismo tiempo el soberano mexica parece no honrarlo adecuadamente llevando adelante un doble juego.

    Así transcurren los primeros meses de este período revolucionario, el que se prolongará unos 224 días aproximadamente.[67] En él tendrán lugar otros eventos importantes que por el contexto excepcional en el que se producen, según aquí lo describimos, se cargan de nuevo sentido. Ejemplo de ello es la reunión realizada a pedido de Motecuhzoma con “todos los grandes y señores del imperio”,[68] supuestamente, según el historiador de la cita, con el propósito de jurar obediencia al rey de España e iniciar las conversiones al cristianismo y que contó con la intimidante presencia de los españoles. ¿Fue éste en realidad el motivo de la junta, o se trató de una calibración de fuerzas del proceso en marcha? El propio Cortés cuenta en su segunda carta lo que en esta reunión habría ocurrido y cual habría sido el tenor del discurso de Motecuhzoma. Salvando la manipulación que de lo dicho por el tlatoani el capitán español pudo hacer a posteriori en beneficio de su propia causa, creemos ver en este alegato el argumento a través del cual la dirección revolucionaria pensaba lograr la aceptación de su programa. Según la lectura alternativa que aquí proponemos, Motecuhzoma le habría comunicado a los señores principales básicamente lo siguiente: “tengo por acierto y así lo debéis vosotros tener, que aqueste es el señor que esperábamos” (se refiere a Cortés, enviado de Quetzalcóatl, según la versión instalada por los propios revolucionarios), y ya que “nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados” (es decir, ignoraron a “La Serpiente Emplumada” y perseveraron en la adoración al dios equivocado: Huitzilopochtli-Tezcatlipoca), “hagámoslo nosotros” (aceptando el programa reformista inspirado en él) “y demos gracias a nuestros dioses porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban” (y así poder enmendar el error de nuestros progenitores).[69] “La idea de una identidad entre Cortés y Quetzalcóatl –comenta Todorov- existió efectivamente en los años inmediatamente posteriores a la conquista, como lo muestra también el súbito renacer de la producción de objetos de culto relacionados con Quetzalcóatl. Pero hay un hiato evidente entre esos dos estados del mito: el antiguo, en el que Quetzalcóatl tiene un papel secundario, y donde su retorno es incierto; y el nuevo, en el que Quetzalcóatl domina y se asegura con absoluta certeza que va a regresar. Seguramente hay una fuerza que debe haber intervenido para apresurar esta transformación del mito”.[70] En cuanto a la identidad de esa fuerza impulsora el autor menciona a “Cortés”, pero nosotros ahora sabemos que el español sólo era el mascarón de proa de un movimiento que lo transcendía absolutamente y cuyo líder era Motecuhzoma II, la auténtica potencia transformadora.

    En vista de lo hasta aquí revisado sobre la narración que las principales crónicas hispánicas hacen del fundamental y estructurador acontecimiento del primer contacto entre Cortés y Motecuhzoma, su carácter ficcional y sus consecuencias derivadas (el supuesto reconocimiento –como arriba se dijo- del emperador azteca a un “derecho anterior al reino de México” por parte de los recién llegados, la condición de extranjero del pueblo mexica y su posterior rendición del trono), ya no hay posibilidad de continuar luego con una lectura literal de dichos textos. Los mismos deben ser necesariamente revisados, reinterpretados y deconstruídos sus episodios bajo un enfoque crítico (lo que por supuesto no significa que todo lo ahí dicho se halle viciado de falsedad) con el objeto de mantener la coherencia que, aún con vacíos argumentales, toda teoría exige. Respecto a la forma correcta de abordar estos documentos, T. Todorov es coincidente con lo antes dicho al escribir: “El único remedio es no leer estos textos como enunciados transparentes, sino tratar de tener en cuenta al mismo tiempo el acto y las circunstancias de su enunciación”. Y seguidamente formula una interesante reflexión sobre la especial relación existente entre emisor y receptor en la narrativa de la conquista: “un hecho pudo no haber ocurrido, contrariamente a lo que afirma un cronista determinado. Pero el que éste haya podido afirmarlo, que haya podido contar con que sería aceptado por el público contemporáneo, es algo por lo menos tan revelador como la simple ocurrencia de un acontecimiento… La recepción de los enunciados es más reveladora, para la historia de las ideologías, que su producción, y cuando un autor se equivoca o miente, su texto no es menos significativo que cuando dice la verdad; lo importante es que la recepción del texto sea posible para los contemporáneos, o que así lo haya creído su productor”.[71] Una perspectiva similar hemos aplicado a la explicación de cómo suponemos que ambas ideologías enfrentadas, reformista y conservadora, debieron ser recibidas –o se pretendió que así lo fueran- por el pueblo mexica durante el período al que hemos denominado revolucionario y de cómo deberían ser consideradas por los investigadores (véase nota 16).

    El siguiente hito trascendente de esta historia lo encontramos en mayo de 1520, donde los acontecimientos se precipitan.

4.- Los complots de Tóxcatl (Mayo)

    Pero antes adelantémonos un poco en el tiempo y revisemos los asesinatos ocurridos en 1521 y veamos lo que de ellos podemos inferir. Ya prácticamente derrotada la revolución y expulsados de la ciudad los españoles, los últimos bolsones de resistencia son eliminados sistemáticamente. Las relaciones indígenas lo relatan de la siguiente manera: cuando de regreso el español “se fue a situar a Tetzcoco fue cuando comenzaron a matarse unos con otros los de Tenochtitlan.

    “En el año 3-Casa mataron a sus príncipes el Cihuacóatl Tzihuacpopocatzin y a Cicpatzin Tecuecuenotzin. Mataron también a los hijos de Motecuhzoma, Axayaca y Xoxopehuáloc.

    “Esto más: se pusieron a pleitear unos con otros y se mataron unos a otros. Ésta es la razón por la que fueron muertos estos principales: movían, trataban de convencer al pueblo para que se juntara maíz blanco, gallinas; huevos, para que dieran tributo a aquéllos [a los españoles]”.[72] Posiblemente se trate de los últimos golpistas de noviembre de 1519 que intentan reconstruir la alianza revolucionaria, pero ya bajo control absoluto español.

    Y continúa la relación: “Fueron sacerdotes, capitanes, hermanos mayores los que hicieron estas muertes. Pero los principales jefes se enojaron porque habían sido muertos aquellos principales.

    “Dijeron los asesinos:

    “-¿Es que nosotros hemos venido a hacer matanzas? Últimamente, hace sesenta días que hubo muertos a nuestro lado… ¡Con nosotros se puso en obra la fiesta del Tóxcatl!... [La matanza del Templo Mayor]”.[73]

    Pareciera que  con estas palabras los verdugos intentan justificar su violencia pretextando una violencia previa sufrida en carne propia. No es tiempo para tibiezas, la propia existencia está en juego y no se habrán de quedar de brazos cruzados contemplando el Apocalipsis que el peligroso oportunismo de algunos líderes reformadores ha hecho posible. Pero hay algo más en estas frases: ¿a qué se refieren cuando hablan de “muertos a nuestro lado”? ¿Quiénes son los “nosotros” de la fiesta de Tóxcatl? Hay que tener en cuenta que la recriminación va dirigida de los homicidas a un grupo de principales aztecas que les reprochan a su vez la matanza de otros aztecas. Claramente se trata de un conflicto intraétnico que pone en evidencia la existencia de los dos grupos de los que ya hemos hecho mención, y que para nosotros son: los ortodoxos (defensores de la filosofía místico-guerrera) y los reformadores-revolucionarios (partidarios de la filosofía espiritualista); categorías que más allá del calado de la autoidentificación de los actores con ellas nos resultarán útiles para ubicar a las facciones en pugna. Hugh Thomas reconoce la existencia de esta división en el seno del imperio mexica cuando señala que luego de la expulsión de los españoles “se formaron dos facciones en Tenochtitlan (en realidad eran preexistentes a estos acontecimientos, pero a partir de ellos se profundizaron sus contradicciones). Una quería castigar duramente a los amigos de los castellanos, a cualquiera que hubiese tenido algo que ver con ellos durante su larga estancia en la ciudad. La otra se componía de supervivientes de los antiguos consejeros de Moctezuma… Se ha dicho que varios amigos y parientes de Moctezuma, incluyendo algunos de sus hijos, fueron muertos”.[74] Conjeturamos, y desde allí iniciamos nuestro análisis, que dicha división ideológica tuvo existencia real y que jugó un papel dialéctico importante en toda esta historia, aunque más no fuera como relato para justificar la puesta en escena de otros intereses más terrenales, o en ocasiones como explicación ex post facto de los mismos. El filósofo Enrique Dussel es coincidente al decir: “Opinamos que entre los aztecas en el siglo XV había una gran tensión entre lo que pudiéramos llamar el ‘mito sacrificial’ de Tlacaelel…, de dominación y militarista, y la ‘protofilosofía’ de los tlamantinime”.[75]

    De ser esto así, debemos concluir que el nunca bien comprendido episodio de mayo de 1520 denominado “la matanza del Templo Mayor” posiblemente fue una acción destinada a desarticular una confabulación de los contrarrevolucionarios ortodoxos, eliminando a los que debieron ser sus representantes más conspicuos (o al menos a una parte de ellos, todos guerreros, capitanes, sacerdotes y principales), o más simplemente disciplinarlos por su falta de apoyo a la revolución, y que los españoles decidieron llevarla a cabo por propia mano.[76] Tres son los motivos que encontramos para que los ibéricos resolvieran actuar así: uno, porque probablemente a eso se habían comprometido en la negociación de noviembre del año anterior;[77] dos, porque  de prosperar el complot ponía en peligro la continuidad del grupo armado en la metrópoli y consecuentemente su empresa de “rescate” de las riquezas de la misma (no decimos saqueo –aún- porque, tal vez, esta era la forma de pago acordada en su calidad de fuerza mercenaria.[78] No es una situación impensable, ya que por el momento la ciudad se les presentaba inconquistable. Y además hace más comprensible la orden dada por Motecuhzoma de entregarles importantes cantidades de oro, según cuentan algunos historiadores,[79] a las que Cortés se refiere como “cierta medida”, lo que implica, entendemos, un acuerdo previo sobre el monto a percibir por los expedicionarios[80]). Respecto al modus operandi inicial de los españoles en tierras americanas, H. Thomas señala que el extremeño llegó incluso a proponerle al tlatoani conquistar juntos “otras tierras extendiendo el imperio más allá del mexicano”. Ofrecimiento que este historiador lo plantea como una compensación (“consolar” es la expresión que utiliza) por la sumisión a la que lo había sometido.[81] Pero si, como aquí planteamos, dicho sometimiento del soberano no era tal, la sugerencia de Cortés queda desnuda en su auténtico propósito: un simple negocio de soldado de fortuna, intentando ampliar su “porfolio” como fuerza mercenaria al servicio de la Casa real azteca. Y tres, porque de esta forma encubrían ante el pueblo la anuencia de los golpistas con la masacre. (Un segundo y elocuente ocultamiento es el que protagoniza el propio Cortés evitando toda referencia a dicho episodio en su segunda Carta de Relación al rey Carlos V, proceder que lo adjudicamos al evidente carácter ilegal de este acuerdo para las autoridades españolas. Encubrimiento en el cual persiste aún en su tercera carta-relación de mayo de 1522, cuando afirma que: “sin causa ninguna todos los naturales de Culúa, que son los de la gran ciudad de Temixtitan (Tenochtitlan) y los de todas las otras provincias a ella sujetas, no solamente se habían rebelado contra vuestra majestad, mas aún nos habían muerto muchos hombres deudos y amigos nuestros, y nos habían echado fuera de toda su tierra”.[82]) No olvidemos que para ese entonces Motecuhzoma II ya era “prisionero” de los extranjeros (una situación que suponemos simulada y de común acuerdo, y para consumo exclusivo de la élite, como era lógico esperar en una sociedad profundamente estratificada y jerárquica) y que de su condición nada sabía el pueblo, porque se trataba de una información que no debía transcender los muros del palacio para evitar, como luego ocurrió por obra de los ortodoxos, una reacción popular no deseada que pusiera en peligro la conspiración y a sus protagonistas. Cortés relata que el traslado del tlatoani al palacio donde ellos estaban asentados (palacio de Axayácatl) se hizo en silencio y sin alboroto por pedido de Motecuhzoma.[83] Por otra parte, es pertinente señalar que la libertad de movimiento de la que gozó el soberano durante su período de “cautividad” pone en evidencia quien tenía el verdadero control de la situación.[84] De manera que en tal contexto con una situación político-militar aún sumamente volátil debilitar a Motecuhzoma II implicaba debilitar a los españoles mismos, algo que no estaban dispuestos a tolerar.

    Rememoremos el incidente a través de la crónica del Códice Ramírez: “Estando los pobres muy descuidados, desarmados y sin recelos de guerra, movidos los españoles de no sé que antojo (o como algunos dicen) por codicia, tomaron los soldados las puertas del patio donde bailaban los desdichados mexicanos, y entrando otros en el mismo patio, comenzaron a alancear y ha herir cruelmente aquella pobre gente, y lo primero que hicieron fue cortar las manos y las cabezas de los tañedores (de los tambores)” [¿fueron los primeros en ser atacados porque trataban de enviar algún mensaje o señal fuera del templo y debían ser urgentemente anulados?], “y luego comenzaron a cortar sin ninguna piedad en aquella pobre gente cabezas, piernas y brazos, y a desbarrigar sin temor, unos hendidas las cabezas, otros cortados por medio, otros atravesados y barrenados los costados; unos caían luego muertos, otros llevaban las tripas arrastrando huyendo hasta caer; los que acudían a las puertas para salir de allí los mataban los que guardaban las puertas”.[85]

Matanza del Templo Mayor. Códice Durán, 1587.

    El destacado en el texto arriba citado lo hemos incluido nosotros con el objeto de llamar la atención sobre el desconcierto (u ocultamiento) de los cronistas europeos referente a lo que realmente aconteció en el Templo Mayor durante la fiesta de Tóxcatl, en honor nada menos que del dios guerrero Huitzilopochtli y también de Tezcatlipoca. Este último dios era considerado, según Cristóbal del Castillo, “el guía del gobierno, de la nobleza, del señorío, de la estera y de la silla”,[86] entre otros atributos, y rival de Quetzalcóatl por el poder.[87] El historiador español Francisco López de Gómara, en su “Historia de la conquista de México”, aporta una serie de detalles interesantes sobre la misma: “Los cantares son santos, y no profanos –dice allí el ibérico-, en alabanza del dios cuya es la fiesta”, lo que los ubica dentro del campo filosófico-religioso en disputa y sus avatares políticos, y en los cuales los participantes “manifiestan sus conceptos, buenos o malos, sucios o loables”. Y sobre la causa de la violenta reacción de Pedro de Alvarado y los demás españoles, más adelante agrega: “unos dicen que fue avisado que aquellos indios como principales de la ciudad, se habían juntado allí a concretar el motín y rebelión que después hicieron”.[88] Es decir, que la rebelión no fue a causa de la matanza, sino que estaba planeada de antemano, lo que cambia el sentido de la misma, y que fue allí donde los ortodoxos decidieron ponerla en acto, dramatizando su descontento con la deriva del gobierno y su alejamiento del orden cósmico y social tradicional tal cual ellos lo concebían. Alimenta esta hipótesis la afirmación de la historiadora e investigadora teatral mexicana Martha Toriz, para quien “la fiesta Tóxcatl entre los mexicas… estaba dirigida aparentemente a normar el proceder del gobernante”.[89] Tengamos presente que la escenificación de temas míticos, militares u otros era una forma de celebración, comunicación y/o glorificación muy arraigada en la cultura nahua y un recurso habitual para transmitir los mensajes del régimen y sus diferentes, y en ocasiones disidentes, fracciones constitutivas. “La fiesta Tóxcatl –continúa diciendo Toriz- estaba inserta en el culto estatal y, como tal, una de sus funciones era reforzar las relaciones de poder entre los grupos hegemónicos de la sociedad mexica (guerreros y sacerdotes). El medio de que se valían éstos para comunicar su mensaje, era la teatralidad: el conjunto de códigos visuales y auditivos espectaculares para crear un efecto tal que el mensaje fuera percibido a través de los sentidos y el ritual lograra la eficacia buscada”.[90] En otra parte del mismo texto, la autora citada destaca que solía ocurrir –y esto nos interesa especialmente por lo dicho más arriba respecto a las posibles modificaciones de ocasión en la estructura del ritual Tóxcatl, por ejemplo la inédita prohibición del sacrificio del personificador del dios y sus consecuentes implicaciones político-religiosas– que en algunas fiestas religiosas “sobre la base tradicional se elaboraron otras construcciones, producto de especificidades históricas dadas, con una función que respondería a intereses de una formación social particular; a lo cual se debe su existencia efímera o temporalidad determinada”.[91] La respuesta que Motecuhzoma II le da a Cortés, cuando éste le solicita días después su intervención para apaciguar a los sublevados: “Yo tengo creído que no aprovecharé cosa ninguna para que cese la guerra, porque ya tienen alzado a otro señor”;[92] respalda la hipótesis de que se trató de una acción planificada y no de una reacción espontánea producto de la indignación –aunque no negamos que ésta haya jugado un papel también- por un acto alevoso. El propio Cortés certifica esta convicción –según lo reseña Sahagún- cuando les reprocha en una reunión previa al inicio de la guerra en la que se hallan presentes “El Señor de Méjico con sus principales y Capitanes”: “…porque venido, que fui yo, é inquirí luego de este negocio, como habia pasado (se refiere a la matanza del Templo Mayor), y hallé que vosotros estabades concertados de en mi ausencia en esta fiesta matar á todos los que yo había dejado, asi Españoles como Indios: como supieron esto muy de cierto adelantáronse, el Capitán y los Españoles á hacer lo que hicieron, y fué bien hecho”.[93] El fracaso de Motecuhzoma para moderar la sublevación popular es el punto de inflexión que marca la caída definitiva de la revolución. Los sucesos posteriores así lo certifican. Este era, tal vez, el rol principal que el soberano debía cumplir en la confabulación, ya que nadie más tenía el poder para llevarlo a cabo, y al que podemos sintetizar en la formula: contener y avanzar. Enrique Dussel parece concordar con dicha apreciación de los hechos, al menos en lo que respecta al enfrentamiento entre las dos facciones rivales tenochcas y sus distintas miradas respecto a la presencia de los europeos en el Anahuac y sobre cómo interactuar con ellos. El autor reconoce en su obra que “lo que los había protegido en México (a los españoles) no era su valentía, sino la ‘visión del mundo’ (Weltanschauung) de los tlamatinime”,[94] es decir, el grupo filosóficamente reformista liderado por Motecuhzoma. El regreso triunfante y militarmente fortalecido de Cortés desde la costa y “la matanza que realizó Pedro de Alvarado contra la élite azteca… ‘probaban’ –según este autor- el error de Moctezuma, e inclinaban la balanza a favor de los guerreros inspirados por el mito sacrificial de Tlacaélel, que considerando a los españoles meramente como seres humanos, habían pensado desde el comienzo que era necesario luchar contra ellos. Moctezuma estaba terminado”.[95]

    Con relación a lo dicho por López de Gómara que Alvarado “fue avisado” de las veladas intenciones de los celebrantes, el historiador novohispano Fernando de Alva Ixtlilxochitl dice en su relación que fueron los indios tlaxcaltecas que allí se hallaban presentes quienes llevaron el mensaje,[96] pero nosotros suponemos que no existió tal presencia y que el aviso debió llegar del interior del palacio, como señal de inicio de la represión.

    Aquí nos detendremos momentáneamente para analizar el tan debatido tema del ingreso de tropas tlaxcaltecas, enemigos jurados de los aztecas, junto a los españoles en su visita inicial a Tenochtitlan.[97] Por lo dicho anteriormente queda claro que no creemos en esa posibilidad, dado que contradice lo que parece era, por algunos testimonios de la época, la norma que determinaba el comportamiento a seguir para estos casos en la región. Cortés menciona que en dos oportunidades a los guerreros mexicas que acompañaban a una comitiva española les fue denegado el permiso para acceder al territorio dominado por un señor regional no aliado de los aztecas, aunque no así a los castellanos a quienes se les franqueó el paso. En la “provincia que se dice Malinaltepeque” -relata el conquistador-, donde gobierna el “señor Coatelicamat”, “…por no ser éstos vasallos del dicho Mutezuma, los mensajeros que con los españoles iban no osaron entrar en la tierra sin hacerlo saber primero al señor de ella y pedir para ello licencia, diciéndole que iban con aquellos españoles a ver las minas de oro que tenían en su tierra y que le rogaban de mi parte y del dicho Mutezuma su señor, que lo hubiesen por bien. El cual dicho Coatelicamat respondió que los españoles, que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen las minas y todo lo demás que ellos quisiesen, pero que los de Culúa, que son los de Mutezuma, no habían de entrar en su tierra porque eran sus enemigos”. Y más adelante refiere que en la “provincia de Cuacalcalco”, cuyo señor “se dice Tuchintecla”, “…al tiempo que los españoles llegaron, les envió a decir que los de Culúa no entrasen en su tierra, porque eran sus enemigos”.[98] Imaginamos, y creemos que con razón, un desenlace similar para el caso de Tenochtitlan y los tlaxcaltecas. Recordemos que lo propio había ocurrido en Cholula. Previo a la masacre realizada allí, los cholultecas le exigen a Cortés que los tlaxcaltecas que lo acompañaban, por ser sus contrarios, permanecieran fuera de la ciudad.[99]  También Bernal Díaz en su crónica nos da una pista al respecto. Instalados ya en la ciudad, los españoles comenzaron a considerar las consecuencias de un desfavorable cambio de humor del soberano acerca de su presencia allí. Se preguntaban “¿qué podríamos nosotros hacer para ofenderlos o para defendernos?”, y cómo recurrir al “socorro de nuestros amigos los de Tlascala ¿por dónde han de entrar?[100] Es decir, los expedicionarios estaban solos y por eso su temor. En conclusión, los tlaxcaltecas ingresaron a Tenochtitlan por primera vez junto a Hernando Cortés a su regreso de combatir a Pánfilo de Narváez, quién ya al tanto de lo acontecido en la capital de los mexicas los trae como refuerzos para aplacar la rebelión.[101]

    Haremos ahora una breve digresión para abordar el tema del arribo de la armada de Narváez a Yucatán y el proceder del soberano azteca al respecto. Tenemos aquí, según el cronista Bernal Díaz del Castillo, dos movidas políticas de Motecuhzoma que a primera vista parecen ambivalentes y que no obstante, entendemos, responden a una misma y coherente estrategia. 1) El soberano, a espalda de Cortés, se contacta con los recién llegados para conocer sus intenciones y les envía, comida, oro y plata para ganarse su voluntad, repitiendo la táctica usada anteriormente con el extremeño y su gente;[102] y 2) paralelamente le ofrece a Cortés tropas como auxilio contra los recién llegados que éste rechaza, convencido de su seguro incumplimiento.[103] Desde la perspectiva que en este artículo sostenemos, en la que, como ya sabe el lector, descreemos de la prisión de Motecuzhoma y consecuentemente también del papel de Narváez como supuesto liberador; es nuestra opinión que ambas acciones responden a una típica táctica de “doble juego”, muy usada –como vimos- por la dirección revolucionaria y aún por el propio Cortés (por ejemplo entre tlaxcaltecas y mexicas[104]). Y la razón de que actuaran así se debió a lo novedoso de la situación, lo imprevisible de su desenlace y la perentoria necesidad del imperio de estar preparado para, llegado el momento, guerrear o aliarse con quien más le conviniera a sus intereses. Una cuestión más: ¿por qué los “amigos” tlaxcaltecas se negaron a colaborar con Cortés y los suyos? ¿Por temor a las armas españolas como sugirió Bernal Díaz en el texto ya citado?[105] Claro que no, o no solamente. No lo hicieron porque la relación entre ambas partes no era una asociación que contemplara la reciprocidad, sino una de característica asimétrica. Los europeos como fuerza mercenaria debían cumplir con los objetivos que fijaran los tlaxcaltecas (aunque al propio tiempo no descuidaran los suyos), como lo hicieron, por ejemplo, en la masacre de Cholula y la intervención en Tepeaca (véase nota 27), lo que revela la auténtica naturaleza de lo acordado.

    Volviendo a la celebración del Tóxcatl, apuntemos que existen algunas descripciones más o menos detalladas de la ceremonia que puede resultar muy interesante analizarlas bajo esta nueva luz en aspectos tales como “el canto, la danza, la disposición escenográfica, los movimientos, etc.”. Examen en el cual se habrá de tener especialmente en cuenta que en dichas fiestas religiosas “Sus espacios y tiempos, la carga simbólica de sus elementos integrantes, y las acciones efectuadas (dramatismo), hacían de esas celebraciones la herramienta más eficaz para, por vías extrarracionales, motivar a la acción”[106] (por ejemplo contra un gobierno incómodo); pero en esta oportunidad no ahondaremos al respecto. Dicho lo anterior, sólo agregaremos que consumada la matanza, y ante la reacción violenta del pueblo mexica, los perpetradores buscaron refugio en la que parecía ser su retaguardia segura, la casa real, y el amparo del tlatoani.

    En cuanto a la complicidad arriba sugerida del emperador con los eventos mencionados (nuestra más controversial conjetura al respecto), el historiador dominico fray Diego Durán dice que luego de la matanza del Templo Mayor, Motecuhzoma, diciéndose engañado por los españoles, “pidió á las guardias que le guardaban que le matasen, por que los mexicanos eran malvados y vengativos y que creyendo que él abía sido en aquella traición y cometida por su consejo, le matarían á él y á sus hijos y mugeres, lo cual les pedía con mucho ahinco, él y todos los demás que estaban presos”.[107] ¿Fundado en qué antecedentes el soberano pudo figurarse que el pueblo mexica lo acusaría de ser el autor intelectual de tan cruel hecho, especialmente tratándose, como se asegura en la cita, de un “cautivo”? ¿Qué acontecimientos venían desarrollándose en la ciudad de Tenochtitlan desde la llegada de los castellanos para que esta masacre pudiera ser percibida como beneficiosa para los intereses del soberano y su grupo más cercano? Y por último, ¿hasta qué punto este descargo preventivo del soberano no constituye en sí mismo una cínica confesión de parte?

    Suponemos que esta referencia de Durán a los dichos de Motecuhzoma pasó inadvertida para los estudiosos debido a la carencia de un contexto histórico que hiciera compresible su significativa importancia en el desarrollo del drama de la Conquista. Lo que queremos dejar sentado aquí es que en su tiempo esta acusación existió y que por tal motivo no puede ser ignorada, constituyéndose, además, en un elemento de prueba a tener en cuenta a la hora de evaluar la credibilidad de la teoría que aquí presentamos.

    Otras preguntas retóricas acerca de los acontecimientos del mes de mayo: si Cortés no se hubiera sentido seguro en Tenochtitlan (esto es, respaldado por el tlatoani) ¿hubiera dividido sus fuerzas para ir al encuentro de Pánfilo de Narváez? Y aún más, ¿hubiera Alvarado realizado una acción tan temeraria como la matanza del Templo Mayor? Al mismo tiempo, para el grupo disidente (místico-guerrero), éste era el momento oportuno para atacar a los españoles debido a la mermada tropa expedicionaria estacionada en la ciudad, y así se programó y se hizo (complot 1). Al tanto de esto Moctecuhzoma y los españoles aprovecharon la fiesta del Tóxcatl para eliminar a sus cabecillas reunidos allí (complot 2).

5.- El regicidio y la derrota de la revolución. El papel de Cuitláhuac

    Con respecto al regicidio del soberano azteca y las dos versiones más difundidas sobre el mismo: apedreado por su propio pueblo (conveniente a los españoles) o apuñalado/estrangulado por la gente de Cortés antes de la huída de la ciudad en la llamada “Noche Triste” (conveniente a la élite azteca); creemos, siguiendo la línea argumental de  la hipótesis que aquí exponemos, que el monarca fue asesinado (de la forma que haya sido) por los contrarrevolucionarios mexicas. (El antecedente de la eliminación física de un tlatoani tenochca por su propia gente lo encontramos en el año 1427 con el asesinato de Chimalpopoca por Itzcóatl, quien lideraba una sublevación en procura de un cambio de hegemonía política en el Anáhuac.) La razón de esta acción se explica por el intento del sector ortodoxo de restablecer el orden previo al autogolpe dado por los elementos revolucionarios de línea espiritualista, quienes lo conciben y llevan a cabo –como lo señalamos- en un intento por inmovilizar a los partidarios de la ideología místico-guerra y centralizar en la figura de Motecuhzoma II la conducción absoluta de la ciudad-estado y la de la Alianza.

    Una prueba de la connivencia interesada entre Cortés y Motecuhzoma II, se acredita en el hecho de que en la huída de Tenochtitlan, el español se lleva consigo a algunos nobles, dos hijas y un hijo del monarca y a Cacama, soberano de Texcoco, según los cronistas, en calidad de “rehenes”, aunque nosotros suponemos que en realidad iban como “protegidos” (seguramente útiles para algún propósito posterior), con el objeto de evitarles una muerte segura a manos de los mismos que asesinaron al soberano. Tanto es así, que los tres vástagos del monarca, Cacama y otros principales no logran salir de la ciudad, ya que son muertos en Tacuba por los guerreros mexicas, a quienes, en contra de las opiniones de los cronistas, no parece importarles mucho su rescate.[108] Sobre Cacama diremos unas breves palabras. Acusado por su tío Motecuhzoma II de un supuesto complot en su contra para derrocarle (que huele más a tapadera con el objeto de ponerlo bajo su protección), es “detenido” y trasladado a Tenochtitlan, donde se lo mantiene bajo la custodia de los castellanos junto al soberano mexica (no parece un castigo muy apropiado para un traidor, a quienes tradicionalmente se les ejecutaba). Un dato significativo es que este nuevo miembro del grupo de los “prisioneros protegidos”, era hijo de Nezahualpilli y nieto de Nezahualcóyotl, ambos destacados líderes reformadores, según nos lo dice León-Portilla en el comienzo de este artículo. Mirados desde esta perspectiva, los españoles parecen por momentos la “Guardia Pretoriana” del monarca azteca, aunque, por supuesto, todos tienen su propio juego y todos intrigan. ¿Y en qué consistió el juego de los conquistadores durante este breve período revolucionario? Debe tenerse en cuenta que la misión original de la expedición de Cortés a las costas yucatecas, integrada mayoritariamente por “soldados de fortuna, embarcados… en una aventura en la que todos parecían tener el mismo interés”,[109]  consistía en indagar sobre unos náufragos cristianos, descubrir los “secretos de la nueva tierra” y “rescatar” de los indios todo el oro posible.[110] Quizás una vez allí Cortés encontró que esta premisa comercial podía ampliarse y así obtener más recursos (y aliados) actuando como fuerza mercenaria de algún señor indígena en sus luchas intestinas (por ejemplo entre Cempoala-Tizapancingo y Tlaxcala-Cholula, como antes se mencionó). El cronista italiano Pedro Mártir dice: “esperaban a la sombra de tales hombres favor y auxilio contra sus vecinos”.[111] Por su parte, Alva Ixtlilxochitl cuenta que de los botines de guerra obtenidos por la fructífera alianza hispano-tlaxcalteca, “todo el oro que cogían se lo daban a los españoles”.[112] Acciones que luego fueron presentadas por las crónicas coloniales como intervenciones justicieras. Pero en lo que se refería a Tenochtitlan, el capitán español era conciente que conquistar la ciudad por la fuerza de las armas era imposible en las condiciones del momento, de manera que debía buscar otra forma de lograr el acceso a la metrópoli-estado y sus riquezas que excluyera el uso de la fuerza (así lo reconoce el propio Bernal Díaz al decir: “no podíamos entrar de otra manera”[113]). Al respecto, Hugh Thomas sospecha, aunque sin dilucidar la trama de lo que luego se negociaría, que: “Probablemente, Cortés pensó que, no se sabe cómo, él, sus nuevos aliados y otros (los misteriosos tlaxcaltecas, por ejemplo) lograrían, por medio de la diplomacia y la cortesía, ganarse la confianza de Moctezuma, con lo que Cortés podría hacer las veces de primer ministro del monarca… en vez de luchar con él”. Para luego concluir: “Pero, de habérsele ocurrido tan alocado plan, no lo habría revelado”.[114] Y esa oportunidad deseada pero poco probable le fue imprevistamente ofrecida por el soberano azteca, en un golpe de escena en el cual la buena fortuna –como en tantas otras ocasiones a lo largo de esta historia- jugó a su favor. Así surgió una alianza impensada, madurada en los días previos a la llegada de los expedicionarios a Tenochtitlan y que habrá de durar lo que la vida del monarca.

   Suponemos que fue luego de la traumática derrota en la “Noche Triste” y de la pérdida de la mayor parte de sus hombres y del tesoro acumulado, que Cortés decide “abandonar el miserable empleo de mercader de rescates y convertirse en poderoso conquistador”.[115] Desolado por el abrumador revés y ante el hecho consumado de que toda su campaña mexicana se había desvanecido en la nada; una vez más, como lo había hecho antes pero en esta oportunidad aconsejado e impulsado por sus aliados de Tlaxcala, recompuso su ejército, estableció nuevas coaliciones y nuevamente –como muchos historiadores lo han reconocido- emergió en él el caudillo ambicioso y decidido capaz de liderar una exitosa campaña de conquista inimaginable poco tiempo atrás.

    Finalmente, y según el Padre José de Acosta lo destaca en su “Historia natural y moral de las Indias”: “Motezuma acabó miserablemente, y de su gran soberbia y tiranías pagó el justo juicio del Señor de los cielos lo que merecía. Porque, viniendo a poder de los indios su cuerpo, no quisieron hacerle exequias de rey, ni aun de hombre común, desechándole con gran desprecio y enojo.[116] Un criado suyo, doliéndose de tanta desventura de un rey, temido y adorado antes como dios, allá le hizo una hoguera y puso sus cenizas donde pudo, en lugar harto desechado”.[117] Tratamiento reservado a un traidor y no a los restos recuperados de un venerado emperador capturado y ejecutado por las fuerzas enemigas, producto, creemos, de la animadversión hacia el soberano y sus maquinaciones políticas con los expedicionarios europeos que tenía la momentáneamente triunfante facción sublevada. Así parece confirmarlo Sahagún cuando en su citada obra refiere que durante estos acontecimientos, todos los de la casa del tlatoani debieron huir y esconderse para no ser asesinados por los enardecidos mexicas.[118] Algunos autores apuntarán que fue rechazado por su pueblo debido a su cobardía y sometimiento a los españoles, pero ¿que opinaban sus contemporáneos? El cronista franciscano antes mencionado rescata de sus informantes indios la siguiente frase: “algunos decían mal de Mocthecuzoma porque había sido muy cruel”.[119] No parece el calificativo más adecuado para un timorato, tal vez sí para un revolucionario.

* * *

Aproximación indirecta. Previo al asalto final sobre Tenochtitlan, las tropas españolas e 
indígenas sojuzgaron a las ciudades vecinas, año 3-Casa (1521). Lienzo de
Tlaxcala, lámina 42, confeccionado entre 1550 y 1564.

   Pero el curso de los acontecimientos no se puede detener, los intentos de conciliación fallan. Es definitivamente tarde y no hay vuelta atrás. La guerra comienza y las matanzas de dirigentes mexicas continúan. Las crónicas cuentan: “Por dos días hay combate en Huitzilán. Fue cuando se mataron unos a otros los de Tenochtitlan…

    “Apresuradamente vinieron a coger a cuatro: por delante iban los que los mataron. Mataron a Cuauhnochtli, capitán de Tlacatecco, a Cuapan, capitán de Huitznáhuac, al sacerdote de Amantlán y al sacerdote de Tlacopan. De modo tal, por segunda vez, se hicieron daño a sí mismos los de Tenochtitlan al matarse unos con otros”.[120]

    La última parte de esta historia podría resumirse de la siguiente manera: frustrado el autogolpe palaciego de los reformadores con la huida de los españoles durante la “Noche Triste” y consumado el asesinato de Motecuhzoma II, es nombrado Cuitláhuac, un posible arrepentido, autor de la expulsión de los españoles de Tenochtitlan y quizá responsable del homicidio de su hermano Motecuhzoma II, quién fallecido de viruela dos meses y medio después de asumir es reemplazado por Cuauhtémoc, un ortodoxo.

    Finalmente, el nuevo tlatoani haciendo suya la estrategia de los revolucionarios envió mensajeros a las naciones vecinas coaligadas con los españoles anunciando la suspensión de los tributos, ofreciendo una paz perpetua e instándolos a “ayudar a los naturales que a los extranjeros, y defender su antigua religión que acoger la de los cristianos”.[121] Con esta acción desesperada procuró congraciarse con ellas en el último minuto de su existencia amenazada, lo intentó incluso con los mismísimos tlaxcaltecas, según lo cuenta el historiador Ixtlilxochitl,[122] pero ante lo inmodificable de la situación sólo le restó liderar la defensa militar de la ciudad hasta la derrota final.

    Cuitláhuac, del que aún no nos hemos ocupado en detalle, no obstante que “no se sabe nada de su carácter, de su aspecto ni de su situación social”[123] es un personaje clave para tratar de comprender el desenlace final de los acontecimientos que venimos relatando. Fue comisionado por el tlatoani como segundo contacto del círculo áulico revolucionario con Cortés (el primero había sido Cacama). Recibió a éste en su ciudad, Iztapalapa, y acordó con él los términos para el encuentro con Motecuhzoma II. Es decir Cuitláhuac era miembro del grupo reformador desde el comienzo, pero aquí se plantea un interrogante. ¿Era un miembro convencido o, no obstante su participación, mantenía alguna reserva al respecto? Tengamos presente que se había manifestado contrario a la idea de permitir a los españoles ingresar a Tenochtitlan.[124] ¿Había cambiado de idea y luego se arrepintió –quizá en desacuerdo con la cruel matanza de la fiesta de Tóxcatl- convirtiéndose en un letal enemigo de sus antiguos asociados, sumándose a los sublevados y arrinconando a los revolucionarios hasta derrotarlos? Transformación que, de haber existido, muy probablemente estuvo acompañada de una cuota de oportunismo político.[125] Si este fuera el caso, su actitud debió corresponderse con los hechos arriba mencionados y no habría nada más que comentar sobre el asunto. Pero existe otra posibilidad. ¿Y si no obstante sus desacuerdos siempre se mantuvo fiel al plan original? Más adelante la exploraremos. Analicemos ahora el enigma más importante de todos tocante al papel de este personaje: ¿por qué los españoles le permitieron abandonar –según la “narrativa tradicional”-[126] el palacio-cárcel al hombre que luego sería el líder de la sublevación que condujo a la Noche Triste? ¿Un mal cálculo de Cortés? Cuitláhuac era el más próximo sucesor en línea colateral del “cautivo” emperador, lo que, por su poder, lo convertía en una persona especialmente peligrosa para los conquistadores y sus pretensiones de dominio. Un error difícil de entender y de creer.

    Pero desde la perspectiva de la teoría que hemos venido desarrollando, es decir que Motecuhzoma siempre se hallo en control de la situación, hay otra explicación posible para los interrogantes arriba planteados, pero que nos conduce a conclusiones significativamente distintas para algunos sucesos puntuales de esta historia. Veamos: tal vez con la eliminación de los líderes de la facción opositora en la llamada “matanza del Templo Mayor” (según el cronista Oviedo fueron asesinados alrededor de 600 de ellos[127]), la revolución estaba concluida y la asociación con los castellanos también. Por lo que Motecuhzoma envió a su hermano Cuitláhuac con la misión de que liderara la rebelión popular que estaba en curso (y que ellos no habían generado ni controlaban[128]) y la utilizara para acabar con los españoles. Éstos, enterados de la jugada del tlatoani  le exigen que intervenga para detenerla, al no conseguirlo lo asesinan y luego huyen para salvar sus vidas, llevándose consigo a Cacama, a los hijos de Moctezuma y algunos nobles, ahora sí como rehenes y salvoconducto para abandonar la ciudad, trámite durante el cual la mayoría de ellos mueren. O, como lo asegura Francisco de Aguilar, previo a la fuga “el dicho Cortés, con parecer de los capitanes, mandó matar (a los señores mexicas que allí se hallaban) sin dejar ninguno”.[129] El argumento utilizado por Cuitláhuac para canalizar la sublevación no fue liberar al soberano, ya que el pueblo mexica ignoraba su supuesta situación de cautividad, sino vengar la pérfida matanza de la fiesta de Tóxcatl, de la que los revolucionarios hacían exclusivos responsables a los cristianos. Y así, con esta acción debía cerrarse el círculo, la revolución estaría consumada. La facción de Motecuhzoma II libre de opositores concentraría sobre sí misma la suma de todos los poderes y la Excan Tlahtoloyan  a su vez se hallaría libre de la amenaza de los invasores extranjeros.

    Pero, sorpresas te da la vida. Muerto Cuitláhuac prematuramente por viruela, el poder volvió a manos de los ortodoxos (tal vez una segunda línea de ellos) a través de la persona del nuevo tlatoani Cuauhtémoc (ajenos él mismo y sus electores al reducido –y ahora descabezado- grupo revolucionario),[130] lo que propició la toma de revancha contra los reformadores (nobles y sacerdotes) durante el asedio español a Tenochtitlan, como pudimos leer en las crónicas indígenas, y el destrato al cadáver de Motecuhzoma.

    La preferencia por una u otra hipótesis, distintas pero no contradictorias con el postulado teórico central aquí desarrollado, consiste en tratar de dilucidar cual de las dos actitudes posibles de Cuitláhuac es la que se corresponde con la verdadera. En una primera instancia, imposibilitados de decantarnos por una de ellas por falta de información histórica al respecto, optamos por presentar al lector ambas versiones y dejarlas así planteadas como una incógnita más de la Conquista de México pendiente de solución. Pero luego, en análisis posteriores identificamos dos hechos que sumados nos llevaron a inclinarnos, aunque con las lógicas reservas del caso, por la primera de las versiones presentadas. Ellos son: 1) la postulación de Cuitláhuac a tlatoani estando aún con vida Motecuhzoma, la que no se condice con una actitud leal hacia el monarca. Si bien algunos investigadores sostienen que primero asumió como jefe militar de la sublevación y sólo después de la muerte del emperador fue electo como su reemplazante;[131] nosotros, basados en el testimonio de Bernal Díaz en el que afirma que Motecuhzoma le confesó a Cortés su imposibilidad de incidir sobre las acciones de su pueblo dado que “ya tienen alzado a otro señor” –como más arriba vimos-, entendemos que éste había sido destituido de facto por la cúpula de la insurrección, y que la entronización formal del nuevo tlatoani se postergó debido a lo apremiante de la situación militar en la que la ciudad se hallaba inmersa. Y 2) que a pesar de lo desesperante de la situación de los sitiados el soberano azteca no los desamparó. Así parece confirmarlo el historiador chalca Domingo Chimalpáhin, cuando escribe que para Cortés: “la maior esperanza que tobo de no perderlos, y no perderse, fue no hauerse ydo Moteczuma de la prisión”.[132] A su vez esta cita tiene una segunda lectura que nos retrotrae a la discusión sobre la supuesta prisión de Motecuhzoma, ya que en ella está implícito el reconocimiento de que el soberano estaba en posición de abandonar su “cautiverio” a voluntad, y que por lo mismo Cortés valoró especialmente el que no lo hiciera y se mantuviera dentro de los términos del acuerdo establecido entre ambos.

   * * *

     Una última pregunta: ¿era Motecuhzoma II un revolucionario o un oportunista? El soberano mexica parece reunir, por sus acciones, las características de ambos, es decir, la de un político oportunista que intuyendo la extraordinaria posibilidad que la llegada de los españoles significaba en términos de desestabilización del statu quo, se monto estratégicamente sobre un viejo discurso que al parecer aún contaba con un importante consenso en la población azteca, tejió coaliciones provisorias (con los conquistadores y un sector de la nobleza), y saltándose etapas históricas trató de imponer una serie de cambios revolucionarios que aseguraran su proyecto absolutista y la preeminencia de su grupo por sobre el resto de la élite nahua terminando para siempre con las desgastantes luchas de facciones; y así mejorar la convivencia (y consecuentemente la supervivencia) de la Excan Tlahtoloyan con sus vecinos, sean éstos aliados o no. Digamos para concluir que Motecuhzoma como gobernante no fue ni un pusilánime ni tampoco un dictador asesino, fue un político de su tiempo y lugar ejerciendo el poder en circunstancias extremadamente complejas e inéditas. Asesinado en el proceso, sólo podemos especular al respecto. La personalidad de Motecuhzoma Xocoyotzin, no obstante ser el monarca mexicano sobre el que mayor información escrita se posee, resulta especialmente difícil de abordar para los investigadores, ya sean de la lejana etapa colonial como de la actualidad, debido a que tanto las miradas de unos o de otros sobre el proceso histórico y sus consecuencias como sobre uno de sus protagonistas principales se hallan ideológicamente sesgadas.

 6.- Consideraciones finales

     Finalmente el día 1-Serpiente del año 3-Casa (13 de agosto de 1521), Tenochtitlan cayó en manos de los españoles y de las tribus asociadas a ellos, alegres estas últimas de haber derrotado a una filosofía militarista que los sojuzgó y los desangró por demasiados años. Lo que no podían sospechar estos pueblos indios es que pronto este triunfo se les trocaría en cruel derrota, y que otra filosofía, más intolerante y destructiva aún (algo difícil de creer para ellos), vendría por sus almas y sus cuerpos.

    Somos conscientes que este ensayo interpretativo de las crónicas indígenas y españolas sobre la Conquista de México pueda parecerle a algún lector insuficientemente respaldado desde el punto de vista material. Y efectivamente es así, porque no podría ser de otra manera. No existen los documentos necesarios para  superar tal pronóstico negativo (al menos hasta donde sabemos), además Cortés menciona en la Segunda carta de relación en tres ocasiones la conveniente –en nuestra opinión- “pérdida de las escrituras y autos que había hecho con los naturales”.[133] ¿Y por qué se hubo de guardar tan estricto silencio sobre los acontecimientos aquí relatados? Primero, suponemos que los detalles de esta operación no eran por todos conocidos. Si, como lo asegura H. Thomas, “muchos de los expedicionarios compañeros de Cortés ignoraban los objetivos (manifiestos) de su comandante”,[134] es lógico suponer que la ignorancia debió ser total (o poco menos) respecto de los de carácter secreto. Y segundo, por las graves consecuencias que les hubieran acarreado con las autoridades españolas su actuación como fuerza mercenaria de un rey extranjero (y pagano), soslayando su condición de vasallos del rey católico Carlos V. Nadie en este reducido grupo quería poner en entredicho, y seguramente perder, sus derechos sobre las tierras y los privilegios que acababan de conquistar, ya de por sí airadamente cuestionados desde el comienzo de la expedición por el gobernador de Cuba Diego Velázquez. Así que el ocultamiento de estos sucesos fue, tal vez, una medida prudente que les interesó a todos constituyéndose en el secreto mejor guardado de la Conquista de México. En este punto también debe considerarse, como muy bien lo explica Matthew Restall, que además de las pocas personas que suponemos tuvieron conocimiento de esta trama, “la mayoría de los conquistadores que se embarcaron en Cuba en 1519 ya estaban muertos para finales de 1520, o si estaban vivos, nunca pusieron un pie en la Tenochtitlan de Montezuma. Y la mayoría de los hombres que pelearon en la batalla de Tenochtitlan que significó el final del Falso Cautiverio (a diferencia de lo que nosotros sostenemos en este trabajo, el autor considera que dicho cautiverio fue una invención literaria de Cortés y que nunca existió, ni siquiera como una representación) había llegado con Narváez, así que hasta los que sobrevivieron a esa batalla entraron a una ciudad que ya estaba en pie de guerra. En suma, menos de 10 % de los miles de españoles que participaron en la guerra estuvieron en Tenochtitlan durante el Falso Cautiverio y sobrevivieron hasta 1521 para poder hablar de ello”.[135] Pero no obstante lo dicho, suponemos haber contribuido, guiados por los testimonios indígenas de las relaciones reunidas por León-Portilla en su ya famoso libro y las crónicas españolas más utilizadas por los historiadores, a superar verosímilmente la “imposibilidad de formular una respuesta acerca de lo que podría haber sido el desenlace de este antagonismo religioso”[136] entre ortodoxos y reformadores que planteaba el mencionado intelectual mexicano y a la apertura de una línea de investigación hasta ahora no explorada. Por otro lado, esta es –como lo mencionamos en la Introducción- una teoría abierta, en construcción, y cambiará, si así lo acredita, en función de la evolución de la investigación que la constituye en pos de una mejor comprensión del proceso histórico en análisis. El astrofísico británico Sir Arthur Eddington decía al respecto: “El proceso del descubrimiento científico se parece a la tarea de encajar entre sí las piezas de un gigantesco puzzle de cartón….” El hecho que se produzcan cambios en la concepción de la misma, “no significa que haya que descolocar todas las piezas ya colocadas y ensambladas; significa que al ensamblar las nuevas piezas ya descubiertas tengamos que revisar la impresión que hasta entonces teníamos de cómo iba a ser la imagen final del puzzle una vez resuelto. Un día podemos preguntarle al científico cómo va, y puede respondernos: ‘Bien, ya casi he acabado este trozo de cielo azul’. Otro día podemos preguntarle cómo sigue, y puede decirnos: ‘Ya he añadido mucho más, pero resulta que no era un trozo de cielo, sino de mar; hay un bote flotando encima de él’”.[137] Lo que no debemos hacer, agregamos nosotros, es seguir diciendo que es “un trozo de cielo azul” aún cuando vemos “un bote flotando en él”. Algo así pareciera estar ocurriendo con la investigación histórica de los hechos acaecidos hace 500 años durante la llamada Conquista de México.

    Con respecto a la historia aquí abordada, fracción minúscula de una mayor de la que aún falta esclarecer muchos puntos oscuros, nuestra pretensión manifiesta fue acercarnos a un momento específico del acontecer histórico de un pueblo, el azteca, signado por un choque civilizatorio inédito y las posteriores alianzas, conspiraciones, traiciones, guerras y conquistas que de él se derivaron, y observar con la mente abierta que resultaba de ello. Y lo hicimos con el convencimiento de que es lícito y hasta necesario conjeturar sobre lo que las crónicas antiguas no cuentan porque, como lo asegura el filósofo de la ciencia Paul Feyerabend, “Las hipótesis que contradicen a teorías bien confirmadas proporcionan evidencia que no puede obtenerse de ninguna otra forma”.[138] Perspectiva que también es compartida desde la crítica literaria por el profesor J. Culler cuando afirma que las interpretaciones “extremas” “gozarán, en mi opinión, de una mayor posibilidad de sacar a la luz conexiones o implicaciones no observadas o sobre las que no se ha reflexionado con anterioridad que si luchan por permanecer ‘sanas’ o moderadas”.[139]

    Estamos persuadidos, no obstante, que no hemos agotado el tema ni mucho menos (si es que algo así es posible), sino que por el contrario ha quedado en evidencia la necesidad de indagar más profundamente sobre estos episodios, tarea que en nuestro caso quedará pendiente para posteriores revisiones del presente trabajo. O, porque no, como quehacer para aquellos investigadores que confiados de hallarse frente a una pista productiva acepten el desafío de continuar con esta indagación.

    Una (¿necesaria?) aclaración final. Nada de lo aquí dicho va en dirección de exculpar a nadie o en procura de nuevos chivos expiatorios. Sólo tratamos de mirar la Historia sin condicionamientos previos e ir a donde la investigación nos lleve, incluso cuando los resultados obtenidos puedan no ser de nuestro agrado. Estamos hablando de hechos consumados, inmodificables y lo mejor que podemos hacer es tratar de interpretarlos de la forma más exacta posible (conscientes de caminar en un campo minado por las mentiras, asumiendo los posibles errores cometidos en la tarea y estando siempre dispuestos a rectificarlos) para extraer de ellos la lección más útil para los tiempos presentes y futuros, especialmente para los pueblos indios actuales, acosados por la prolongación de una conquista que parece no encontrar fin.

 


* Segunda versión revisada y ampliada en febrero 2023 del artículo escrito en noviembre de 2020 y publicado por primera vez aquí en diciembre de ese año bajo el título “México-Tenochtitlan: ¿revolución en el año 1-Caña?”.(disponible en: <https://larevolucionseminal.blogspot.com/2020/12/mexico-tenochtitlan-revolucion-cana.html>).
[1] Nos referimos, como luego se verá, a algunas matanzas realizadas por los propios mexicas en el transcurso del período aquí estudiado correspondiente al régimen de Moctecuhzoma II y otras acaecidas inmediatamente después, durante las breves jefaturas de Cuitláhuac y Cuauhtémoc. Es sabido que la mayor matanza ocurrió durante el asedio y guerra de Tenochtitlan donde los españoles y sus aliados indios eliminaron a “casi toda la nobleza Mexicana, pues apenas quedaron algunos Señores y caballeros, y los más niños y de poca edad” (Alva Ixtlixochitl: “Relaciones”. Tomo I. Obras históricas de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl. Publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento. México, 1891. Pág. 379).
[2] (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2017 [1959]. Véase también: Sahágun, Bernardino de: “Historia general de las cosas de Nueva España”. Tomo 1. Editorial Pedro Robredo. México, 1938. Págs. XLIII y XLIX.
[3] Eudeba. Buenos Aires, 1963.
[4] León-Portilla, M.: “Visión de los…”. “Introducción general”, apartado “c) Testimonios de los informantes de Sahagún”, párr. 1. Falta que Sahagún asegura haber enmendado en su obra.
[5] “Cuando Moctezuma conoció a Cortés”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2021 [2019]. Primera Parte, cap. “No menor asombro”, párr. 56.
[6] Ixtlilxochitl: ob. cit., tomo I, pág. 437.
[7]La interpretación de las culturas”. Gedisa editorial. Barcelona, 2003. Pág. 32.
[8] Cortés, Hernán: “Cartas de Relación”. Serie Crónicas de América 10. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2013 [1852].
[9] Culler, J. “En defensa de la sobreinterpretación”. En: Eco, U. “Interpretación y sobreinterpretación”. Cambridge University Press. Sucursal España, 1997. Págs. 141-142. La aclaración entre paréntesis la intercalamos nosotros, pero la opinión pertenece a J. Culler, quien además aclara en otra parte del texto que considera al término “sobreinterpretación” utilizado por Umberto Eco en la citada obra como “tendencioso”, prefiriendo a cambio el de “superación” (del binomio: comprensión/superación) de Wayne Booth (pág. 132).
[10] Ibídem, págs. 133-134.
[11] Luna, Félix: “Revoluciones”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2019 [2006]. “Introducción”, párrs. 4 y 9.
[12] Ob. cit., “Prólogo”, párr. 16.
[13] Respecto del caso específico del México antiguo, no obstante que, según parece, no había alcanzado el estatus de Estado teocrático, la investigadora Martha Toriz dice que los “dioses patronos o calpulteteo marcaban las diferencias entre los grupos sociales, de ahí que se pueda afirmar que la diferenciación social descansaba sobre un fundamento ideológico, constituido particularmente por el aspecto religioso” (Toriz Proenza, M.: “Teatralidad y poder en el México antiguo. La fiesta Tóxcatl celebrada por los mexicas”. [Formato PDF]. Instituto Nacional de Bellas Artes. México, 2011. Pág. 82).
[14] Olivera, Mercedes: “El despotismo tributario en la región Cuauhtinchan-Tepeaca”. En: Carrasco, P. y otros: “Estratificación social en la Mesoamérica prehispánica”. INHA. México, 1982. Págs. 185-186.
[15]Imagen del México antiguo”. Pág. 58.
[16] Ibídem, pág. 58. No obstante que algunos autores advierten sobre lo inexacto del supuesto pacifismo tolteca, creemos necesario establecer una diferencia entre la escrupulosidad en la recuperación de los hechos históricos y la reelaboración paradigmática de los mismos. Y esta diferencia se debe tener en cuenta para evitar mezclar el discurso científico, preocupado por la “verdad”, con el de los protagonistas, interesado en la “eficacia política” del mismo. Y en toda investigación, bien conjugadas, ambas perspectivas son necesarias (Clastres, Pierre: “Investigaciones en antropología política”. Gedisa editorial. México, 1987. Pág. 176).
[17] León-Portilla: “Imagen del…”, págs. 58 y 59. El texto entre paréntesis y el destacado en negritas son nuestros.
[18] Ibídem, pág. 59.
[19] El historiador inglés Hugh Thomas comenta que “Tal vez la hostilidad ante el incremento de los sacrificios en Tenochtitlan fuese también uno de los motivos de la revuelta de los tlaltelolcas en 1473: se dice que el rey de la ciudad, Moquihuix, pidió ayuda a otras ciudades, alegando que los tenochcas libraban guerras a fin de satisfacer a sus sacerdotes con la captura de prisioneros para sus sacrificios”. (“La conquista de México. Moctezuma, Cortés y la caída de un imperio”. [Formato epub sin paginación]. Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2021 [1993]. Cap. 2, “De blancas espadañas es México Mansión”, párr. 39).
[20] León-Portilla: “Imagen del…”, pág. 60.
[21] Ibídem, pág. 62.
[22] Bueno Bravo, Isabel: “La guerra en el imperio azteca. Expansión, ideología y arte”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2018 [2007]. Cap. “México-Tenochtitlan: la nueva potencia”, apartado “La fuerza política del faccionalismo”, párr. 7.
[23] Ya en 1428, luego de la liberación de los aztecas de su condición de tributarios de Azcapotzalco, el tlatoani Itzcóatl hizo destruir libros antiguos y reescribir la historia de los mexicas con el objeto de justificar la legitimidad de su gobierno y la de su dios Huitzilopochtli. En: Castañeda de la Paz, M. “Itzcóatl y los instrumentos del poder”. Revistas UNAM, México, 2005. Págs. 120 y ss. Disponible en http://revistas.unam.mx/index.php/ecn/article/viewFile/9295/8673.
[24] “La guerra en el imperio azteca. Expansión, ideología y arte”. Apartado “La fuerza política del faccionalismo”, párr. 74.
[25] Enciclopedia Microsoft Encarta 2007: artículo citado “Huitzilopochtli”.
[26] “Según el Cacique Gordo, Tizapancingo estaba lleno de guerreros mexicas que destruían las milpas y agredían a la gente de los pueblos dominados por Cempoala. No obstante, cuando el ejército de Cortés y sus nuevos aliados llegaron en Tizapancingo resultó que el Cacique Gordo se aprovechaba de los españoles para ajustar cuentas con su vecino” (Oudijk. Michel y Restall, Mathew: “La conquista indígena de Mesoamérica. El caso de Don Gonzalo de Mazatzin Moctezuma”. Editores INAH, UDLA y Secretaría de Cultura del Estado de Puebla. México, 2008. Pág. 45). Claro que, contrariamente a lo que aseguran estos autores, los españoles no fueron allí engañados, sino por un lucrativo acuerdo mutuo previamente pactado. Lo propio puede decirse del caso de Cholula, como se verá en la siguiente nota.
[27] Cholula “…había sido aliada de Tlaxcala hasta poco antes de que los españoles arribaran y que cuando llegaron lo era de Tenochtitlan. Por eso parece que los interesados en el ataque fueron los tlaxcalteca y los españoles y su grupo una comparsa que, para justificar la masacre, aluden a la presencia del ejército mexica”. (I. Bueno Bravo, ob. cit., cap. 2 “México-Tenochtitlan: la nueva potencia”, apartado “Los imprevistos de la política exterior”, párr. 14. Véase también M. Restall, ob. cit., Tercera parte, cap. 6 “Los primeros salteadores”, párrs. 38 y ss.). Desde nuestra perspectiva este acontecimiento es importante como antecedente inmediato de lo que luego sucedería en Tenochtitlan. También en el caso de la agresión a Tepeaca, “Fueron los tlaxcaltecas –dice H. Thomas- quienes idearon la campaña… Más de un testigo del juicio de residencia de Cortés diría, en defensa de éste, que, de no haber atacado Tepeaca, Tlaxcala se habría sublevado, poniendo así fin a la expedición” (ob. cit., cap. 30 “Fue conveniente hazerse el dicho castigo”, párr. 3). Digamos finalmente que es interesante observar que la matanza del Templo Mayor recrea de alguna manera el modus operandi usado por los españoles en la masacre de Cholula: todas sus víctimas estaban desarmadas y reunidas en un recinto cerrado (o amurallado) que dificultaba la fuga.
[28] La Triple Alianza (Excan Tlahtoloyan) estaba integrada por las ciudades de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, y liderada por la primera. A propósito de la deriva autoritaria del gobierno mexica, para el historiador G. Vázquez “el Estado azteca se desmoronaba presa de sus contradicciones internas; (y) sólo una política férrea y dictatorial podía evitar el cercano desastre” (“Moctezuma”. [Formato epub sin paginación]. Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2021 [1987]. Cap. “Un déspota en el poder”, párr. 2. La letra entre paréntesis es nuestra).
[29] Prescott, William: “Historia de la conquista de México”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2020 [1843]. Libro I, cap. II “Sucesión a la corona. La nobleza azteca. Sistema judicial. Leyes y recaudación. Instituciones militares”, párr. 2.
[30] Ob. cit., cap. 4 “El imperio en sus manos”, párr. 5.
[31] 1492. El encubrimiento del otro. Ediciones Docencia. Buenos Aires, 2012. Pág. 150.
[32] Dice Tzvetan Todorov: “se niega a emplear su inmenso poder como si no estuviera seguro de querer ganar” (“La conquista de América. El problema del otro”. Siglo XXI editores. Buenos Aires, 2003. Pág. 62).
[33] Aguilar, F.: “Relación breve de la conquista de la Nueva España”. En. Cuadernos México N° 6. MECyD. (Formato PDF). México, 2014. Pág.15.
[34] Ob. cit. También los mexicas eran propensos a los pactos entre reyes y señores tal como lo afirma Hugh Thomas: “Las alianzas secretas selladas en secreto estaban a la orden del día” (ob. cit., cap. 3, “Estoy doliendo mi corazón desolado”, párr. 19).
[35] “Historia de la nación chichimeca”. Tomo II. Obras históricas de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl. Publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento. México, 1892. Págs. 358-359.
[36] Restall, M: ob. cit., segunda parte, cap. 4 “El imperio en sus manos”, párr. 36.
[37] “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Manuscrito Remón. Crónicas de América 2. Edición de Miguel León-Portilla. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2020 [1632]. Cap. “LXXIX”.
[38] Ibídem, cap. “LXXX”.
[39] Respecto al comportamiento contradictorio de Motecuhzoma mencionado más arriba, si realmente existió, tal vez se debió, y es sólo una suposición, a que éste evolucionaba acorde al desarrollo positivo o negativo de las negociaciones con Cortés y de las condiciones exigidas por cada parte para su concreción.
[40] Queremos llamar la atención sobre esta “técnica” usada por Cortés, la cual veremos repetirse a lo largo del texto de sus Cartas de relación, especialmente de la segunda, con la que reconstruye, en lo ateniente a las cuestiones de legitimidad, poder y control, la historia de la Conquista a la medida de sus intereses, alterando el sentido de los hechos y suplantándolo por su contrario.
[41] Bernal Díaz, ob. cit., cap. “XLVII”. La aclaración entre paréntesis es nuestra.
[42] “Historia de la Conquista de México”. Biblioteca Ayacucho. (Formato PDF). Caracas, 2007. Pág. 78.
[43] “Historia de la nación chichimeca”. Tomo II. Obras históricas de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl. Publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento. México, 1892. Pág. 349.
[44] Según H. Thomas, los totonacas le hablaron a Grijalva de la importancia de la ciudad de México, “así como del resentimiento de los pueblos costeros” con los mexicas (ob. cit., cap. 8, “Lo que se vio es tan gran cosa”, párr. 52). Y más adelante este mismo autor sostiene que Alvarado debió compartir con Cortés esta información incluso antes de partir ambos hacia el continente (cap. 10, “Sudores, hambres y duros trabajos”, párr. 37).
[45] El historiador español y biógrafo de Motecuhzoma, Germán Vázquez, asegura en su libro que dos caciques acolhuas de Otompan, los disidentes Atonal y Tlamapanatzin, “descontentos con la política del tlacatecuhtli, revelaron a don Hernán los conflictos internos del imperio”. En su calidad de miembros de la corte, continúa diciendo Vázquez, “La traidora pareja jugaría un papel capital en el drama que acababa de iniciarse. Aprovechando arteramente la confianza que el tlatoani depositaba en ellos, los nobles practicaron un doble papel que, entre otros logros, permitió a Cortés mantenerse al tanto de los planes de su rival” (ob. cit., cap. “El retorno de… ¡Tezcatlipoca!”, párrs. 94, 93 y 104).
[46] Escisión mencionada por el historiador español Mario Hernández Sánchez-Barba, edición, introducción y notas a: Hernán Cortés, “Cartas de Relación”. Ob. cit. “Segunda carta”, nota N° 57.
[47] Al respecto G. Vázquez dice que “Motecuhzoma estaba empeñado en una serie de importantes reformas, que le indispusieron con casi todos los sectores de la sociedad mexica” (ob. cit., cap. “Un hombre en la flor de la vida”, párr. 12).
[48] El soberano nahua consideraba, según lo dice Gómara en su obra, “poder hacer de los españoles, que tan pocos eran, lo que quisiese, y almorzárselos una mañana, si lo enojasen” (“Historia de la…”, pág. 127).
[49] Según ponencia del Dr. Carlos Paredes, en el conversatorio titulado “El papel de los aliados y los no aliados en la conquista de Tenochtitlan”. INAH TV. México, 14 de junio de 2021. Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=9oRnh9IP28o>, ubicación: 2:07:40 aproximadamente. Véase también Alva Ixtlilxochitl, ob. cit., tomo II, pág. 407.
[50] Alva Ixtlilxochitl, F. de: ob. cit., tomo II, pág. 310. Hernando Tezozomoc menciona “hijos y sobrinos” (“Crónicas mexicanas”. Notas de Manuel Orozco y Berra. Editorial Leyenda S. A. México, 1944. Pág. 530). La explicación a la motivación de estos movimientos políticos la encontramos en una cita de la investigadora Martha Toriz, donde señala que “Hay un relativo consenso en afirmar que el poder no era de propiedad individual, sino que el tlatoani fungía como representante del grupo dominante, otorgándosele así a la concentración del poder un carácter colectivo” (ob. cit., pág. 81).
[51] Capitán B. H. Lindell Hart, citado en David Tieffenberg “Cuatro revoluciones en América Latina”. Ediciones Teoría y Práctica. Buenos Aires, 1984. Pág. 108.
[52] Le dice Xicotencatl allí a Cortés: “…soy de parecer, que ante todas cosas sojuzguéis a los de Tepeyacac, que es una provincia grande y muy fortalecida, en donde tienen los mexicanos la fuerza de sus ejércitos para daros por las espaldas, y hacer mal a vuestros amigos; y así conviene allanar primero a éstos y a los demás que están en estos contornos, para que con más seguridad salgáis con vuestra empresa…”. Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 404.
[53] “El Materialismo Cultural”. Alianza Editorial. Madrid, 1994. Pág. 362.
[54] “Mayeques y calpuleques en el sistema de clases del México antiguo”. En: Carrasco, P. y otros: “Estratificación social en la Mesoamérica prehispánica”. INHA. México, 1982. Pág. 76. Tal vez una de las iniciativas, entre otras muchas, que coadyuvaron para que el imperio mexica iniciara una incipiente evolución hacia un Estado-nación, pudo surgir de la necesidad de unificar el control de la práctica de la agricultura ante el aumento de población en el valle, la que comenzó a representar una importante presión para la tierra. Según Hugh Thomas esta innovación comenzó con Motecuhzoma II (“La conquista de México”. [Formato epub sin paginación]. Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2021 [1993]. Cap. 2, “De blancas espadañas es México Mansión”, párr. 14 y nota 21).
[55] Los mitos relataban que el héroe cultural tolteca migró hacia el Este y prometió regresar, los ibéricos provenían de esa dirección del mundo y lo hicieron en la fecha que en el calendario mesoamericano coincidía con el nacimiento de Quetzalcóatl.
[56] Como ya se mencionó, “Quetzalcóatl representaba la erudición, la cultura y, ante todo, la oposición a los sacrificios humanos”, y su papel en la historia del valle de México,“Tal vez fuese (el de) un innovador religioso, destruido por fuerzas conservadoras” (H. Thomas: ob. cit., cap. 13, “Donde se dice haber llevado Salomón el oro del templo”, párr. 33. La aclaración entre paréntesis es nuestra). Es curioso y sintomático a la vez que más de cuarenta años después de la Conquista los franciscanos, algunos descendientes de los conquistadores –entre ellos los hijos de Cortés- y los indígenas, intentaran una jugada similar asociando la “repatriación” de los restos de Hernán Cortés a México con el retorno de Quetzacóatl, con el objeto de fortalecer su lucha por el poder en la Nueva España contra las pretensiones de la Corona española. “Pero en realidad, el anónimo trabajo franciscano sobre el mito de Quetzalcoatl –dice el antropólogo francés Christian Duverger, adjudicando a éstos la autoría intelectual de la “dimensión mítica” de la conjura- estaba dedicado menos a los indios que a los criollos, que tenían necesidad de un mito de origen. Presentar a Cortés como un dios azteca que regresaba a tomar posesión de sus tierras, legitimaba la presencia de los primeros españoles” (Duverger, C.: “Hernán Cortés. Más allá de la leyenda”. [Formato epub sin paginación]. Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2018 [2005]. Cuarta parte, “La Corona contra Cortés (1528-1547)”, Epílogo, apartado “El mito de Quetzalcoatl”, párr. 7).
[57] Cortés, H.: ob. cit., segunda carta, anotación N° 59.
[58] Ob. cit., pág. 130. Como lo señalamos, no fue iniciativa de Cortés sino del tlatoani.
[59] Cortés, H.: ob. cit., “Introducción”, apartado “La transmisión de la soberanía”, párr. 4 y “Segunda carta”, párr. 54.
[60] Ob. cit., pág. 129.
[61] Ob. cit., cap. 13,”Donde se dice haber llevado Salomón el oro del templo”, párr. 35. La aclaración entre paréntesis es nuestra.
[62] Varese, Stéfano: “¿Estrategia étnica o estrategia de clase?”. En: Indianidad y descolonización en América Latina. Documentos de la segunda reunión de Barbados. Editorial Nueva Imagen. México, 1979. Pág. 372.
[63] Según lo cuenta Cortés: “Y de ahí adelante se apartaron de ello, y en todo el tiempo que yo estuve en la dicha ciudad, nunca se vio matar ni sacrificar criatura alguna” (ob. cit., “Segunda carta”, párr. 82).
[64] Si como lo menciona el historiador G. Vázquez (aunque sin participar de esta tesis, con la que nosotros sí acordamos), Cuauhpopoca, jefe militar coyoacano de Nauhtlan, actuó en la muerte de los cuatro españoles de la Villa Rica de Veracruz (entre ellos Juan Escalante, alcaide de la plaza) “a instancias del partido belicista, el ataque no sólo dañaba los intereses de los teules, sino también de Motecuhzoma”, ya que dicho militar hizo responsable de la misma al soberano mexica (ob. cit., cap. “El hombre propone y Dios dispone”, párrs. 22 y 26). De manera que, desde esta perspectiva, la ejecución de Cuauhpopoca y sus cómplices no fue un hecho aleatorio, sino un claro mensaje de los revolucionarios a los guerreristas ortodoxos.
[65] Sahagún, Bernardino de: “El México antiguo”. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1981. Pág. 344.
[66] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 383.
[67] El período de tiempo que va desde la prisión acordada de Motecuhzoma el (c.) 18 de noviembre de 1519 hasta la expulsión de los españoles en la noche del 30 de junio de 1520.
[68] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 387-388.
[69] Cortés, H.: ob. cit., segunda carta, párr. 70. Las aclaraciones entre paréntesis son nuestra.
[70] Ob. cit., págs. 128-129.
[71] Ob. cit., págs. 59-60.
[72] “Relación de la Conquista”, redactada en náhuatl hacia 1528 por autores anónimos de Tlatelolco. En: León-Portilla, Miguel: “Visión de los vencidos”. Cap. XIV: “Una visión de conjunto”, apartado “El regreso de los españoles”, párr. 11.
[73] Ibídem, párr. 12 y ss.
[74] Ob. cit., cap. 29, “Sólo quiere mi corazón la muerte de obsidiana”, párr. 38. La aclaración entre paréntesis es nuestra. La explicación que al respecto da este autor es un tanto discordante con algunos hitos de su propia narrativa de la conquista, ya que si bien, desde el punto de vista que aquí sostenemos, la identificación de las facciones hecha por Thomas es correcta (los “amigos” de los cristianos eran efectivamente el grupo de Motecuhzoma), no se comprende como puede llegar a esta conclusión y al propio tiempo dar por verdadera, como lo hace en su libro, la poco “amigable” prisión de Motecuhzoma y todas las posteriores humillaciones infringidas al soberano por parte de los castellanos (por ejemplo su engrillamiento). El estudioso dice “fascinación”, “síndrome de Estocolmo”, nosotros preferimos una explicación menos psicológica y más pragmática: asociación en pos de un beneficio mutuo (político para unos, económico para otros).
[75] Ob. cit., pág. 141. Tlamatini: sabio, filósofo.
[76] Aunque el historiador G. Vázquez imagina razones y tácticas distintas a las por nosotros aquí expuestas, es coincidente en señalar que estaba en los planes de Motecuhzoma “purgar a la díscola nobleza, eliminando a los rebeldes más notables”, acción que pretendía llevar a cabo disimuladamente aprovechando la confusión que ocasionaría la llegada de los castellanos a Tenochtitlan y un posible enfrentamiento con ellos (ob. cit., cap. “El retorno de… ¡Tezcatlipoca!”, párr. 121).
[77] H. Thomas en su ya citada obra “La conquista de México” se refiere en varias oportunidades a Pedro de Alvarado, autor de la matanza, como el confidente más íntimo de Cortés, “quizá un amigo de infancia” (cap. 9, “Un gran señor, como si naciera de brocados”, párr. 29; cap. 14, “Una cabeza como de dragón de oro a cambio de una copa de vidrio de Florencia”, párr. 10). De lo que suponemos que el mencionado conquistador debió pertenecer al reducido grupo liderado por Cortés que conocía y participaba del acuerdo con Motecuhzoma; y que por tal razón éste lo dejó comisionado de ejecutar los términos del mismo a requerimiento del emperador. Refuerza el argumento anteriormente expuesto el hecho que, no obstante las nefastas consecuencias de este episodio para los castellanos, Cortés nunca se lo reprochó (“Epílogo”, párr. 40).
[78] Mercenario/a: según el Diccionario de la Real Academia Española: (adj.) Dicho de un soldado o tropa que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero.
[79] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 383. Véase también, Bernal Díaz del Castillo: ob. cit., cap. “CIV”. Entre otros autores.
[80] Ob. cit., “Segunda carta”, párr. 72.
[81] Ob. cit., cap. 22, “A algo nos hemos de poner por Dios”, párr. 22.
[82] Cortés, H.: ob. cit., Tercera Carta-Relación, párr. 11. La aclaración entre paréntesis es nuestra.
[83] Ibídem, párr. 59.
[84] Cuenta el extremeño: “muchas veces ‘me pidió licencia’ para irse a holgar y pasar tiempo a ciertas casas de placer que él tenía, así fuera de la ciudad como dentro y ninguna vez se la negué. Y fue muchas veces a holgar con cinco o seis españoles a una o dos leguas fuera de la ciudad y volvía siempre muy alegre y contento al aposento donde yo le tenía y siempre que salía hacía muchas mercedes de joyas y ropa, así a los españoles que con él iban, como a sus naturales, de los cuales siempre iba tan acompañado, que cuando menos con él iban, pasaban de tres mil hombres, que los más de ellos eran señores y personas principales y siempre les hacía muchos banquetes y fiestas, que los que con él iban tenían bien que contar.” Ibídem, párr. 61. El entrecomillado aplicado a la solicitud de licencia es nuestro. Cortés trata en lo discursivo de mostrar un control sobre el emperador que ciertamente no tenia en la realidad, como queda demostrado en el propio relato.
[85] Citado en Vázquez Chamorro, Germán: “La Visión de los Vencidos”. Cuadernos historia 16, N° 162. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2020 [1985]. Cap. “La versión azteca de la Conquista”, apartado “Los hechos según los aztecas”, párr.8. El destacado en negritas y el interrogante entre corchetes es nuestro.
[86] En Martha Toriz, ob. cit., pág. 148.
[87] Dice Jane Stevenson Day: “nuestra primera visión histórica de Tezcatlipoca es como un chamán, cuando en Tula rivaliza con Quetzalcoatl por el poder” (reproducido en Toriz, ob. cit., pág. 188).
[88] Ob. cit., pág. 197. El destacado en negritas es nuestro.
[89] Toriz Proenza, M: ob. cit., pág. 267.
[90] Ibídem, pág. 12.
[91] Ibídem, pág. 110.
[92] Testimonio de Bernal Díaz del Castillo, testigo presencial, expuesto en su obra “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Ídem, cap. “CXXVI”.
[93] En Sahagún, Bernardino de: “Historia general de las cosas de la Nueva España”. University of Utah, 1989 [1840]. Págs. 99-100. Disponible en línea: <https://www.noticonquista.unam.mx/historica/262/
2454>. La aclaración entre paréntesis es nuestra.
[94] Dussel, E. : ob. Cit., pág. 155, nota 85. La aclaración entre paréntesis es nuestra.
[95] Dussel, E.: ob. cit., pág. 155.
[96] “Relación décima tercera”. Tomo I, Relaciones. Obras históricas de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl. Publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento. México, 1891. Pág. 340.
[97] Alva Ixtlilxochitl dice en su crónica que Cortés entró en Tenochtitlan acompañado de seis mil tlaxcaltecas (ob. cit., tomo II, pág. 377).
[98] Ob. cit., “Segunda carta”, párrs. 62 y 66.
[99] Mira Caballos, Esteban: “Hernán Cortés, una biografía para el siglo XXI”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2022 [2021]. Cap. 7 “La Conquista de México”, apartado “La matanza cholulteca”, párr. 4.
[100] Ob. cit., cap “XCIII”. El destacado es nuestro.
[101] Cortés, H.: ob. cit., “Segunda carta”, párr. 118.
[102] Díaz del Catillo, B.: ob. cit., cap. CX.
[103] Ibídem, cap. CXV.
[104] “…y con los unos y con los otros meneaba y a cada uno en secreto le agradecía el aviso que me daba (se refiere a las acusaciones mutuas entre mexicas y tlaxcaltecas) y le daba crédito de más amistad que al otro” (Cortés, H.: ob. cit., segunda carta, párr. 34. La aclaración entre paréntesis es nuestra).
[105] Ibídem, cap. CXV.
[106] Toriz, Martha: ob. cit., págs. 13 y 108-109.
[107] “Historia de las Indias de la Nueva España y islas de Tierra Firme”. Tomo 2. Notas e ilustraciones de José F. Ramírez. Imprenta de Ignacio Escalante. México, 1880. Pág. 43.
[108] Sobre estos hechos dice Cortés: “mataron al hijo e hijas de Mutezuma y a todos los otros señores que traíamos presos” (ob. cit., segunda carta, párr. 131).
[109] Prescott: ob. cit., Libro II, cap. “VII”, párr. 1.
[110] Según la terminología ibérica de la época, rescatar “es feriar mercería por oro y plata” (López de Gómara, F.: ob. cit., pág. 19).
[111] En Todorov, ob. cit., pág. 112.
[112] Alva Ixtlilxochitl: ob. cit., tomo II, pág. 362.
[113] Ob. cit., cap. “LXXIX”.
[114] Ob. cit., cap. 15, “Recibiéronle con trompetas”, párr. 82.
[115] El autor de la cita, Alfredo Chavero (ob. cit., pág. 67), a diferencia de lo que aquí sugerimos, ubica el momento de esta trascendental decisión en un tiempo anterior a su primera llegada a México; cuando Cortés toma consciencia de las alianzas indígenas que ya ha tejido y de las que aún podía conseguir. La aclaración entre paréntesis en nuestra.
[116] “sin honra ni solemnidad alguna”, dice fray Diego Durán: ob. cit., pág. 50.
[117] (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2013 [1590]. Libro séptimo, cap. “XXVI”, párr. 7.
[118] Ob. cit., pág. 346.
[119] Ibíden, pág. 347.
[120] León-Portilla: “Visión de los…”, cap. XIV, apartado “El asedio a Tenochtitlan”, párr. 6.
[121] López de Gómara, F.: ob. cit., págs. 226-227.
[122] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., tomo II, pág. 405.
[123] Thomas, H.: ob. cit., cap. 30, “Fue conveniente hazerse el dicho castigo”, párr. 43.
[124] Alva Ixtlilxochitl: tomo II, págs. 347-348.
[125] G. Vázquez cree que “Cuitlahuac, presunto heredero de Motecuhzoma y máxima autoridad militar, vio en la llegada de los españoles una oportunidad dorada para enfrentarse a su todopoderoso hermano, máxime cuando contaba con el apoyo de guerreros y aristócratas” (ob. cit., cap. “…Y llegaron los dioses”, párr. 30).
[126] Restall: ob. cit., “Prólogo”, párr. 16.
[127] En Prescott: ob. cit., Libro V, cap. I, nota 229.
[128] Así lo confiesa el propio Motecuhzoma cuando, antes del regreso de Cortés a Tenochtitlan, le envía con un indio a decir que “de lo pasado él estaba sin culpa” (López de Gómara: ob. cit., pág. 196).
[129] Ob. cit., pág. 34. La aclaración entre paréntesis es nuestra. Aquí tenemos un claro ejemplo del testimonio de un testigo presencial que contradice la versión de Cortés (véase nota 108), y rompe con el supuesto monolitismo de la versión española de la conquista.
[130] Según H. Thomas: “A Cuauhtémoc le eligieron como portavoz de la implacable oposición a los españoles… (porque) había criticado a Moctezuma por su política de pacificación” (de connivencia, en nuestra interpretación) (ob. cit., cap. 31, “Mi principal motivo e intención para librar esta guerra”, párr. 7. La aclaración entre paréntesis es nuestra).
[131] Por ejemplo, el historiador mexicano José F. Ramírez en una nota a la obra de fray Diego Durán (Durán, D: ob. cit., tomo 2, pág. 43, nota 1).
[132] “Chimalpáhin y La conquista de México. La crónica de Francisco López de Gómara comentada por el historiador nahua” (formato PDF), edición de Susan Schroeder, David Tavárez Bermúdez y Cristián Roa-de-la-Carrera, prólogo de José Rubén Romero Galván, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2012 (Serie Historiadores y Cronistas de Indias 10),
<www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/568/chimalpahin_conquista.html>. Pág. 263.
[133] Ob. cit., párrs. 4, 72 y 137.
[134] Ob. cit., cap. 24, “Voz muy vagorosa e entonada, como que salía de bóveda”, párr. 13. La aclaración entre paréntesis es nuestra.
[135] Ob. cit., Tercera parte, cap. 6 “Los primeros salteadores”, párr. 66. La aclaración entre paréntesis es nuestra. También en la actualidad podemos encontrar ejemplos de organizaciones o pequeños grupos de personas implicadas en hechos delictivos que se conjuran para mantenerlos en un cono de sombras y lo hacen con éxito por el resto de sus vidas. Ejemplo de ello es la famosa omertá o “ley del silencio”, código de honor de la mafia siciliana. Otro caso lo constituye la negación a dar información a la justicia sobre los desaparecidos por miembros de la cúpula de la dictadura militar argentina (1976-1982), silencio que se mantuvo incluso después de haber sido juzgados y condenados.
[136] León-Portilla, M.: “Imagen del México…”, pág. 63.
[137] Texto reproducido en el libro de Ken Wilber: “Cuestiones cuánticas”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2014 [1984]. Cap. “Defensa de la mística”, apartado “Mística y realidad”, párr. 24.
[138] “Tratado contra el método”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2015 [1975]. Cap. “3”, párr. 1.
[139] Culler, Jonathan: “En defensa de…” En: Eco, U.: ob. cit., pág. 128.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

 FAVA, Jorge: 2023 [2020], “Motecuhzoma II y la revolución frustrada del año 1-Caña”. Disponible en línea: <http://larevolucionseminal.blogspot.com/2023/03/motecuhzoma-ii-revolucion-frustrada-3.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].