jueves, 10 de diciembre de 2020

México-Tenochtitlan: ¿revolución en el año 1-Caña?*

 

Por: Jorge Fava

  

“Nadie instaura una dictadura para salvaguardar
una revolución, sino que la revolución se hace
para instaurar una dictadura”.
George Orwell, “1984”.

 


 1.- Introducción

El presente artículo iba a titularse “¿Quién asesinó a la nobleza tenochca?”, pero creímos necesario, además de identificar al/los culpables del magnicidio, tratar de entender su profundidad y complejidad histórica. Para cumplir con dicho objetivo nos servimos (por supuesto que no solo, aunque sí fundamentalmente) de dos excelentes libros del historiador mexicano Miguel León-Portilla: “Visión de los vencidos. Relaciones indígenas de la conquista[1] e “Imagen del México antiguo”.[2] Durante la lectura de la primera de las obras mencionadas, nos llamó la atención la evocación que las crónicas indígenas hacían a un eventual exterminio de una parte de la nobleza mexica a manos de los propios aztecas durante el curso del asedio a la ciudad de Tenochtitlan por las tropas españolas comandadas por Hernán Cortés en 1521 (año 3-Casa). Creímos reconocer allí, juntando estos acontecimientos con otros de una lectura previa de la segunda obra de León-Portilla mencionada más arriba, un hilo conductor entre el proceso de cambio filosófico-religioso del que el investigador mexicano hablaba en su obra, anterior a la primera llegada de los europeos al Valle de México, y las ulteriores matanzas de miembros de la élite nahua. Proceso que a la postre se radicalizó y se precipitó con el arribo de los conquistadores en 1519 (año 1-Caña), y del que, obviamente, los cronistas españoles no habían dado cuenta en sus escritos, pero que con toda seguridad debió ser muy conocido para los historiadores aztecas contemporáneos. Sólo una recopilación de crónicas indígenas de la época podía ponerlo en evidencia y en ellas nos basamos, aunque sin perder de vista la advertencia de fray Bernardino de Sahagún, recogida por León-Portilla, donde éste reconoce que en los testimonios acopiados de sus informantes indios: “se pusieron cosas algunas que fueron mal puestas y otras se callaron que fueron mal calladas”.[3] Prevención que siempre debe tenerse presente cuando se trabaja con este tipo de documentación histórica. Con la caída de la ciudad en manos de los europeos el 13 de agosto de 1521, el registro histórico de aquellos sucesos y los posteriores relativos a la Conquista -al menos de manera oficial- quedó en manos de los escribas españoles, lo que agravó el problema de la autenticidad de la información difundida, y con esas fuentes parciales se ha venido trabajando hasta la fecha de la publicación de la mencionada obra de León-Portilla (excepción hecha de aquellos investigadores con acceso a los documentos originales inéditos). Y aunque se podría señalar críticamente que la información contenida en las fuentes etnohistóricas que utilizamos para sostener la hipótesis que aquí formulamos resulta un tanto exigua y fragmentaria (por decir lo poco); no obstante, creemos que el material disponible es mínimamente suficiente como para explorar su posibilidad de verdad histórica, porque, como el antropólogo norteamericano Clifford Geertz lo advirtió, “no es necesario saberlo todo para comprender algo”.[4]

 2.- Antecedentes de una revolución filosófica

     Como bien saben los historiadores, la religión ha sido (y en muchos casos aún lo sigue siendo) el principal campo de disputa donde se dirimen las diferencias entre grupos de interés en pugna por el poder, con especial implicancia en los estados teocráticos. Y dichas luchas entre conservadores y reformadores, como es el caso que aquí examinamos, suelen abrir brechas en las élites gobernantes por donde en ocasiones se filtran los revolucionarios, muchas veces miembros de esas mismas élites. De triunfar estos últimos los cambios serán rápidos, violentos y profundos, pero este no fue el caso de Tenochtitlan. Los revolucionarios llegaron tarde a un proceso en franca aceleración histórica por fuerzas ajenas a su voluntad. Imparable en su devenir, el destino de la nación mexica estaba irremediablemente echado.

    Pero, ¿cuáles fueron los antecedentes internos de este proceso de cambio abortado prematuramente, cuáles sus propuestas filosóficas y quienes sus protagonistas principales? Para dar respuesta a estos interrogantes habremos de recurrir a citas, tal vez un poco extensas pero necesarias, de los dos libros antes mencionados de Miguel León-Portilla.

    El dios Huitzilopochtli y las sangrientas prácticas de su culto militarista eran el centro del debate. “Los textos indígenas –dice León-Portilla- que hablan de ese esplendor místico-guerrero de los aztecas, dan testimonio de otras formas de pensamiento existentes en la misma época y en cierto modo antagónicas de la actitud guerrera. Fueron algunos príncipes y gobernantes de varias ciudades del mundo náhuatl quienes empezaron a desarrollar estas nuevas maneras de pensamiento”.[5] Estos principios reformistas se basaban en las formas y maneras religiosas toltecas antiguas del culto al dios Quetzalcóatl, símbolo de la sabiduría, y en las enseñanzas de su sacerdote homónimo, héroe cultural del mundo prehispánico, donde una “elevada moralidad, el repudio de los sacrificios humanos y de la guerra”[6] eran la antítesis del culto guerrero mexica; constituyéndose en una meta a alcanzar. “De hecho existen no pocos textos en los que aparece precisamente formulado el pensamiento de quienes se plantearon… (esas cuestiones) en el México antiguo y adoptaron una nueva postura intelectual, que en cierto modo recuerda la actitud filosófica de hombres de otros pueblos y culturas. Pueden recordarse, entre otros, los nombres de varios sabios indígenas que desarrollaron esta forma de pensamiento. Algunos de ellos no eran propiamente aztecas, sino que eran oriundos de otras ciudades-estados, asimismo de filiación náhuatl, que coexistían, más o menos independientes al lado del pueblo del Sol. Pueden mencionarse los nombres de los sabios reyes Nezahualcóyotl y Nezahualpilli de Texcoco, Tecayehuatzin de Huexotzinco, Ayocuan de Tecamachalco. Pero, aún dentro del mismo mundo azteca hubo sacerdotes y sabios que, si se quiere con timidez, trataron de dar también a su pensamiento un sesgo diferente de las doctrinas oficiales”.[7] Todos ellos eran conscientes del abandono en que había caído la antigua doctrina cuando fue suplantada por la “veneración sangrienta y guerrera del numen tutelar de los aztecas, Huitzilopochtli”;[8] y reflexionaron con preocupación acerca de la naturaleza de estas creencias y sus efectos deletéreos sobre las naciones vecinas y el propio pueblo mexica. Así, una “duda tremenda” martirizaba el alma de los reyes sabios y los obligaba a meditar sobre el problema del valor del ser humano frente a la divinidad y sobre su propia incomodidad con la religión oficial.[9]

    Todo este largo proceso de introspección autorreflexiva que se prolongó durante los siglos XV y XVI dio finalmente sus frutos. León-Portilla nos dice al respecto: “Al lado de la doctrina místico-guerrera de los aztecas, había hecho su aparición otra forma de actitud espiritualista”, la que lentamente, según este investigador, iba ejerciendo su influencia en el sacerdocio y en el pueblo mismo: “Al parecer algo de esto iba teniendo lugar” confiesa.[10] Pero, como sabemos, no fue suficiente. La élite gobernante de Tenochtitlan a la llegada de los españoles pertenecía al culto místico-guerrero azteca y si bien, a partir de lo afirmado por León-Portilla, es lícito pensar que los reformadores muy probablemente estarían cercanos al poder, aún no lo controlaban (aunque lo detentaran, como luego veremos) en todas las instancias necesarias como para provocar un cambio de época y terminar con las recurrentes luchas de facciones por el “poder y el control de los recursos materiales”.[11] Habría allí muy probablemente nobles, sacerdotes y guerreros afines a estos principios que, imbricados en la estructura de gobierno de la ciudad-estado, esperarían su oportunidad para fogonear los cambios ideológicos que promovían. Estratégicamente esas reformas habían sido pensadas para ser graduales, para ir ganando lentamente el corazón y las mentes de dirigentes y dirigidos hasta finalmente quedar definitivamente instauradas, tal como en la primera mitad del siglo XV había hecho Tlacáelel, destacado consejero supremo de Motecuhzoma I, para imponer el culto a Huitzilopochtli y los sacrificios humanos entre el pueblo nahua;[12] pero un acontecimiento extraordinario e inesperado hizo saltar el tablero por los aires. La llegada de los españoles al Valle de México en el año 1519 trastocó el mundo mexica y lo que en un comienzo fue un encuentro pacífico, aunque signado por las suspicacias mutuas e impensadas alianzas,  prontamente viró hacia un abierto enfrentamiento militar por la ocupación/defensa de la ciudad-estado azteca y la posesión de sus riquezas.

 3.- Dos ideologías en pugna y una guerra en ciernes

     El tributo en vidas para los sacrificios al dios Huitzilopochtli (se creía que requería sangre y corazones humanos para alimentarse[13]) junto a la extorsión económica fueron las principales razones ideológica de la colaboración de los pueblos sometidos (tlaxcaltecas, tetzcocanos, totonacas, huexotzincas y otros) con los españoles en el sitio y posterior destrucción de Tenochtitlan. “El imperio se estaba sobre-expandiendo –dice la historiadora española Isabel Bueno Bravo- y su propia necesidad de conquistas materiales (tributos) y espirituales (cautivos) constantes creaban una dialéctica de difícil solución”.[14] Considerados responsables principales del mantenimiento de este culto sangriento, los nobles tenochcas alineados con el statu quo religioso fueron momentáneamente desplazados por los revolucionarios acusados de llevarlos por esta causa (Huitzilopochtli era el dios más poderoso, más temido y odiado por los enemigos de los aztecas[15]) a una inevitable y definitiva derrota frente a un invasor extranjero que, librado a sus propias fuerzas, no encarnaba una amenaza seria para el ejército mexica (en vista de lo que ocurrió con posterioridad, muchas veces se supone, erróneamente a nuestro entender, que los aztecas percibían a los castellanos como una fuerza militar superior). Tanto fue así, que los revolucionarios tenochcas apoyaron y se apoyaron en el poder militar que representaban los conquistadores a través de una asociación ocasional con los mismos, con la intención de instrumentalizarlos para centralizar y consolidar su propio poder, eclipsando así el vigoroso protagonismo interno del entramado militar (que incluía no solo al ejército sino también a la que algunos autores han llamado religión de Estado, ambos bastiones de sus enemigos internos alineados con la filosofía místico-guerrera), y desde allí intentar estabilizar a la sobrecalentada Triple Alianza.[16] Motecuhzoma II pretendió servirse de los españoles como fuerza de choque ante la imposibilidad de utilizar al ejército para sus propósitos, ya que esta temeraria estratagema conduciría muy probablemente a una fractura facciosa del mismo y a una desastrosa guerra civil de pronóstico incierto, que alentaría a las ciudades sometidas o rivales a aprovechar la coyuntura para emprender una guerra de liberación o de conquista.

    Ya desde un inicio Motecuhzoma II había intuido esa oportunidad, lo que da sentido a la renuencia de éste para actuar en contra de los españoles, lo que le hizo ganarse entre su gente (y algunos estudiosos) la injusta fama de pusilánime. Sospechamos que fue a través de los recurrentes intercambios de embajadores previos a la llegada de la fuerza expedicionaria a Tenochtitlan donde se exploró la posibilidad de una concurrencia de intereses, y que luego, en el encuentro entre Motecuhzoma y Cortés (dos consumados conspiradores) fue donde se negociaron las condiciones a las que se comprometía cada una de las partes. (Para quienes encuentren inverosímil un acuerdo entre Motecuhzoma y el jefe español, téngase presente que éste último ya había concretado uno con los tlaxcaltecas y que el soberano mexica debía estar informado de ello.) Esta circunstancia explicaría la firme determinación que exhibía Cortes de llegar a la ciudad tenochca, aún en circunstancias desde el punto de vista militar muy poco apropiadas para la seguridad de su ejército y de él mismo, y su condición de “intocable” durante la mayor parte de su estadía en Tenochtitlan. “Muchos rehusaban esta entrada –dice Fernando de Alva Ixtlilxochitl- porque les parecía temeridad, más que esfuerzo, ir quinientos hombres entre millones de enemigos, siendo todos los más contrarios a la opinión de Cortés”.[17] Todo este inocultable movimiento diplomático fue presentado por los cronistas españoles, producto muy probablemente de su ignorancia de los detalles al respecto, como resultado de los permanente intentos del monarca azteca para conseguir que los conquistadores desistieran de su propósito de llegar hasta la metrópoli.


Motecuhzoma II (Xocoyotzin). Códice Azcatitlan, (c.) finales del siglo
XVI (imagen recuperada de www.noticonquista.unam.mx).


   
Finalmente, la prisión acordada de Motecuhzoma y sus complotados, marcó la puesta en marcha del autogolpe palaciego con el que los reformadores, ahora revolucionarios por obra de las circunstancias, buscaron –como se dijo- despojar a los ortodoxos de sus cuotas de poder valiéndose para ello de la mano de obra europea y al propio tiempo, y a espaldas de sus socios circunstanciales, iniciar un cambio de rumbo político que coadyuvara a socavar el apoyo que las naciones nativas vecinas brindaban a los extranjeros o el que podrían ofrecer en el futuro. Obtenido así el control total del aparato político-administrativo del Estado el siguiente paso era reformularlo creando un nuevo orden en el que, ciertamente, no tenían cabida los españoles. Siglos después, más precisamente en 1929, esta elaborada estrategia será denominada por un capitán inglés como la “estrategia de la aproximación indirecta”, cuyo principio reza que “el camino más largo y desviado, pero que envuelve, es el que conduce más rápidamente al objetivo”.[18] Aprendida la lección en la llamada “Noche Triste”, la mayor derrota de los ibéricos en tierra mexica, y siguiendo los sabios consejos militares que le diera el tlaxcalteca Xicotencatl luego de la catastrófica huida,[19] será aplicada por Cortés en la conquista de Tenochtitlan, cuando, antes del asalto final a su principal objetivo, se asegura previamente el control de las ciudades que la rodean.

     Probablemente los cambios que se intentan poner en marcha en esta particular ocasión los tenían pensado realizar desde una época anterior a la llegada de los conquistadores, pero, como suele ocurrir cuando se emprenden este tipo de tareas, “el tiempo de la dialéctica no siempre coincide con la urgencia de nuestros sueños”,[20] y en el mientras tanto la Historia les jugó una mala pasada -de la que se creyeron equivocadamente con posibilidades de sacar provecho- creando unos acontecimientos que no pudieron controlar. 

    El desafío al sector conservador comienza con un ataque a la religión oficial a través del cuestionamiento por parte de los castellanos (brazo armado de esta revolución) de los sacrificios humanos, el derribamiento de los ídolos tradicionales aztecas y la sustitución de éstos por símbolos cristianos, y la realización de algunos crueles hechos de justicia sumaria y exhibición del poder de fuego de sus armas a la vista de todos con el objeto de aterrorizar a la población y provocar realineamientos. Sobre la solicitud de suministros por los europeos para la consecución de estas tareas, Sahagún nos dice: “Mocthecuzoma ponía mucha diligencia en que trajesen todas las cosas necesarias”.[21]  Paralelamente, los operadores del tlatoani trataban de sumar voluntades dentro de la élite gobernante buscando lograr la masa crítica necesaria para impulsar los cambios que se proponían. Mientras el plan parecía progresar amparado en la sorpresa y audacia del mismo, los españoles no descuidaban sus negocios y visitaban las ciudades vecinas recolectando todo el oro posible. Es interesante el episodio en el cual Cortés manda ahorcar a un mensajero que Motecuhzoma envía a Texcoco porque sospecha que es portador de una comunicación que encubre un “trato doble”.[22] Aunque se ignora el contenido del mensaje, al menos podemos colegir a través de este incidente que entre ambos protagonistas había un “trato” y que al mismo tiempo el soberano mexica parece no honrarlo adecuadamente llevando adelante un “doble juego”.

    Así transcurren los primeros meses de este período revolucionario, el que se prolongará unos 224 días aproximadamente.[23] En él tendrán lugar otros eventos importantes que por el contexto excepcional en el que se producen, según aquí lo describimos, se cargan de nuevo sentido. Ejemplo de ello es la reunión realizada a pedido de Motecuhzoma con “todos los grandes y señores del imperio”,[24] supuestamente, según el historiador de la cita, con el propósito de iniciar las conversiones al cristianismo y que contó con la intimidante presencia de los españoles. ¿Fue éste en realidad el motivo de la junta, o se trató de una calibración de fuerzas del proceso en marcha? De ellos y de su correcta interpretación no diremos nada más en esta ocasión para no extender este artículo innecesariamente. El siguiente hito trascendente de esta historia lo encontramos en mayo de 1520, donde los acontecimientos se precipitan.

 4.- Los complots de Tóxcatl (Mayo)

     Pero antes adelantémonos un poco en el tiempo y revisemos los asesinatos ocurridos en 1521 y veamos lo que de ellos podemos inferir. Ya prácticamente derrotada la revolución y expulsados de la ciudad los españoles, los últimos bolsones de resistencia son eliminados sistemáticamente. Las relaciones indígenas lo relatan de la siguiente manera: cuando de regreso el español “se fue a situar a Tetzcoco fue cuando comenzaron a matarse unos con otros los de Tenochtitlan.

    “En el año 3-Casa mataron a sus príncipes el Cihuacóatl Tzihuacpopocatzin y a Cicpatzin Tecuecuenotzin. Mataron también a los hijos de Motecuhzoma, Axayaca y Xoxopehuáloc.

    “Esto más: se pusieron a pleitear unos con otros y se mataron unos a otros. Ésta es la razón por la que fueron muertos estos principales: movían, trataban de convencer al pueblo para que se juntara maíz blanco, gallinas; huevos, para que dieran tributo a aquéllos [a los españoles]”.[25] Posiblemente se trate de los últimos golpistas de noviembre de 1519 que intentan reconstruir la alianza revolucionaria, pero ya bajo control absoluto español.

    Y continúa la relación (aquí llegamos al testimonio clave en la construcción de nuestra hipótesis): “Fueron sacerdotes, capitanes, hermanos mayores los que hicieron estas muertes. Pero los principales jefes se enojaron porque habían sido muertos aquellos principales.

    “Dijeron los asesinos:

    “-¿Es que nosotros hemos venido a hacer matanzas? Últimamente, hace sesenta días que hubo muertos a nuestro lado… ¡Con nosotros se puso en obra la fiesta del Tóxcatl!... [La matanza del Templo Mayor]”.[26]

    Pareciera que  con estas palabras los verdugos intentan justificar su violencia pretextando una violencia previa sufrida en carne propia. No es tiempo para tibiezas, la propia existencia está en juego y no se habrán de quedar de brazos cruzados contemplando el Apocalipsis que el peligroso oportunismo de algunos líderes reformadores ha hecho posible. Pero hay algo más en estas frases: ¿a qué se refieren cuando hablan de “muertos a nuestro lado”? ¿Quiénes son los “nosotros” de la fiesta de Tóxcatl? Hay que tener en cuenta que la recriminación va dirigida de los homicidas a un grupo de principales aztecas que les recriminan a su vez la matanza de otros aztecas. Claramente se trata de un conflicto intraétnico que pone en evidencia la existencia de los dos grupos de los que ya hemos hecho mención, y que para nosotros son: los ortodoxos (defensores de la filosofía místico-guerrera) y los reformadores-revolucionarios (partidarios de la filosofía espiritualista); categorías que más allá del calado de la autoidentificación de los actores con ellas nos resultarán útiles para ubicar a las facciones en pugna. Conjeturamos, y desde allí iniciamos nuestro análisis, que dicha división ideológica tuvo existencia real y que jugó un papel dialéctico importante en toda esta historia, aunque más no fuera como relato para justificar la puesta en escena de otros intereses más terrenales, o en ocasiones como explicación ex post facto de los mismos. De ser esto así, debemos concluir que el nunca bien comprendido episodio de mayo de 1520 denominado “la matanza del Templo Mayor” posiblemente fue una acción destinada a desarticular una confabulación de los contrarrevolucionarios ortodoxos, eliminando a los que debieron ser sus representantes más conspicuos (o al menos a una parte de ellos, todos guerreros, capitanes y principales), o más simplemente disciplinarlos por su falta de apoyo (o abierto rechazo) a la revolución, y que los españoles decidieron llevarla a cabo por propia mano. Tres son los motivos que encontramos para que los ibéricos resolvieran actuar así: uno, porque probablemente a eso se habían comprometido en la negociación de noviembre del año anterior; dos, porque  de prosperar el complot ponía en peligro su estrategia para la conquista de la ciudad o, provisoriamente, el desposeimiento de la misma (no decimos saqueo –aún- porque, tal vez, esta era la forma de pago acordada en su calidad de fuerza mercenaria. No es una situación impensable, ya que por el momento la ciudad se les presentaba inconquistable. Y además hace más comprensible la orden dada por Motecuhzoma de entregarles ingentes cantidades de oro, según cuentan algunos historiadores);[27] y tres, porque de esta forma ocultaban ante el pueblo la anuencia de los golpistas con la masacre. No olvidemos que para ese entonces Motecuhzoma II ya era “prisionero” de los extranjeros (una situación que suponemos simulada y de común acuerdo, y para consumo exclusivo de la élite, como era lógico esperar en una sociedad profundamente estratificada y jerárquica) y que de su condición nada sabía el pueblo, porque se trataba de una información que no debía transcender los muros del palacio para evitar, como luego ocurrió por obra de los ortodoxos, una reacción popular no deseada que pusiera en peligro la conspiración y a sus protagonistas, de manera que en tal contexto con una situación político-militar aún sumamente volátil debilitar a Motecuhzoma II implicaba debilitar a los españoles mismos, algo que no estaban dispuestos a tolerar.

    Rememoremos el incidente a través de la crónica del Códice Ramírez: “Estando los pobres muy descuidados, desarmados y sin recelos de guerra, movidos los españoles de no sé que antojo (o como algunos dicen) por codicia, tomaron los soldados las puertas del patio donde bailaban los desdichados mexicanos, y entrando otros en el mismo patio, comenzaron a alancear y ha herir cruelmente aquella pobre gente, y lo primero que hicieron fue cortar las manos y las cabezas de los tañedores (de los tambores)” [¿trataban éstos de enviar algún mensaje o señal fuera del templo?], “y luego comenzaron a cortar sin ninguna piedad en aquella pobre gente cabezas, piernas y brazos, y a desbarrigar sin temor, unos hendidas las cabezas, otros cortados por medio, otros atravesados y barrenados los costados; unos caían luego muertos, otros llevaban las tripas arrastrando huyendo hasta caer; los que acudían a las puertas para salir de allí los mataban los que guardaban las puertas”.[28]


Matanza del Templo Mayor. Códice Durán, 1587.


   
El destacado en el texto arriba citado lo hemos incluido nosotros con el objeto de llamar la atención sobre el desconcierto (u ocultamiento) de los cronistas, sean ellos indígenas o europeos, con respecto a lo que realmente aconteció en el Templo Mayor durante la fiesta (más propiamente deberíamos llamarla ceremonia) de Tóxcatl, en honor nada menos que del dios guerrero Huitzilopochtli. El cronista español Francisco López de Gómara, en su “Historia de la conquista de México”, aporta una serie de detalles de cuyas entretelas parece ignorarlo todo, lo que hace más potable su testimonio ya que imposibilita las interpretaciones interesadas:
“Los cantares son santos, y no profanos –dice allí el ibérico-, en alabanza del dios cuya es la fiesta”, lo que los ubica dentro del campo filosófico-religioso en disputa y sus avatares políticos, y en los cuales los participantes “manifiestan sus conceptos, buenos o malos, sucios o loables”. Y sobre la causa de la violenta reacción de Pedro de Alvarado y los demás españoles, más adelante agrega: “unos dicen que fue avisado que aquellos indios como principales de la ciudad, se habían juntado allí a concretar el motín y rebelión que después hicieron”.[29] Es decir, que la rebelión no fue a causa de la matanza, sino que estaba planeada de antemano, lo que cambia el sentido de la misma, y que fue allí donde los ortodoxos decidieron ponerla en acto, dramatizando su descontento (tengamos presente que la escenificación de temas míticos, militares u otros era una forma de celebración, comunicación y/o glorificación muy arraigada en la cultura nahua y un recurso habitual para transmitir los mensajes del régimen). La respuesta que Motecuhzoma II le da a Cortés, cuando éste le solicita días después su intervención para apaciguar a los sublevados: “Yo tengo creído que no aprovecharé cosa ninguna para que cese la guerra, porque ya tienen alzado a otro señor”;[30] respalda la hipótesis de que se trató de una acción planificada y no de una reacción espontánea producto de la indignación –aunque no negamos que ésta haya jugado un papel también- por un acto alevoso. El fracaso de Motecuhzoma para moderar la sublevación popular es el punto de inflexión que marca la caída definitiva de la revolución. Los sucesos posteriores así lo certifican. Este era, tal vez, el rol principal que el soberano debía cumplir en la confabulación, ya que nadie más tenía el poder para llevarlo a cabo, y al que podemos sintetizar en la formula: contener y avanzar. Con relación a lo dicho por López de Gómara que Alvarado “fue avisado” de las veladas intenciones de los celebrantes, el historiador novohispano Fernando de Alva Ixtlilxochitl dice en su relación que fueron los indios tlaxcaltecas que allí se hallaban presentes quienes llevaron el mensaje,[31] pero nosotros suponemos que no existió tal presencia y que el aviso debió llegar del interior del palacio, como señal de inicio de la represión.

    Existen algunas descripciones más o menos detalladas de la ceremonia que pueden resultar muy sugestivas si se las observa bajo esta nueva luz, pero como no tenemos manera de cotejarlas con celebraciones anteriores para señalar los posibles cambios (de haberlos habido) no ahondaremos mucho al respecto. El párrafo en cuestión es el siguiente: “Pero al que no más se mostraba desobediente, al que no seguía a la gente en su debido orden, y veía como quiera las cosas, luego por ello lo golpeaban en la cadera, lo golpeaban en la pierna, lo golpeaban en el hombro. Fuera del recinto lo arrojaban, violentamente lo echaban, le daban tales empellones que caía de bruces, iba a dar con la cara en tierra, le tiraban con fuerza de las orejas: nadie en mano ajena chistaba palabra”.[32] ¿Por qué algunos participantes habrían de comportarse así, supuestamente contrariando las reglas de la fiesta más importante, del dios más importante, y a la que sospechamos tradicionalmente pautada? ¿Cuál era el mensaje o la escenificación que incomodaba a algunos? ¿Por qué nadie “chistaba palabra”, a qué le temían? Dicho lo anterior, sólo agregaremos que consumada la matanza, y ante la reacción violenta del pueblo mexica, los perpetradores buscaron refugio en la que parecía ser su retaguardia segura, la casa real, y el amparo del tlatoani.

 5.- El regicidio y la derrota de la revolución

     Con respecto al regicidio del soberano azteca y las dos versiones más difundidas sobre el mismo: apedreado por su propio pueblo (conveniente a los españoles) o apuñalado/estrangulado por la gente de Cortés antes de la huída de la ciudad en la llamada “Noche Triste” (conveniente a la élite azteca); creemos, siguiendo la línea argumental de  la hipótesis que aquí exponemos, que el monarca fue asesinado (de la forma que haya sido) por los contrarrevolucionarios mexicas. La razón de esta acción se explica por el intento del sector ortodoxo de restablecer el orden previo al autogolpe dado por los elementos revolucionarios de línea espiritualista, quienes lo conciben y llevan a cabo –como lo señalamos- en un intento de última hora por inmovilizar a los partidarios de la ideología místico-guerra y centralizar en la figura de Motecuhzoma II la conducción absoluta de la ciudad-estado y la de la Alianza; enviando, a su vez, en un doble juego (supuestamente ignorado por los españoles), un mensaje contundente de inicio de “nuevos tiempos” (una nueva convivencia o “política de buena vecindad”) a los numéricamente poderosos (todavía en potencia, pero visiblemente encaminados en ese sentido) aliados indígenas de los cristianos en pos de que rompan su alianza militar con ellos y se sumen a la futura resistencia. Una prueba de la connivencia interesada entre Cortés y Motecuhzoma II, se acredita en el hecho que en la huída de Tenochtitlan, el español se lleva consigo a algunos nobles, dos hijas y un hijo del monarca y a Cacama, soberano de Texcoco, según los cronistas, en calidad de “rehenes”, aunque nosotros suponemos que en realidad iban como “protegidos” (seguramente útiles para algún propósito posterior), con el objeto de evitarles una muerte segura a manos de los mismos que asesinaron al soberano. Tanto es así, que los tres vástagos del monarca, Cacama y otros principales no logran salir de la ciudad, ya que son muertos en Tacuba por los guerreros mexicas, a quienes, en contra de las opiniones de los cronistas, no parece importarles mucho su rescate. Sobre Cacama diremos unas breves palabras. Acusado por su tío Motecuhzoma II de un supuesto complot en su contra para derrocarle (que huele más a tapadera con el objeto de ponerlo bajo su protección), es “detenido” y trasladado a Tenochtitlan, donde se lo mantiene bajo la custodia de los castellanos junto al soberano mexica (no parece un castigo muy apropiado para un traidor, a quienes tradicionalmente se les ejecutaba). Un dato significativo es que este nuevo miembro del grupo de los “prisioneros protegidos”, era hijo de Nezahualpilli y nieto de Nezahualcóyotl, ambos destacados líderes reformadores, según nos lo dice León-Portilla en el comienzo de este artículo. Mirados desde esta perspectiva, los españoles parecen por momentos la “Guardia Pretoriana” del monarca azteca, aunque, por supuesto, todos tienen su propio juego y todos intrigan. ¿Y en qué consistió el juego de los conquistadores durante este breve período revolucionario? Cortés era conciente que conquistar la ciudad por la fuerza de las armas era imposible en las condiciones del momento, de manera que debía buscar otra forma de lograr el acceso a la metrópoli-estado y sus riquezas que excluyera el uso de la fuerza y esa oportunidad poco probable le fue imprevistamente ofrecida por el soberano azteca. Así surgió una alianza impensada, madurada en los días previos a la llegada de los expedicionarios a Tenochtitlan y que habrá de durar lo que la vida del monarca.

 

* * *


México-Tenochtitlan sitiada por tropas españolas e indígenas, año 3-Casa (1521).
Lienzo de Tlaxcala, circa 1559.

    Pero el curso de los acontecimientos no se puede detener, los intentos de conciliación fallan. Es definitivamente tarde y no hay vuelta atrás. La guerra comienza y las matanzas de dirigentes mexicas continúan. Las crónicas cuentan: “Por dos días hay combate en Huitzilán. Fue cuando se mataron unos a otros los de Tenochtitlan…

    “Apresuradamente vinieron a coger a cuatro: por delante iban los que los mataron. Mataron a Cuauhnochtli, capitán de Tlacatecco, a Cuapan, capitán de Huitznáhuac, al sacerdote de Amantlán y al sacerdote de Tlacopan. De modo tal, por segunda vez, se hicieron daño a sí mismos los de Tenochtitlan al matarse unos con otros”.[33]

    La última parte de esta historia podría resumirse de la siguiente manera: frustrado el autogolpe palaciego de los reformadores con la huida de los españoles durante la “Noche Triste” y consumado el asesinato de Motecuhzoma II, es nombrado Cuitláhuac, un tlatoani de la línea conservadora, autor de la expulsión de los españoles de Tenochtitlan y quizá responsable del homicidio de su hermano Motecuhzoma II, quién fallecido de viruela dos meses y medio después de asumir es reemplazado por Cuauhtémoc, también un ortodoxo.

    Finalmente, el nuevo tlatoani haciendo suya la estrategia de los revolucionarios envió mensajeros a las naciones vecinas coaligadas con los españoles anunciando la suspensión de los tributos, ofreciendo una paz perpetua e instándolos a “ayudar a los naturales que a los extranjeros, y defender su antigua religión que acoger la de los cristianos”.[34] Con esta acción desesperada procuró congraciarse con ellas en el último minuto de su existencia amenazada, lo intentó incluso con los mismísimos tlaxcaltecas, según lo cuenta el historiador Ixtlilxochitl,[35] pero ante lo inmodificable de la situación sólo le restó liderar la defensa militar de la ciudad hasta la derrota final.

    Una última pregunta: ¿era Motecuhzoma II un revolucionario o un oportunista? El soberano mexica parece reunir, por sus acciones, las características de ambos, es decir, la de un político oportunista que intuyendo la extraordinaria posibilidad que la llegada de los españoles significaba en términos de desestabilización del statu quo, se monto estratégicamente sobre un viejo discurso que al parecer aún contaba con un importante consenso en la población azteca, tejió coaliciones provisorias (con los conquistadores y un sector de la nobleza), y saltándose etapas históricas trató de imponer una serie de cambios revolucionarios que aseguraran su proyecto absolutista y la preeminencia de su grupo por sobre el resto de la élite nahua terminando para siempre con las desgastantes luchas de facciones; y así mejorar, desde su perspectiva, la convivencia (y consecuentemente la supervivencia) de la Alianza con sus vecinos, sean éstos aliados o no. Digamos para concluir que Motecuhzoma como gobernante no fue ni un pusilánime ni tampoco un dictador asesino, fue un político de su tiempo y lugar ejerciendo el poder en circunstancias extremadamente complejas e inéditas. Asesinado en el proceso, sólo podemos especular al respecto.

 6.- Consideraciones finales

     Finalmente el día 1-Serpiente del año 3-Casa (13 de agosto de 1521), Tenochtitlan cayó en manos de los españoles y de las tribus asociadas a ellos, alegres estas últimas de haber derrotado a una filosofía militarista que los sojuzgó y los desangró por demasiados años. Lo que no podían sospechar estos pueblos indios es que pronto este triunfo se les trocaría en cruel derrota, y que otra filosofía, más intolerante y destructiva aún (algo difícil de creer para ellos), vendría por sus almas y sus cuerpos.

    Somos conscientes que este breve análisis hermenéutico de las crónicas indígenas sobre la Conquista de México pueda parecerle a algún lector insuficientemente argumentado. Y efectivamente es así, porque no podría ser de otra manera. No existen los documentos necesarios para  superar tal pronóstico negativo (al menos hasta donde sabemos). ¿Y por qué se guardo tan estricto silencio sobre los acontecimientos aquí relatados? Primero, suponemos que los detalles de esta operación no eran por todos conocidos, y segundo, por las graves consecuencias que les hubieran acarreado con las autoridades españolas su actuación como fuerza mercenaria de un rey extranjero (y pagano), soslayando su condición de vasallos del Rey católico Carlos V. Nadie en este reducido grupo quería poner en entredicho, y seguramente perder, sus derechos sobre las tierras y los privilegios que acababan de conquistar, ya de por sí airadamente cuestionados desde el comienzo de la expedición por el gobernador de Cuba Diego Velázquez. Así que el ocultamiento de estos sucesos fue, tal vez, una medida prudente que les interesó a todos constituyéndose en el secreto mejor guardado de la Conquista de México. Pero no obstante lo dicho, suponemos haber contribuido, guiados por los testimonios indígenas de las relaciones reunidas por León-Portilla en su ya famoso libro, a superar verosímilmente la “imposibilidad de formular una respuesta acerca de lo que podría haber sido el desenlace de este antagonismo religioso”,[36] que planteaba el mencionado intelectual mexicano, y a la apertura de una línea de investigación hasta ahora no explorada. Por otro lado, y como muy bien lo señalara el arqueólogo e historiador británico John Coles: “Los trabajos sobre interpretaciones son a menudo rechazados y calificados como especulaciones estériles, pero evidentemente esto depende del nivel de interpretación que se pretenda”. Y de la historia aquí abordada, fracción minúscula de una mayor de la que aún falta esclarecer muchos puntos oscuros, nuestra pretensión manifiesta fue unir dos momentos específicos del acontecer histórico de un mismo pueblo, el azteca, separados por el tiempo, las guerras, las conquistas y las proscripciones y observar con la mente abierta que resultaba de esa sinapsis. No conocemos, como dijimos, los documentos que al respecto parecen existir guardados sin publicar aún en bibliotecas públicas y/o privadas, mexicanas y/o extranjeras. Tal vez algunos refuercen esta teoría y le den vida propia o quizá la desacrediten definitivamente, exponiendo sin ambages la veracidad de los sucesos aquí estudiados y que permanecen en un cono de sombras. Pero hasta que eso suceda creemos lícito y hasta necesario reflexionar sobre lo que las crónicas antiguas parecen susurrarnos, aún a media lengua, reclamando nuestro mayor esfuerzo de atención, porque, como suele decirse, la Historia le habla a quien sabe escucharla. ¿Habremos comprendido correctamente el mensaje?

    Una (¿necesaria?) aclaración final. Nada de lo aquí dicho va en dirección de exculpar a nadie o en procura de nuevos chivos expiatorios. Sólo tratamos de mirar la Historia sin condicionamientos previos e ir a donde la investigación nos lleve, incluso cuando los resultados obtenidos puedan no ser de nuestro agrado. Estamos hablando de hechos consumados, inmodificables y lo mejor que podemos hacer es tratar de interpretarlos de la forma más exacta posible (conscientes de caminar en un campo minado por las mentiras, asumiendo los posibles errores cometidos en la tarea y estando siempre dispuestos a rectificarlos) para extraer de ellos la lección más útil para los tiempos presentes y futuros, especialmente para los pueblos indios actuales, acosados por la prolongación de una “conquista” que parece no encontrar fin.

 



* Este artículo fue escrito en noviembre de 2020 y se publica aquí por primera vez.
[1] (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2017 [1959].
[2] Eudeba. Buenos Aires, 1963.
[3] León-Portilla, M.: Visión de los… “Introducción general”, apartado “c) Testimonios de los informantes de Sahagún”.
[4] La interpretación de las culturas. Gedisa editorial. Barcelona, 2003. Pág. 32.
[5] Imagen del México antiguo. Pág. 58.
[6] Ibídem, pág. 58. No obstante que algunos autores advierten sobre lo inexacto del supuesto pacifismo tolteca, creemos necesario establecer una diferencia entre la escrupulosidad en la recuperación de los hechos históricos y la reelaboración paradigmática de los mismos. Y esta diferencia se debe tener en cuenta para evitar mezclar el discurso científico, preocupado por la “verdad”, con el de los protagonistas, interesado en la “eficacia política” del mismo. Y en toda investigación, bien conjugadas, ambas perspectivas son necesarias (Clastres, Pierre: Investigaciones en antropología política. Gedisa editorial. México, 1987. Pág. 176).
[7] Imagen del México antiguo. Págs. 58 y 59. El texto entre paréntesis y el destacado en negritas son nuestros.
[8] Ibídem, pág. 59.
[9] Ibídem, pág. 60.
[10] Ibídem, pág. 62.
[11] Bueno Bravo, Isabel: “La guerra en el imperio azteca. Expansión, ideología y arte”. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2018 [2007]. Cap. “México-Tenochtitlan: la nueva potencia”, apartado “La fuerza política del faccionalismo”.
[12] Ya en 1428, luego de la liberación de los aztecas de su condición de tributarios de Azcapotzalco, el tlatoani Itzcóatl hizo destruir libros antiguos y reescribir la historia de los mexicas con el objeto de justificar la legitimidad de su gobierno y la de su dios Huitzilopochtli. En: Castañeda de la Paz, M. “Itzcóatl y los instrumentos del poder”. Revistas UNAM, México, 2005. Disponible en http://revistas.unam.mx/index.php/ecn/article/viewFile/9295/8673.
[13] Enciclopedia Microsoft Encarta 2007: artículo citado “Huitzilopochtli”.
[14] “La guerra en el imperio azteca. Expansión, ideología y arte”. Ídem.
[15] Enciclopedia Microsoft Encarta 2007: ídem.
[16] La Triple Alianza estaba integrada por las ciudades de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, y liderada por la primera.
[17] Historia de la nación chichimeca. Tomo II. Obras históricas de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl. Publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento. México, 1892. Págs. 358-359.
[18] Capitán B. H. Lindell Hart, citado en David Tieffenberg “Cuatro revoluciones en América Latina”. Ediciones Teoría y Práctica. Buenos Aires, 1984. Pág. 108.
[19] Le dice Xicotencatl allí a Cortés: “…soy de parecer, que ante todas cosas sojuzguéis a los de Tepeyacac, que es una provincia grande y muy fortalecida, en donde tienen los mexicanos la fuerza de sus ejércitos para daros por las espaldas, y hacer mal a vuestros amigos; y así conviene allanar primero a éstos y a los demás que están en estos contornos, para que con más seguridad salgáis con vuestra empresa…”. Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 404.
[20] Varese, Stéfano: ¿Estrategia étnica o estrategia de clase? En: Indianidad y descolonización en América Latina. Documentos de la segunda reunión de Barbados. Editorial Nueva Imagen. México, 1979. Pág. 372.
[21] Sahagún, Bernardino de: El México antiguo. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1981. Pág. 344.
[22] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 383.
[23] El período de tiempo que va desde la prisión acordada de Motecuhzoma el (c.) 18 de noviembre de 1519 hasta la expulsión de los españoles en la noche del 30 de junio de 1520.
[24] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 387.
[25] “Relación de la Conquista”, redactada en náhuatl hacia 1528 por autores anónimos de Tlatelolco. En: León-Portilla, Miguel: Visión de los vencidos. Cap. XIV: “Una visión de conjunto”, apartado “El regreso de los españoles”.
[26] Ibídem.
[27] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 383. Véase también, Bernal Díaz del Castillo: “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Manuscrito Remón. Edición de Miguel León-Portilla. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Edición digital 2020 [1632]. Cap. “CIV”. Entre otros autores.
[28] Citado en Vázquez Chamorro, Germán: “La Visión de los Vencidos”. Cuadernos historia 16, N° 162. (Formato epub sin paginación). Disponible en www.epublibre.org. Cap. “La versión azteca de la Conquista”, apartado “Los hechos según los aztecas”. Edición digital 2020 [1985]. El destacado en negritas y el interrogante entre corchetes es nuestro.
[29] Biblioteca Ayacucho. Caracas, 2007. Pág. 197. El destacado en negritas es nuestro.
[30] Testimonio de Bernal Díaz del Castillo, testigo presencial, expuesto en su obra “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”. Ídem, cap. “CXXVI”.
[31] “Relación décima tercera”. Tomo I, Relaciones. Obras históricas de don Fernando de Alva Ixtlilxochitl. Publicadas y anotadas por Alfredo Chavero. Oficina Tip. de la Secretaría de Fomento. México, 1891. Pág. 340.
[32] Versión de los informantes indios de Bernardino de Sahagún reproducida por León-Portilla en el libro “Visión de los…”. Cap. IX “La matanza del Templo Mayor en la fiesta de Tóxcatl”, apartado “El principio de la fiesta”.
[33] Ibídem.
[34] López de Gómara, F.: ob. cit., págs. 226-227.
[35] Alva Ixtlilxolchitl, F. de: ob. cit., Tomo II, pág. 405.
[36] León-Portilla, M.: “Imagen del México…”, pág. 63.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

 FAVA, Jorge: 2020, “México-Tenochtitlan: ¿revolución en el año 1-Caña?”. Disponible en línea: <http://larevolucionseminal.blogspot. com.ar/2020/12/mexico-tenochtitlan-revolucion-cana.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].