sábado, 4 de agosto de 2018

Los wichí del Chaco salteño: aspectos de una realidad opresiva*



Por: Jorge Fava


“Ellos, los ricos dicen: “los indios no trabajan...”
¡Eso es mentira, nosotros somos los primeros
que hemos dentrado al trabajo!... las mujeres
desbajelaban, los hombres desmontaban, las
criaturas, todos han dentrado en ese trabajo.
Ellos dicen que nosotros somos flojos, dicen que
no hacemos trabajo... ¡nosotros somos los que
hemos hecho cepa del azúcar del ingenio San
Martín del Tabacal, nosotros somos nomás,
somos los principales...!”
Juan Tioy, chorote del Chaco salteño.
(Testimonio recogido por Jorge Ubertalli, 1986)



1.- Introducción

Las tribus de la familia lingüística mataco-mataguayo que habitan hoy en el oriente salteño, Chaco, Formosa (Argentina), ligeramente el Sur de Bolivia, y en mayor cantidad el Chaco paraguayo; reciben los siguientes nombres: noctenes, vejoces, guisnays, wichí (o matacos) y chorotes (o yofuahas). Más en territorio paraguayo se encuentran las tribus de los maccaes y los ashluslay o chulupies.[1]

    En los alrededores de la ciudad de Tartagal en la provincia de Salta, se hallan gran cantidad de “misiones”, reducciones aborígenes, en las que vive un importante número de ellos, en su mayoría wichí (según cifras del Ministerio de Salud y Acción Social de la Nación, y que se suponen inferiores a la realidad, estos aborígenes totalizarían en el país 21.895 en 123 comunidades, distribuidas en las  provincias de Salta, Chaco y Formosa), en condiciones precarias de vida y aún peores de salud.

Fuente: C.A.P. Año 1983. Dirección General de Promoción. M.B.S.

    Intentaremos aquí una breve aproximación a la realidad indígena de la norteña provincia de Salta, a través de la etnia wichí –algunas de cuyas comunidades tuvimos oportunidad de visitar en el invierno de 1983-, conociendo determinados aspectos de la morfología social y situación del grupo tribal (trabajo, educación y religión).

2.- Entre el monte y el obraje

    Esta etnia suma en la mencionada provincia un total de 9.143 personas (ver Cuadro N° 1), con un índice de masculinidad (varones por cada 100 mujeres) para 1983 de 106,0, valor que está por encima de la media correspondiente al país (97,0) y a la provincia (99,0) para 1980, y ligeramente inferior a la media de la población aborigen provincial (106,2). Los wichí, conjuntamente con los chiriguanos (107,0) y los qom (o tobas) (111,3), registran los mayores índices de masculinidad.[2]

Cuadro N° 1.

    Zona de bosque tupido, la climatología registra oscilaciones térmicas anuales suaves, pero los veranos especialmente son sofocantes. Bajo un sol que todo lo calcina, los registros térmicos llegan a marcas que desmembran la voluntad. Es en estos períodos que con mayor fuerza se replantean las necesidades imperiosas de una adecuada, o al menos mínima, atención a la salud. Las diarreas hacen estragos en la población infantil, condiciones agravadas por la mala calidad del agua (pozos), y en las comunidades alejadas en el monte impenetrable, la escasez de la misma; situación a la que debemos sumar el caso de la muerte por desnutrición de niños wichi. Buena parte de ellos logra superar este flagelo y continuar viviendo, pero los daños psíquicos provocados por la malnutrición serán crónicos. Entre los adultos son comunes la hepatitis, tuberculosis, mal de Chagas y otras enfermedades.

    La cuestión indígena en nuestro país trasciende la esfera estrictamente político-económica de un momento histórico determinado, para convertirse en un problema social permanente, donde una pronunciada discriminación abre abismos de injusticia y marginación.

Cuadro N° 2: están considerados aquí todos los grupos étnicos que habitan el Chaco
 salteño (wichí, chiriguanos, chané, chorotes, tapieté,[3] chulupí y qom).

    No es fácil la vida en el monte y mucho más difícil es encontrar la posibilidad de mejora. Un eterno camino hacia la nada los lleva recurrentemente a las mismas situaciones. Han pasado muchos años, y quizás pasen aún muchos más, sin que nada cambie. El wichí  seguirá pegado a una tierra que no puede explotar en toda su dimensión porque no cuenta con las imprescindibles herramientas para hacerlo, salvo muy escasas excepciones. La no tenencia de títulos de propiedad sobre las reducidas tierras que ocupan, crea en el grupo tribal un sentimiento de inseguridad y desconfianza, exponiéndolos a sorpresivos traslados y reubicaciones, generalmente a tierras de escaso valor productivo.

    Estos indios, que son considerados “vagos” por los pobladoras blancos (la misma denominación de mataco, que en español antiguo significa “hombre sin valor”, encierra un concepto peyorativo), deben obtener el sustento de la mejor manera que pueden y en estas tierras no abundan las posibilidades para ellos. De manera que el recurso de que se valen es el mismo en todos los casos: la caza, pesca, recolección, una agricultura de subsistencia[4] y el trabajo de todo hombre wichí: los obrajes en el monte. Poderosos grupos económicos que han adquirido grandes extensiones de tierra (la misma Honat -Tierra- que alguna vez perteneció a los indígenas) los contratan por magras pagas sin ningún beneficio social que los resguarde, haciendo de la explotación una práctica cotidiana.

    Hoy el sudor del esfuerzo indígena nutre los cañaverales azucareros del Ingenio y Refinerías San Martín del Tabacal S. A., Ingenio Ledesma-Blaquier y empresas afines del grupo económico Zorraquín.[5] (Esta situación, aún vigente en el tiempo en que este artículo fue escrito, se hallaba ya en avanzado proceso de cambio como producto de la tecnificación de los ingenios y el consecuente reemplazo parcial de la mano de obra indígena por la más especializada de los criollos.)[6]

Cuadro N° 3.

    Según el presente cuadro (N° 3) dentro de la población económicamente activa (1.868 personas) los desocupados representan el 13,9%, mientras que el 22,5% mantiene aún las pautas económicas tradicionales (caza y pesca). De estas dos categorías últimas (desocupados y economía tradicional) surge la mano de obra que cíclicamente es contratada por los grandes ingenios azucareros, la que también implica a las mujeres.

Mujer y viviendas wichí, Embarcación, Salta (foto Jorge Fava, 1983).

    La incompatibilidad entre el modelo económico étnico y las escasas tierras de las que disponen, los obliga a constituirse –al igual que en los grandes ingenios- en reserva de fuerza de trabajo temporaria para la cosecha de productos regionales en explotaciones agrarias privadas. Por su parte, la actividad extractiva de la pesca produce sobrantes comerciables sólo entre junio y noviembre, en tanto que la agricultura es básicamente de subsistencia. La producción de mercancías, como excedentes de la producción artesanal destinada al autoconsumo, incluye la confección de bolsas de red denominadas yica (de uso masculino) y sikiet (de uso femenino) elaboradas con hilos de cháguar (fibra vegetal), cintos, cintas y hermosos canastos de palma, como tarea específicamente femenina. Los hombres trabajan la madera de yuchán (Palo Borracho) logrando excepcionales tallas de barcos de estilo draconiano que, aseguran, sus antepasados vieron navegar el Río Pilcomayo. Las utilidades que por sobre el costo de producción de estas mercancías deberían percibir no son remuneradas por los intermediarios, lo que hace que dichos beneficios sean finalmente transferidos al mercado global de la sociedad dominante, profundizando la expoliación.

3.- Ni indios ni criollos

    La educación es otra cuestión sin resolver y muy pocos son los que tienen acceso a ella. Las escuelas  no disponen de materiales para proveer a los niños, de manera que la mayoría no concurre, o ha dejado de asistir, a las mismas por esta causa, entre otras que pasamos a analizar. La enseñanza necesariamente “indianista” (bilingüe y bicultural) que los centros educativos deberían impartir, constituye un tema esencial que debe ser investigado profundamente a fin de dar una respuesta concluyente. “Pareciera que educar es castellanizar –opina la antropóloga Isabel Hernández- y castellanizar es ‘integrar’ a los aborígenes a las sociedades nacionales modernas. Con esto, si bien por un lado se intenta acercar al aborigen a la identidad cultural dominante, por otro, se lo aísla y se lo descalifica, demostrándole la supuesta inferioridad de los valores de su cultura”.[7] (En Embarcación, departamento San Martín, una madre qom –allí conviven qom y wichí- nos contaba que los hijos ya no se interesan por aprender la lengua de los abuelos, “no es bueno, no sirve para nada”.)

    “Como resultado –continúa diciendo Hernández- se obtiene que el niño o el adolescente indígena, al sentirse por una parte llamado a identificarse culturalmente con la sociedad nacional y por otro rechazado y discriminado por ser indio, oscila entre autoafirmarse como aborigen o negar su identidad, y así se conflictúa introducido en un juego de dos identidades que lo atraen y lo rechazan alternativamente.

    “Un planteamiento dual como el descripto, trae varias consecuencias negativas para los educandos aborígenes, la primera es que los coloca en inferioridad de condiciones ante el proceso educativo, contribuyendo, junto a otros factores materiales, a producir mayor deserción, ausentismo, bajo rendimiento, etc.

    “Por otra parte, determina que en el educando aborigen se manifieste un fenómeno que se advierte nítidamente en el hombre discriminado, y que es el deterioro de su autovaloración. Posteriormente las experiencias vividas en la escuela junto al maestro y sus compañeros no-indígenas, pasaran a ocupar un lugar destacable en su desvalorización como individuo y en el fortalecimiento de un conflicto de lealtad, aparentemente insoluble, entre dos identidades etno-culturales antagónicas”.[8]

Cuadro N° 4.

    A la luz del cuadro precedente (N° 4), el porcentaje de los que nunca recibieron instrucción en el sistema educativo formal, discriminados por sexo, asciende al 34,8% en los varones y al 47,0% en las mujeres. Por otra parte, el porcentaje de asistencia escolar para 1984, también según el sexo equivale al 26,0% en los varones y al 24,5% en las mujeres. Como vemos las mujeres mantienen un porcentaje más alto, con respecto a los hombres, de inasistencia y deserción escolar debido a que comienzan a trabajar o se convierten en madres a muy temprana edad.

    Vestidos con los despojos de una civilización que les es extraña, viven una existencia de silencio e indiferencia. En las últimas horas de la tarde se ve destellar dentro de los ranchos un pequeño fuego, una india wichí vela por la escasa ración de comida de ella y su numerosa familia.

4.- ...Y los dioses abandonaron a los hombres


“Vinimos a La Merced en el año '20. Desde el
año '49 estamos escuchando religión de pentecostales;
ellos enseñaron religión, ellos dijeron
que nosotros no sabíamos de Dios, no sabíamos
del espíritu, no sabíamos de Jesucristo; que éramos
borrachos, malos, ladrones, dijeron ellos, y
ahora enseñaron religión...”
Juan Tioy, chorote del Chaco salteño.
(Testimonio recogido por Jorge Ubertalli, 1986).



Misión de wichí y qom, Embarcación, Salta (foto Jorge Fava, 1983).

    Una “misión”, que puede ser evangélica, anglicana, pentecostal o franciscana, es un conjunto de ranchos de quincha embarrada y techo de paja algunos, otros de madera y techo de chapa y ramas, rodeados de una maltrecha valla de madera que delimita el terreno de la vivienda –en otras se encuentra aún menos que esto-, en la que han sido confinados buena parte de los indígenas de la provincia bajo la tutela de los religiosos, con restringida o nula libertad religiosa. Adolfo Colombres escribe al respecto: “Las misiones, en relación al Estado, disponen actualmente de escaso poder de coactividad física, pero suplantan a ésta con la coacción moral. Son por lo común intolerantes frente a las costumbres indígenas. EI rigor del nuevo cielo todo lo halla inmoral y lo condena, exigiendo una ‘limpieza de cuerpo’ que solo sirvió para traumatizar, para incentivar los abortos e infanticidios, para minar todos los resortes de esas culturas”.[9] En junio de 1986 el Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA), con sede en Copenhague, daba a conocer denuncias específicas de los aborígenes del departamento San Martín, sobre la prohibición que los religiosos les imponían a la celebración de sus ceremonias tradicionales.[10] Algunos autores han sostenido, además, que este proceso de “misionalización” (principalmente en las administradas por los anglicanos) y sus intentos de organización y disciplinamiento de la fuerza de trabajo indígena para emprendimientos productivos propios, ha sido indirectamente funcional a las necesidades de reclutamiento estacional de mano de obra barata por parte de las empresas agroindustriales y comerciales de la región,[11] con las consecuencias que ya hemos mencionado.

    En otros tiempos los wichí recurrían esperanzados a una serie de dioses buenos y malos que se comunicaban con los hombres a través del chamán de la tribu, en un rito donde el brujo caía en un extraño frenesí, ocasionado por la injerencia de alucinógenos.[12] Al principal de estos dioses llamaban Nilataj, el creador de todo lo wichí (lo que participa de la vida plena),[13] el cual se hallaba identificado en la cosmovisión de este pueblo aborigen con las Pléyades. Existían también los Ajot, espíritus malos que rondaban los cementerios y se conectaban con los hechiceros.[14]

    ...Quizás con la llegada de los primeros hombres blancos a estas tierras los dioses huyeron y ya nada pudo ocupar su lugar, abandonando a los wichí en un mundo que no les pertenecería más.



* Publicado en el Boletín IWGIA, Volumen 8, Nos. 1/2, Copenhague, mayo 1988, págs. 10-19; y una segunda versión ampliada en la revista HUAICO Lazo Americano N° 39, Año 12, Tercera Época, San Salvador de Jujuy, mayo de 1991, págs. 18-25. Artículo modificado para la presente publicación. Las opiniones aquí vertidas responden a la situación que se vivía en aquel momento en las comunidades indígenas del oriente salteño.
[1] Ibarra Grasso, Dick Edgar: Argentina Indígena y Prehistoria Americana. Editorial TEA. Buenos Aires, 1971. Pág. 308.
[2] Fuente C.A.P., 1983.
[3] Tapieté: grupo mataco “guaranizado” en su lengua, según Dick Ibarra Grasso: Pueblos Indígenas de Bolivia. Librería Editorial “Juventud”. La Paz, 1985. Pág. 389.
[4] Las diversas actividades económicas tradicionales de los wichí incluyen la caza del ñandú, corzuela o guazuncho, pecarí, oso hormiguero, tapir o anta y diferentes pájaros; la pesca del sábalo, dorado, boga, surubí, pacú, palometa y bagre; recolección de chañar, porotos del monte, mistol, tusca, doca, bromelias, miel silvestre y vainas de algarrobo y el cultivo del maíz, zapallo o calabazas, porotos, sandías y tabaco.
[5] Ubertalli, Jorge: Guaycurú, Tierra Rebelde. Editorial Antarca. Buenos Aires, 1987. Pág. 27.
[6] Trinchero, Héctor: Privatización del Suelo y Reproducción de la Vida. Los grupos aborígenes del Chaco salteño. En: La Problemática Indígena. Estudios antropológicos sobre pueblos indígenas de la Argentina. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires, 1992. Pág. 123.
[7] Hernández, Isabel: Los indios y la Antropología en la Argentina. En: Los Indios y la Antropología en América Latina. Coordinación Carmen Junqueira y Edgar de A. Carvalho. Ediciones Búsqueda-Yuchán. Buenos Aires, 1984. Pág. 35.
[8] Ibídem, págs. 35 y 36.
[9] Colombres, Adolfo: La Colonización Cultural de la America Indígena. Ediciones del Sol. Quito, 1976. Pág. 177.
[10] Boletín IWGIA. Volumen 6, nros. 1/2. Copenhague, junio 1985. Págs. 17-19.
[11] Trinchero, Héctor: ob. cit., pág. 125.
[12] Ibarra Grasso, Dick E.: ob. cit., págs. 311 y 312.
[13] Magrassi, Guillermo: Los Aborígenes de la Argentina. Ensayo Socio-histórico-cultural. Ediciones Búsqueda-Yuchán. Buenos Aires, 1987. Pág. 91.
[14] Ibarra Grasso, Dick E.: ob. cit., págs. 311-12.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

FAVA, Jorge: 2018 [1988], “Los wichí del Chaco salteño: aspectos de una realidad opresiva”. Disponible en línea:<http://
larevolucionseminal.blogspot.com.ar/2018/08/wichi-saltenos-realidad-opresiva.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].