Por: Jorge
Fava
El presente artículo iba a titularse “¿Quién asesinó a la nobleza tenochca?”, pero creímos necesario, además de identificar al/los culpables del magnicidio, tratar de entender su profundidad y complejidad histórica. Para cumplir con dicho objetivo nos servimos (por supuesto que no solo, aunque sí fundamentalmente) de dos excelentes libros del historiador mexicano Miguel León-Portilla: “Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista”[1] e “Imagen del México antiguo”.[2] Durante la lectura de la primera de las obras mencionadas, nos llamó la atención la evocación que las crónicas indígenas hacían a un eventual exterminio de una parte de la nobleza mexica a manos de los propios aztecas durante el curso del asedio a la ciudad de Tenochtitlan por las tropas españolas comandadas por Hernán Cortés en 1521 (año 3-Casa). Creímos reconocer allí, juntando estos acontecimientos con otros de una lectura previa de la segunda obra de León-Portilla mencionada más arriba, un hilo conductor entre el proceso de cambio filosófico-religioso del que el investigador mexicano hablaba en su obra, anterior a la primera llegada de los europeos al Valle de México, y las ulteriores matanzas de miembros de la élite nahua. Proceso que a la postre se radicalizó y se precipitó con el arribo de los conquistadores en 1519 (año 1-Caña), y del que, obviamente, los cronistas españoles no habían dado cuenta en sus escritos, pero que con toda seguridad debió ser muy conocido para los historiadores aztecas contemporáneos. Sólo una recopilación de crónicas indígenas de la época podía ponerlo en evidencia y en ellas nos basamos, aunque sin perder de vista la advertencia de fray Bernardino de Sahagún, recogida por León-Portilla, donde éste reconoce que en los testimonios acopiados de sus informantes indios: “se pusieron cosas algunas que fueron mal puestas y otras se callaron que fueron mal calladas”.[3] Prevención que siempre debe tenerse presente cuando se trabaja con este tipo de documentación histórica. Con la caída de la ciudad en manos de los europeos el 13 de agosto de 1521, el registro histórico de aquellos sucesos y los posteriores relativos a la Conquista -al menos de manera oficial- quedó en manos de los escribas españoles, lo que agravó el problema de la autenticidad de la información difundida, y con esas fuentes parciales se ha venido trabajando hasta la fecha de la publicación de la mencionada obra de León-Portilla (excepción hecha de aquellos investigadores con acceso a los documentos originales inéditos). Y aunque se podría señalar críticamente que la información contenida en las fuentes etnohistóricas que utilizamos para sostener la hipótesis que aquí formulamos resulta un tanto exigua y fragmentaria (por decir lo poco); no obstante, creemos que el material disponible es mínimamente suficiente como para explorar su posibilidad de verdad histórica, porque, como el antropólogo norteamericano Clifford Geertz lo advirtió, “no es necesario saberlo todo para comprender algo”.[4]
Pero, ¿cuáles fueron los antecedentes
internos de este proceso de cambio abortado prematuramente, cuáles sus
propuestas filosóficas y quienes sus protagonistas principales? Para dar
respuesta a estos interrogantes habremos de recurrir a citas, tal vez un poco
extensas pero necesarias, de los dos libros antes mencionados de Miguel
León-Portilla.
El dios Huitzilopochtli y las sangrientas
prácticas de su culto militarista eran el centro del debate. “Los textos
indígenas –dice León-Portilla- que hablan de ese esplendor místico-guerrero de
los aztecas, dan testimonio de otras formas de pensamiento existentes en la
misma época y en cierto modo antagónicas de la actitud guerrera. Fueron algunos
príncipes y gobernantes de varias ciudades del mundo náhuatl quienes empezaron
a desarrollar estas nuevas maneras de pensamiento”.[5]
Estos principios reformistas se basaban en las formas y maneras religiosas
toltecas antiguas del culto al dios Quetzalcóatl, símbolo de la sabiduría, y en
las enseñanzas de su sacerdote homónimo, héroe cultural del mundo prehispánico,
donde una “elevada moralidad, el repudio de los sacrificios humanos y de la guerra”[6]
eran la antítesis del culto guerrero mexica; constituyéndose en una meta a alcanzar.
“De hecho existen no pocos textos en los que aparece precisamente formulado el
pensamiento de quienes se plantearon… (esas cuestiones) en el México antiguo y
adoptaron una nueva postura intelectual, que en cierto modo recuerda la actitud
filosófica de hombres de otros pueblos y culturas. Pueden recordarse, entre
otros, los nombres de varios sabios indígenas que desarrollaron esta forma de
pensamiento. Algunos de ellos no eran propiamente aztecas, sino que eran
oriundos de otras ciudades-estados, asimismo de filiación náhuatl, que
coexistían, más o menos independientes al lado del pueblo del Sol. Pueden
mencionarse los nombres de los sabios reyes Nezahualcóyotl y Nezahualpilli de
Texcoco, Tecayehuatzin de Huexotzinco, Ayocuan de Tecamachalco. Pero, aún dentro del mismo mundo azteca
hubo sacerdotes y sabios que, si se quiere con timidez, trataron de dar también
a su pensamiento un sesgo diferente de las doctrinas oficiales”.[7]
Todos ellos eran conscientes del abandono en que había caído la antigua
doctrina cuando fue suplantada por la “veneración sangrienta y guerrera del
numen tutelar de los aztecas, Huitzilopochtli”;[8]
y reflexionaron con preocupación acerca de la naturaleza de estas creencias y
sus efectos deletéreos sobre las naciones vecinas y el propio pueblo mexica.
Así, una “duda tremenda” martirizaba el alma de los reyes sabios y los obligaba
a meditar sobre el problema del valor del ser humano frente a la divinidad y
sobre su propia incomodidad con la religión oficial.[9]
Todo este largo proceso de introspección
autorreflexiva que se prolongó durante los siglos XV y XVI dio finalmente sus
frutos. León-Portilla nos dice al respecto: “Al lado de la doctrina
místico-guerrera de los aztecas, había hecho su aparición otra forma de actitud
espiritualista”, la que lentamente, según este investigador, iba ejerciendo su
influencia en el sacerdocio y en el pueblo mismo: “Al parecer algo de esto iba
teniendo lugar” confiesa.[10]
Pero, como sabemos, no fue suficiente. La élite gobernante de Tenochtitlan a la
llegada de los españoles pertenecía al culto místico-guerrero azteca y si bien,
a partir de lo afirmado por León-Portilla, es lícito pensar que los
reformadores muy probablemente estarían cercanos al poder, aún no lo
controlaban (aunque lo detentaran, como luego veremos) en todas las instancias
necesarias como para provocar un cambio de época y terminar con las recurrentes
luchas de facciones por el “poder y el control de los recursos materiales”.[11]
Habría allí muy probablemente nobles, sacerdotes y guerreros afines a estos
principios que, imbricados en la estructura de gobierno de la ciudad-estado,
esperarían su oportunidad para fogonear los cambios ideológicos que promovían.
Estratégicamente esas reformas habían sido pensadas para ser graduales, para ir
ganando lentamente el corazón y las mentes de dirigentes y dirigidos hasta
finalmente quedar definitivamente instauradas, tal como en la primera mitad del
siglo XV había hecho Tlacáelel, destacado consejero supremo de Motecuhzoma I,
para imponer el culto a Huitzilopochtli y los sacrificios humanos entre el
pueblo nahua;[12] pero un acontecimiento
extraordinario e inesperado hizo saltar el tablero por los aires. La llegada de
los españoles al Valle de México en el año 1519 trastocó el mundo mexica y lo
que en un comienzo fue un encuentro pacífico, aunque signado por las
suspicacias mutuas e impensadas alianzas,
prontamente viró hacia un abierto enfrentamiento militar por la
ocupación/defensa de la ciudad-estado azteca y la posesión de sus riquezas.
Ya desde un inicio Motecuhzoma II había intuido esa oportunidad, lo que da sentido a la renuencia de éste para actuar en contra de los españoles, lo que le hizo ganarse entre su gente (y algunos estudiosos) la injusta fama de pusilánime. Sospechamos que fue a través de los recurrentes intercambios de embajadores previos a la llegada de la fuerza expedicionaria a Tenochtitlan donde se exploró la posibilidad de una concurrencia de intereses, y que luego, en el encuentro entre Motecuhzoma y Cortés (dos consumados conspiradores) fue donde se negociaron las condiciones a las que se comprometía cada una de las partes. (Para quienes encuentren inverosímil un acuerdo entre Motecuhzoma y el jefe español, téngase presente que éste último ya había concretado uno con los tlaxcaltecas y que el soberano mexica debía estar informado de ello.) Esta circunstancia explicaría la firme determinación que exhibía Cortes de llegar a la ciudad tenochca, aún en circunstancias desde el punto de vista militar muy poco apropiadas para la seguridad de su ejército y de él mismo, y su condición de “intocable” durante la mayor parte de su estadía en Tenochtitlan. “Muchos rehusaban esta entrada –dice Fernando de Alva Ixtlilxochitl- porque les parecía temeridad, más que esfuerzo, ir quinientos hombres entre millones de enemigos, siendo todos los más contrarios a la opinión de Cortés”.[17] Todo este inocultable movimiento diplomático fue presentado por los cronistas españoles, producto muy probablemente de su ignorancia de los detalles al respecto, como resultado de los permanente intentos del monarca azteca para conseguir que los conquistadores desistieran de su propósito de llegar hasta la metrópoli.
Motecuhzoma II (Xocoyotzin). Códice Azcatitlan, (c.) finales del siglo XVI (imagen recuperada de www.noticonquista.unam.mx). |
Finalmente, la
prisión acordada de Motecuhzoma y sus complotados, marcó la puesta en marcha
del autogolpe palaciego con el que los reformadores, ahora revolucionarios por
obra de las circunstancias, buscaron –como se dijo- despojar a los ortodoxos de
sus cuotas de poder valiéndose para ello de la mano de obra europea y al propio
tiempo, y a espaldas de sus socios circunstanciales, iniciar un cambio de rumbo
político que coadyuvara a socavar el apoyo que las naciones nativas vecinas
brindaban a los extranjeros o el que podrían ofrecer en el futuro. Obtenido así
el control total del aparato político-administrativo del Estado el siguiente
paso era reformularlo creando un nuevo orden en el que, ciertamente, no tenían
cabida los españoles. Siglos después, más precisamente en 1929, esta elaborada
estrategia será denominada por un capitán inglés como la “estrategia de la
aproximación indirecta”, cuyo principio reza que “el camino más largo y
desviado, pero que envuelve, es el que conduce más rápidamente al objetivo”.[18]
Aprendida la lección en la llamada “Noche Triste”, la mayor derrota de los
ibéricos en tierra mexica, y siguiendo los sabios consejos militares que le
diera el tlaxcalteca Xicotencatl luego de la catastrófica huida,[19] será
aplicada por Cortés en la conquista de Tenochtitlan, cuando, antes del asalto
final a su principal objetivo, se asegura previamente el control de las
ciudades que la rodean.
Probablemente los cambios que se intentan poner
en marcha en esta particular ocasión los tenían pensado realizar desde una
época anterior a la llegada de los conquistadores, pero, como suele ocurrir
cuando se emprenden este tipo de tareas, “el tiempo de la dialéctica no
siempre coincide con la urgencia de nuestros sueños”,[20]
y en el mientras tanto la Historia les jugó una mala pasada -de la que se
creyeron equivocadamente con posibilidades de sacar provecho- creando unos
acontecimientos que no pudieron controlar.
El desafío al sector conservador comienza con un ataque a la religión oficial a través del cuestionamiento por parte de los castellanos (brazo armado de esta revolución) de los sacrificios humanos, el derribamiento de los ídolos tradicionales aztecas y la sustitución de éstos por símbolos cristianos, y la realización de algunos crueles hechos de justicia sumaria y exhibición del poder de fuego de sus armas a la vista de todos con el objeto de aterrorizar a la población y provocar realineamientos. Sobre la solicitud de suministros por los europeos para la consecución de estas tareas, Sahagún nos dice: “Mocthecuzoma ponía mucha diligencia en que trajesen todas las cosas necesarias”.[21] Paralelamente, los operadores del tlatoani trataban de sumar voluntades dentro de la élite gobernante buscando lograr la masa crítica necesaria para impulsar los cambios que se proponían. Mientras el plan parecía progresar amparado en la sorpresa y audacia del mismo, los españoles no descuidaban sus negocios y visitaban las ciudades vecinas recolectando todo el oro posible. Es interesante el episodio en el cual Cortés manda ahorcar a un mensajero que Motecuhzoma envía a Texcoco porque sospecha que es portador de una comunicación que encubre un “trato doble”.[22] Aunque se ignora el contenido del mensaje, al menos podemos colegir a través de este incidente que entre ambos protagonistas había un “trato” y que al mismo tiempo el soberano mexica parece no honrarlo adecuadamente llevando adelante un “doble juego”.
Así transcurren los primeros meses de este período revolucionario, el que se prolongará unos 224 días aproximadamente.[23] En él tendrán lugar otros eventos importantes que por el contexto excepcional en el que se producen, según aquí lo describimos, se cargan de nuevo sentido. Ejemplo de ello es la reunión realizada a pedido de Motecuhzoma con “todos los grandes y señores del imperio”,[24] supuestamente, según el historiador de la cita, con el propósito de iniciar las conversiones al cristianismo y que contó con la intimidante presencia de los españoles. ¿Fue éste en realidad el motivo de la junta, o se trató de una calibración de fuerzas del proceso en marcha? De ellos y de su correcta interpretación no diremos nada más en esta ocasión para no extender este artículo innecesariamente. El siguiente hito trascendente de esta historia lo encontramos en mayo de 1520, donde los acontecimientos se precipitan.
“En el año 3-Casa mataron a sus príncipes el Cihuacóatl Tzihuacpopocatzin y a Cicpatzin Tecuecuenotzin. Mataron también a los hijos de Motecuhzoma, Axayaca y Xoxopehuáloc.
“Esto más: se
pusieron a pleitear unos con otros y se mataron unos a otros. Ésta es la razón
por la que fueron muertos estos principales: movían, trataban de convencer al
pueblo para que se juntara maíz blanco, gallinas; huevos, para que dieran
tributo a aquéllos [a los
españoles]”.[25] Posiblemente se trate de los
últimos golpistas de noviembre de 1519 que intentan reconstruir la alianza
revolucionaria, pero ya bajo control absoluto español.
Y continúa la relación (aquí llegamos al
testimonio clave en la construcción de nuestra hipótesis): “Fueron sacerdotes,
capitanes, hermanos mayores los que hicieron estas muertes. Pero los
principales jefes se enojaron porque habían sido muertos aquellos principales.
“Dijeron los asesinos:
“-¿Es que nosotros hemos venido a hacer
matanzas? Últimamente, hace sesenta días que hubo muertos a nuestro lado… ¡Con
nosotros se puso en obra la fiesta del Tóxcatl!... [La matanza del Templo
Mayor]”.[26]
Pareciera que con estas palabras los verdugos intentan justificar su violencia pretextando una violencia previa sufrida en carne propia. No es tiempo para tibiezas, la propia existencia está en juego y no se habrán de quedar de brazos cruzados contemplando el Apocalipsis que el peligroso oportunismo de algunos líderes reformadores ha hecho posible. Pero hay algo más en estas frases: ¿a qué se refieren cuando hablan de “muertos a nuestro lado”? ¿Quiénes son los “nosotros” de la fiesta de Tóxcatl? Hay que tener en cuenta que la recriminación va dirigida de los homicidas a un grupo de principales aztecas que les recriminan a su vez la matanza de otros aztecas. Claramente se trata de un conflicto intraétnico que pone en evidencia la existencia de los dos grupos de los que ya hemos hecho mención, y que para nosotros son: los ortodoxos (defensores de la filosofía místico-guerrera) y los reformadores-revolucionarios (partidarios de la filosofía espiritualista); categorías que más allá del calado de la autoidentificación de los actores con ellas nos resultarán útiles para ubicar a las facciones en pugna. Conjeturamos, y desde allí iniciamos nuestro análisis, que dicha división ideológica tuvo existencia real y que jugó un papel dialéctico importante en toda esta historia, aunque más no fuera como relato para justificar la puesta en escena de otros intereses más terrenales, o en ocasiones como explicación ex post facto de los mismos. De ser esto así, debemos concluir que el nunca bien comprendido episodio de mayo de 1520 denominado “la matanza del Templo Mayor” posiblemente fue una acción destinada a desarticular una confabulación de los contrarrevolucionarios ortodoxos, eliminando a los que debieron ser sus representantes más conspicuos (o al menos a una parte de ellos, todos guerreros, capitanes y principales), o más simplemente disciplinarlos por su falta de apoyo (o abierto rechazo) a la revolución, y que los españoles decidieron llevarla a cabo por propia mano. Tres son los motivos que encontramos para que los ibéricos resolvieran actuar así: uno, porque probablemente a eso se habían comprometido en la negociación de noviembre del año anterior; dos, porque de prosperar el complot ponía en peligro su estrategia para la conquista de la ciudad o, provisoriamente, el desposeimiento de la misma (no decimos saqueo –aún- porque, tal vez, esta era la forma de pago acordada en su calidad de fuerza mercenaria. No es una situación impensable, ya que por el momento la ciudad se les presentaba inconquistable. Y además hace más comprensible la orden dada por Motecuhzoma de entregarles ingentes cantidades de oro, según cuentan algunos historiadores);[27] y tres, porque de esta forma ocultaban ante el pueblo la anuencia de los golpistas con la masacre. No olvidemos que para ese entonces Motecuhzoma II ya era “prisionero” de los extranjeros (una situación que suponemos simulada y de común acuerdo, y para consumo exclusivo de la élite, como era lógico esperar en una sociedad profundamente estratificada y jerárquica) y que de su condición nada sabía el pueblo, porque se trataba de una información que no debía transcender los muros del palacio para evitar, como luego ocurrió por obra de los ortodoxos, una reacción popular no deseada que pusiera en peligro la conspiración y a sus protagonistas, de manera que en tal contexto con una situación político-militar aún sumamente volátil debilitar a Motecuhzoma II implicaba debilitar a los españoles mismos, algo que no estaban dispuestos a tolerar.
Rememoremos el incidente a través de la crónica
del Códice Ramírez: “Estando los pobres muy descuidados, desarmados y sin
recelos de guerra, movidos los españoles
de no sé que antojo (o como algunos dicen) por codicia, tomaron los
soldados las puertas del patio donde bailaban los desdichados mexicanos, y
entrando otros en el mismo patio, comenzaron a alancear y ha herir cruelmente
aquella pobre gente, y lo primero que hicieron fue cortar las manos y las
cabezas de los tañedores (de los tambores)” [¿trataban éstos de enviar algún
mensaje o señal fuera del templo?], “y luego comenzaron a cortar sin ninguna
piedad en aquella pobre gente cabezas, piernas y brazos, y a desbarrigar sin
temor, unos hendidas las cabezas, otros cortados por medio, otros atravesados y
barrenados los costados; unos caían luego muertos, otros llevaban las tripas
arrastrando huyendo hasta caer; los que acudían a las puertas para salir de
allí los mataban los que guardaban las puertas”.[28]
Matanza del Templo Mayor. Códice Durán, 1587. |
El destacado en el texto arriba citado lo
hemos incluido nosotros con el objeto de llamar la atención sobre el
desconcierto (u ocultamiento) de los cronistas, sean ellos indígenas o
europeos, con respecto a lo que realmente aconteció en el Templo Mayor durante
la fiesta (más propiamente deberíamos llamarla ceremonia) de Tóxcatl, en honor
nada menos que del dios guerrero Huitzilopochtli. El cronista español Francisco
López de Gómara, en su “Historia de la conquista de México”, aporta una serie
de detalles de cuyas entretelas parece ignorarlo todo, lo que hace más potable
su testimonio ya que imposibilita las interpretaciones interesadas: “Los
cantares son santos, y no profanos –dice allí el ibérico-, en alabanza del dios
cuya es la fiesta”, lo que los ubica dentro del campo filosófico-religioso en
disputa y sus avatares políticos, y en los cuales los participantes
“manifiestan sus conceptos, buenos o malos, sucios o loables”. Y sobre la causa
de la violenta reacción de Pedro de Alvarado y los demás españoles, más
adelante agrega: “unos dicen que fue
avisado que aquellos
indios como principales de la ciudad, se habían juntado allí a concretar el
motín y rebelión que después hicieron”.[29]
Es decir, que la rebelión no fue a causa de la matanza, sino que estaba
planeada de antemano, lo que cambia el sentido de la misma, y que fue allí
donde los ortodoxos decidieron ponerla en acto, dramatizando su descontento
(tengamos presente que la escenificación de temas míticos, militares u otros
era una forma de celebración, comunicación y/o glorificación muy arraigada en
la cultura nahua y un recurso habitual para transmitir los mensajes del
régimen). La respuesta que Motecuhzoma II le da a Cortés, cuando éste le
solicita días después su intervención para apaciguar a los sublevados: “Yo
tengo creído que no aprovecharé cosa ninguna para que cese la guerra, porque ya
tienen alzado a otro señor”;[30] respalda la hipótesis de que se
trató de una acción planificada y no de una reacción espontánea producto de la
indignación –aunque no negamos que ésta haya jugado un papel también- por un
acto alevoso. El fracaso de Motecuhzoma para moderar la sublevación popular es
el punto de inflexión que marca la caída definitiva de la revolución. Los
sucesos posteriores así lo certifican. Este era, tal vez, el rol principal que el
soberano debía cumplir en la confabulación, ya que nadie más tenía el poder
para llevarlo a cabo, y al que podemos sintetizar en la formula: contener y avanzar. Con relación a lo
dicho por López de Gómara que Alvarado “fue avisado” de las veladas intenciones
de los celebrantes, el historiador novohispano Fernando de Alva Ixtlilxochitl
dice en su relación que fueron los indios tlaxcaltecas que allí se hallaban
presentes quienes llevaron el mensaje,[31]
pero nosotros suponemos que no existió tal presencia y que el aviso debió
llegar del interior del palacio, como señal de inicio de la represión.
Existen algunas descripciones más o menos
detalladas de la ceremonia que pueden resultar muy sugestivas si se las observa
bajo esta nueva luz, pero como no tenemos manera de cotejarlas con
celebraciones anteriores para señalar los posibles cambios (de haberlos habido)
no ahondaremos mucho al respecto. El párrafo en cuestión es el siguiente: “Pero
al que no más se mostraba desobediente, al que no seguía a la gente en su
debido orden, y veía como quiera las cosas, luego por ello lo golpeaban en la
cadera, lo golpeaban en la pierna, lo golpeaban en el hombro. Fuera del recinto
lo arrojaban, violentamente lo echaban, le daban tales empellones que caía de
bruces, iba a dar con la cara en tierra, le tiraban con fuerza de las orejas:
nadie en mano ajena chistaba palabra”.[32] ¿Por qué algunos
participantes habrían de comportarse así, supuestamente contrariando las reglas
de la fiesta más importante, del dios más importante, y a la que sospechamos
tradicionalmente pautada? ¿Cuál era el mensaje o la escenificación que
incomodaba a algunos? ¿Por qué nadie “chistaba palabra”, a qué le temían? Dicho lo anterior, sólo agregaremos
que consumada la matanza, y ante la reacción violenta del pueblo mexica, los
perpetradores buscaron refugio en la que parecía ser su retaguardia segura, la
casa real, y el amparo del tlatoani.
* * *
México-Tenochtitlan sitiada por tropas españolas e indígenas, año 3-Casa (1521). Lienzo de Tlaxcala, circa 1559. |
Pero el curso de los acontecimientos no se puede detener, los intentos de conciliación fallan. Es definitivamente tarde y no hay vuelta atrás. La guerra comienza y las matanzas de dirigentes mexicas continúan. Las crónicas cuentan: “Por dos días hay combate en Huitzilán. Fue cuando se mataron unos a otros los de Tenochtitlan…
“Apresuradamente vinieron a coger a cuatro:
por delante iban los que los mataron. Mataron a Cuauhnochtli, capitán de
Tlacatecco, a Cuapan, capitán de Huitznáhuac, al sacerdote de Amantlán y al
sacerdote de Tlacopan. De modo tal, por segunda vez, se hicieron daño a sí
mismos los de Tenochtitlan al matarse unos con otros”.[33]
La última parte de esta historia podría resumirse de la siguiente manera: frustrado el autogolpe palaciego de los reformadores con la huida de los españoles durante la “Noche Triste” y consumado el asesinato de Motecuhzoma II, es nombrado Cuitláhuac, un tlatoani de la línea conservadora, autor de la expulsión de los españoles de Tenochtitlan y quizá responsable del homicidio de su hermano Motecuhzoma II, quién fallecido de viruela dos meses y medio después de asumir es reemplazado por Cuauhtémoc, también un ortodoxo.
Finalmente, el nuevo tlatoani haciendo suya la estrategia de los revolucionarios envió mensajeros a las naciones vecinas coaligadas con los españoles anunciando la suspensión de los tributos, ofreciendo una paz perpetua e instándolos a “ayudar a los naturales que a los extranjeros, y defender su antigua religión que acoger la de los cristianos”.[34] Con esta acción desesperada procuró congraciarse con ellas en el último minuto de su existencia amenazada, lo intentó incluso con los mismísimos tlaxcaltecas, según lo cuenta el historiador Ixtlilxochitl,[35] pero ante lo inmodificable de la situación sólo le restó liderar la defensa militar de la ciudad hasta la derrota final.
Una última pregunta: ¿era Motecuhzoma II un revolucionario o un oportunista? El soberano mexica parece reunir, por sus acciones, las características de ambos, es decir, la de un político oportunista que intuyendo la extraordinaria posibilidad que la llegada de los españoles significaba en términos de desestabilización del statu quo, se monto estratégicamente sobre un viejo discurso que al parecer aún contaba con un importante consenso en la población azteca, tejió coaliciones provisorias (con los conquistadores y un sector de la nobleza), y saltándose etapas históricas trató de imponer una serie de cambios revolucionarios que aseguraran su proyecto absolutista y la preeminencia de su grupo por sobre el resto de la élite nahua terminando para siempre con las desgastantes luchas de facciones; y así mejorar, desde su perspectiva, la convivencia (y consecuentemente la supervivencia) de la Alianza con sus vecinos, sean éstos aliados o no. Digamos para concluir que Motecuhzoma como gobernante no fue ni un pusilánime ni tampoco un dictador asesino, fue un político de su tiempo y lugar ejerciendo el poder en circunstancias extremadamente complejas e inéditas. Asesinado en el proceso, sólo podemos especular al respecto.
Somos conscientes que este breve análisis
hermenéutico de las crónicas indígenas sobre la Conquista de México pueda
parecerle a algún lector insuficientemente argumentado. Y efectivamente es así,
porque no podría ser de otra manera. No existen los documentos necesarios para superar tal pronóstico negativo (al menos
hasta donde sabemos). ¿Y por qué se guardo tan estricto silencio sobre los
acontecimientos aquí relatados? Primero, suponemos que los detalles de esta
operación no eran por todos conocidos, y segundo, por las graves consecuencias
que les hubieran acarreado con las autoridades españolas su actuación como
fuerza mercenaria de un rey extranjero (y pagano), soslayando su condición de
vasallos del Rey católico Carlos V. Nadie en este reducido grupo quería poner
en entredicho, y seguramente perder, sus derechos sobre las tierras y los
privilegios que acababan de conquistar, ya de por sí airadamente cuestionados
desde el comienzo de la expedición por el gobernador de Cuba Diego Velázquez.
Así que el ocultamiento de estos sucesos fue, tal vez, una medida prudente que
les interesó a todos constituyéndose en el secreto mejor guardado de la
Conquista de México. Pero no obstante lo dicho, suponemos haber contribuido, guiados
por los testimonios indígenas de las relaciones reunidas por León-Portilla en
su ya famoso libro, a superar verosímilmente la “imposibilidad de formular una
respuesta acerca de lo que podría haber sido el desenlace de este antagonismo
religioso”,[36] que planteaba el
mencionado intelectual mexicano, y a la apertura de una línea de investigación hasta
ahora no explorada. Por otro lado, y como muy bien lo señalara el arqueólogo e
historiador británico John Coles: “Los trabajos sobre interpretaciones son a
menudo rechazados y calificados como especulaciones estériles, pero
evidentemente esto depende del nivel de interpretación que se pretenda”. Y de
la historia aquí abordada, fracción minúscula de una mayor de la que aún falta esclarecer
muchos puntos oscuros, nuestra pretensión manifiesta fue unir dos momentos
específicos del acontecer histórico de un mismo pueblo, el azteca, separados
por el tiempo, las guerras, las conquistas y las proscripciones y observar con
la mente abierta que resultaba de esa sinapsis. No conocemos, como dijimos, los
documentos que al respecto parecen existir guardados sin publicar aún en
bibliotecas públicas y/o privadas, mexicanas y/o extranjeras. Tal vez algunos
refuercen esta teoría y le den vida propia o quizá la desacrediten
definitivamente, exponiendo sin ambages la veracidad de los sucesos aquí
estudiados y que permanecen en un cono de sombras. Pero hasta que eso suceda
creemos lícito y hasta necesario reflexionar sobre lo que las crónicas antiguas
parecen susurrarnos, aún a media lengua, reclamando nuestro mayor esfuerzo de
atención, porque, como suele decirse, la Historia le habla a quien sabe
escucharla. ¿Habremos comprendido correctamente el mensaje?
Una (¿necesaria?) aclaración final. Nada de lo aquí dicho va en dirección de exculpar a nadie o en procura de nuevos chivos expiatorios. Sólo tratamos de mirar la Historia sin condicionamientos previos e ir a donde la investigación nos lleve, incluso cuando los resultados obtenidos puedan no ser de nuestro agrado. Estamos hablando de hechos consumados, inmodificables y lo mejor que podemos hacer es tratar de interpretarlos de la forma más exacta posible (conscientes de caminar en un campo minado por las mentiras, asumiendo los posibles errores cometidos en la tarea y estando siempre dispuestos a rectificarlos) para extraer de ellos la lección más útil para los tiempos presentes y futuros, especialmente para los pueblos indios actuales, acosados por la prolongación de una “conquista” que parece no encontrar fin.
CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:
FAVA, Jorge: 2020, “México-Tenochtitlan: ¿revolución en el año 1-Caña?”. Disponible en línea: <http://larevolucionseminal.blogspot. com.ar/2020/12/mexico-tenochtitlan-revolucion-cana.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].