martes, 19 de abril de 2016

La Iglesia católica en el conflicto chiapaneco*


Por: Jorge Fava


“Creo que el momento en que una persona
toma  conciencia de una determinada realidad
es importante. Uno no escoge, se lo encuentra”.
Rigoberta Menchú. Guatemala, 1993.



1.- Introducción

Algunos investigadores estiman que el conflicto de Chiapas no puede ser comprendido integralmente si no se suma al análisis la dimensión religiosa del mismo, esto es, los conflictos entre sistemas religiosos distintos (entre las creencias autóctonas y el cristianismo), intraeclesiales (entre corrientes católicas) e intereclesiales (entre católicos y evangélicos) que lo formatearon.[1] No obstante lo correcto del enfoque, aquí nos limitaremos a examinar el proceso de toma de conciencia de la Iglesia católica local de la compleja y dura realidad en la que le tocaba actuar debido a la histórica discriminación, explotación y racismo allí imperantes contra las comunidades indígenas, y el posterior cambio en su acción pastoral en pos de la defensa de los mismos, hasta finalmente constituirse en un actor fundamental en el conflicto armado chiapaneco como mediadora en las negociaciones de paz. Nos acercaremos así a las vicisitudes que la diócesis de San Cristóbal de las Casas, con el obispo Samuel Ruiz a la cabeza -y otros que antes y después de él se involucraron en el mencionado proceso de transformación-, debió enfrentar y de la nueva pastoral que llevó adelante.

En la década de 1960, un sector de la Iglesia católica, con el objeto de dar una respuesta menos doctrinaria a una situación de pobreza y desigualdad que afectaba a grandes sectores de la población mundial y que movía a una profunda incorfomidad, elabora una serie de documentos social y políticamente comprometidos con dicha realidad y promueve significativas reformas en sus instituciones. El resultado son los acuerdos del Concilio Vaticano II (1962-65) y los documentos Gaudium et Spes y Lumen Gentium, y en 1967 la encíclica Populorum Progressio. Estos cambios se profundizarán en América latina con la realización en 1968 de la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Medellín, Colombia, que abogaba por una pastoral progresista y el diálogo con las culturas, así como la opción preferencial por los pobres y la teología de la liberación.[2]

En este proceso de concientización institucional, aunque sectorial, donde la tradicional tarea evangelizadora y asistencialista de la Iglesia católica es transformada en una praxis liberadora, la diócesis de San Cristóbal de las Casas no quedará al margen, aunque, como veremos, los cambios se producirán de manera paulatina.

2.- El pez que dormía con los ojos abiertos

El 25 de enero de 1960, Samuel Ruiz es designado por el papa Juan XXIII obispo de la diócesis de Chiapas, la que en 1964 será dividida en tres episcopados distintos: Tuxtla Gutiérrez (capital del Estado), Tapachula y San Cristóbal de las Casas. Don Samuel quedará al frente de éste último.

En el período que va de 1952 a 1968 (incluyendo ocho años correspondientes al predecesor obispo Lucio Torreblanca), la acción pastoral de la diócesis está alineada con la Iglesia social de la encíclica Rerum Novarum (1891) y se acerca a los indígenas en tanto “pobres entre los pobres”, pero sin captar aún la especificidad de sus necesidades y reclamos. “Veía iglesias llenas, escuchaba oraciones en cinco diferentes lenguas indígenas que se hablan en Chiapas aparte del español, veía el fervor de aquella gente que expresaba una fe arraigada… Para mí era suficiente que los indios de mi diócesis cantaran en la Iglesia la gloria de Dios”. Así relataba el obispo Samuel Ruiz la tarea desarrollada por la Iglesia católica entre las comunidades indígenas chiapanecas en aquel tiempo inicial y a la que gustaba rememorar con una metáfora: “Durante años estuve como un pez que duerme con los ojos abiertos, es decir que ve pero no comprende. No captaba la profundidad de la realidad”.[3] Este estado de ajenidad en el que se hallaba inconscientemente inmerso hizo que desde la diócesis se cometieran grandes desaciertos. “Nuestras primeras actividades en los años anteriores del Concilio Vaticano II –continúa diciendo el obispo- fueron destructivas desde el punto de vista cultural. Nuestra doctrina era la única medida para juzgar las costumbres de estas poblaciones, limitando nuestra opinión a una especie de etnocentrismo, de moralismo, que eran comportamientos generalizados en aquella época”.[4]

Pero para correr el velo que le impedía ver, el obispo primero debió escuchar. No fue la observación directa de la dura situación social que lo circundaba la que le curó la ceguera, fue la palabra. La “palabra quemante”, como la llamará años después. Fue cuando sus oídos se abrieron a las percepciones y a los reclamos de ese pueblo milenario y escuchó de sus propias bocas sus dolores y sus esperanzas. Y fue finalmente cuando, tal vez como un hallazgo inesperado, los reconoció como sujetos de su propia historia y en vez de guiarlos aceptó humildemente acompañarlos.

3.- Nadando contra la corriente

Luego que pudo ver comenzó a ayudar a ver (y a verse) a otros, lo que, inevitablemente lo llevó a nadar contra la corriente de la realidad social y política de su tiempo e hizo que se ganara enemigos poderosos. Se contaron entre ellos los terratenientes, ganaderos y finqueros, la alta burguesía “coleta”, los políticos y funcionarios venales -abundantes en los estamentos más empinados del poder estadual-, los caciques y el arzobispado (la Iglesia mexicana había quedado escindida luego de Medellín entre una jerarquía conservadora y unas bases más progresistas). “Así se ha tenido que soportar –expresaba el obispo en una carta pastoral- la calumnia y la mentira propagada por los medios de comunicación social, oficiales y para-oficiales, sufrir el encarcelamiento de agentes de pastoral, la muerte de catequistas, la intimidación y aún las denuncias intraeclesiales con manipulación y engaño de gentes sencillas”.[5]

La ardua y paciente tarea de sembrar conciencia entre las comunidades indígenas implicaba construir una nueva relación entre la Iglesia y los fieles mayas de su diócesis y para ello se vio obligado a cambiar su enfoque. “Les hizo redescubrir su dignidad de pueblo –reflexiona el periodista italiano Gianni Miná-, haciendo que vencieran sus ancestrales complejos de inferioridad, la pasividad, la resignación ante el dominio de los poderosos no indígenas. Los ayudó a fusionar su cultura, sus tradiciones, sus modos de vida con el nuevo credo para que llegaran a tomar conciencia y a pasar de simples objetos a sujetos con derecho de decidir su vida y su futuro”.[6] Acciones que cambiaron el panorama socio-religioso en este Estado del sureste mexicano, a tal punto que en la etapa preparatoria de la insurrección de 1994 el zapatismo encontrará un ambiente abierto y plural que le permitirá ser visto con simpatía.

En el comienzo de esta nueva etapa, los catequistas liberacionistas no se identificaron con la defensa de la diversidad étnica y cultural de la región. Inspirados en el discurso de la teología de la liberación, apunta el antropólogo mexicano Jorge Valtierra-Zamudio, “veían a la población de América Latina como un ‘todo’ pauperizado y explotado uniformemente que había que liberar y asistir”.[7] Es a partir del Congreso Indígena de octubre 1974, en cuya organización participó la diócesis de San Cristóbal de las Casas, donde los representantes indígenas tzeltales, choles, tzotziles y tojolabales, algunos de ellos catequistas católicos, exponen sobre sus problemas de tierra, comercio, educación y salud, entre otros, y denuncian los abusos y violencias de que son objeto, que la diócesis reorienta su praxis pastoral y política hacia las comunidades mayas de Chiapas, hace pública en 1979 su opción por los pobres y establece como meta la construcción de una Iglesia autóctona.

Para cumplir con tal objetivo, el obispo Samuel Ruiz, llamado ahora “Tatic” (nuestro padre) por los indios, considerará superada la etapa liberacionista y pondrá en práctica una catequesis integradora, es decir que “no es exclusiva del clero sino incluyente –continúa diciendo Valtierra-Zamudio-; su centro de atención no es el individuo sino la comunidad, y adapta el mensaje cristiano a las particularidades socioculturales y sociorreligiosas… Esta catequesis también se basa en lo que conformaría más adelante la teología de la encarnación o inculturación bajo el mensaje del documento Ad Gentes del Concilio Vaticano II”.[8] Esta pastoral tuvo gran éxito en la formación de catequistas indígenas que divulgaron el mensaje católico entre las distantes comunidades mayas de la región en un clima de mayor libertad religiosa y diálogo ecuménico con los grupos protestantes, cuya competencia comenzaba a hacerse sentir en el “mercado religioso”, como lo llama Michael Löwy.[9] La membresía evangélica había crecido de manera notable desde la década de 1950, especialmente entre los indígenas de Chiapas, lo que a partir de los años ‘70 ocasionó conflictos entre los fieles de ambas iglesias cristianas, con desplazados, pérdidas de bienes y ostracismo;[10] situación que la diócesis sancristobalense en esta nueva etapa se empeñó en desmontar.

El obispo Samuel Ruiz intermedió entre los zapatistas y el gobierno mexicano
en procura de alcanzar una paz justa y digna en el conflicto chiapaneco.

En la década del 1980, durante la crisis de los refugiados guatemaltecos que huían de la política de “tierra arrasada” implementada por la sangrienta dictadura militar de ese país, Don Samuel dio asilo en su diócesis a miles de indígenas mayas, entre quienes se encontraba la futura Premio Novel de la Paz Rigoberta Menchú. A principios de 1993, junto a organizaciones diocesanas acompañó el regreso a sus comunidades de origen a unos 2.500 guatemaltecos.

Pero los desafíos de conocer más profundamente las necesidades e intereses de las poblaciones indígenas con las que trabajaban, impusieron la búsqueda de nuevos caminos para llegar hasta ellas. Así, después de largas discusiones y reflexiones sobre la tarea realizada en el ciclo anterior, la diócesis de San Cristóbal decidió pasar a una nueva fase en la pastoral indígena, la cual conservaría algunas características de la etapa integradora anterior, pero ahora se pondría “más énfasis en alcanzar una Iglesia autóctona a partir de la identificación de otros problemas fundamentales, y no necesariamente teopolíticos, como la resolución de problemas en materia de salud, ecología, cultura y educación,”[11] y en el desarrollo de proyectos de autosustentabilidad y emancipación comunitaria, afirmándose para llevar adelante dicha tarea en la noción de inculturación. Este neologismo, utilizado por primera vez por la Iglesia católica durante el Sínodo sobre catequesis de 1979 pero que tiene su origen en la antropología cultural, implica la encarnación de la vida y del mensaje cristianos en un grupo étnico determinado, los cuales deben expresarse en las formas culturales propias de dicho grupo y convertirse en el principio conductor y preceptivo que amalgame y recree su cultura.[12] El profesor Luis Mujica Bermúdez, lo sintetiza de la siguiente manera: “en suma, la inculturación consiste en introducir algunos ‘contenidos’ en otra cultura”. Y más adelante agrega críticamente: “en esta visión in-cultural, la interrelación de las culturas no deja de tender a las relaciones asimétricas y compasivas”.[13] Cuestión que, avanzada la década del 2000, será reconocida y puesta en revisión por el equipo diocesano de elaboración pastoral, explorando en su reemplazo, aún incipientemente, el concepto de interculturalidad.[14]

Toda esta serie de transformaciones socio-religiosas en pos de la liberación y salvación de los indígenas, a las que debemos sumar la tarea desempeñada por el Centro de Derechos Humanos “Fray Bartolomé de las Casas” (Frayba), fundado por monseñor Ruiz en 1989 en respuesta a los crecientes casos de denuncias de detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones y asesinatos, desencadenará –como se dijo- una férrea oposición por parte de aquellos sectores de la sociedad chiapaneca que sentían que se estaban afectando sus privilegios históricamente consolidados, en vista de lo cual moverán sus influencias con el objeto de detenerlas. Pero, Don Samuel no se quedará quieto y en el marco de la visita papal a Yucatán en agosto de 1993, en la que Juan Pablo II le pidió públicamente perdón a los pueblos indígenas por las ofensas recibidas en los últimos 500 años, el obispo chiapaneco le entregó una carta pastoral titulada “En esta Hora de Gracia” donde denunciaba la penosa situación de los indios en Chiapas. Se decía allí, entre otras cosas, que el compromiso asumido por la diócesis de San Cristóbal era responder con “diligencia al clamor de los pobres, de los oprimidos, de los marginados y torturados y de todos aquellos que por motivos de raza y religión, o por su denuncia contra la injusticia, sufren persecución”. Se reconocía “solidaria de la historia de nuestros hermanos indígenas” y reproducía una serie de testimonios de la “palabra quemante” del pueblo chiapaneco oprimido y explotado.[15] La carta no solo cambió la mirada –al menos momentáneamente- que desde el Vaticano se tenía sobre la obra de Don Samuel, producto de una mala (o mal intencionada) comunicación sobre la misma, sino que sacudió a la opinión pública nacional e internacional y generó una amplia corriente de solidaridad en apoyo de la autenticidad evangélica del análisis.[16] No obstante, el 26 de octubre de ese año, Don Samuel será invitado por el arzobispo mexicano, el nuncio apostólico Gerónimo Prigione, presumiblemente a instancias del gobierno federal, a dar explicaciones y eventualmente presentar su renuncia voluntaria[17] por “haber cometido errores pastorales y doctrinales al haber excluido, se decía, de mi misión a los feligreses ricos o que explotaban a los indígenas… No era cierto, y por eso no renuncié a mi obra”.[18] El obispo había superado una prueba de fuego, pero no sería la única.

4.- Un pez en aguas turbulentas

La irrupción del zapatismo el 1° de enero de 1994, encuentra un ambiente religioso más plural y tolerante que el de décadas anteriores. En este contexto las distintas corrientes cristianas, conmocionadas por el acontecimiento político, debaten su posición frente al mismo. “Mientras los Testigos de Jehová y otras sectas se refugiaban en la neutralidad o incluso se oponían a los ‘violentos’ guerrilleros –comenta Marroquín-, otras iglesias evangélicas y pentecostales los miraban con simpatía. Los templos se convirtieron en espacios de discusión acerca de la participación o no en el movimiento”.[19] Los católicos estaban en el centro del debate, reflexionando a veces junto a evangélicos y ateos.

La sublevación armada indígena trajo como consecuencia inmediata, además del debate interreligioso, la violenta represión por parte del ejército mexicano a los milicianos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) durante los doce días que duraron los enfrentamientos (en los inicios de las hostilidades el obispo había denunciado la ejecución de guerrilleros apresados y emitido un comunicado llamando a una tregua) y la posterior militarización de la región de Las Cañadas, Los Altos y la Selva Lacandona, donde las sanguinarias “guardias blancas” y los “escuadrones de la muerte” agredían con total impunidad a las comunidades sospechadas de ser simpatizantes zapatistas y a los desplazados de guerra, produciendo innumerables víctimas inocentes.[20] Por su parte, en un clima de creciente animosidad política contra la Iglesia católica, el cardenal Ernesto Corripio Ahumada niega la participación de sacerdotes en la guerrilla y pide al gobierno que se abstenga de acusar sin tener pruebas.[21]

Establecido un alto el fuego, el EZLN y el comisionado gubernamental, Manuel Camacho Solís, aceptan iniciar negociaciones de paz para lo que eligen de común acuerdo al obispo Samuel Ruiz como mediador en las mismas. El obispo, que había reconocido públicamente la legitimidad de las demandas de los rebeldes pero cuestionado el recurso a las armas, ofrece, a su vez, la catedral de San Cristóbal como ámbito para las discusiones.

El 21 de febrero de 1994 se inicia el diálogo entre ambas delegaciones, el que se prolongará hasta el 3 de marzo. A partir de aquí, la Iglesia local en la persona de Don Samuel tratará que estas negociaciones arriben a una resolución con justicia y dignidad, convencida que “la paz siempre es posible, porque es el proyecto original de Dios”.[22] Paralelamente, las presiones contra los miembros de la Iglesia continúan. Para la misma fecha del inicio de las negociaciones con la guerrilla, en el poblado de Morelia, municipio de Altamirano, un grupo de terratenientes, ganaderos y autoridades municipales movilizan a un sector de la población con el objeto de demandar el desalojo de diez religiosas paulinas, responsables del Hospital San Carlos, a las que llaman "monjas terroristas". En marzo, una serie de marchas de coletos, comerciantes y ganaderos de San Cristóbal de las Casas exigen al gobierno la expulsión del obispo Samuel Ruiz (a quien acusan de ser el mentor del Ejército Zapatista) y mayor presencia del ejército mexicano.[23] Ya en diciembre de 1994, y ante fuertes rumores del reinicio de las hostilidades, Don Samuel comienza un ayuno que se prolongará hasta el 3 de enero de 1995. El gesto del obispo se replicará en Ciudad de México y otras ciudades del país. La paz no será un camino fácil.

Frustrados por el fracaso de su movida para malquistar al Obispo Ruiz con la Santa Sede y forzar su renuncia, los sectores de poder chiapanecos observan con preocupación la posición de fortaleza que Don Samuel ha adquirido como producto de su papel clave en el nuevo escenario político que las negaciones de paz plantean. Esta inesperada situación les exige un cambio urgente de estrategia. Ya no usarán más la discreta vía indirecta, ahora la lucha será cara a cara.

El 20 de febrero de 1995, con las negociaciones de paz nuevamente estancadas y en el marco de una ofensiva militar lanzada por el gobierno federal contra las posiciones zapatistas, fue atacada a pedradas la catedral de San Cristóbal por un grupo de manifestantes que el diario L’Osservatore Romano, vocero oficioso del Vaticano, identificó como “los latifundistas y ricos de la región” y a los que condenó duramente. La nueva estrategia de acción directa contra la diócesis había fracasado también y como efecto colateral no deseado había logrado que muchos delegados de la 34° Congregación General de la Compañía de Jesús reunidos en el Vaticano con la Curia Generalicia, firmaran una carta dirigida al presidente mexicano Ernesto Zedillo en la que objetaban fuertemente la incursión del ejército en territorio rebelde ordenada por su gobierno.[24] En esta escalada, el 23 de junio, la Gobernación expulsa a los sacerdotes extranjeros de la diócesis Rodolfo Izal Elorz, Jorge Alberto Barón Gultein y Loren Riebe Star. Dos meses después, en una relación pendular con la diócesis sancristobalense producto de las propias contradicciones internas de la Santa Sede, el papa Juan Pablo II nombra a Raúl Vera López como obispo coadjutor para, se dice, aliviar la carga de la mediación de Don Samuel Ruiz y “equilibrar” su trabajo. Estos argumentos serán recibidos con suspicacia y preocupación, sospechando que lo que se prepara es el desplazamiento del combativo obispo, sobremanera teniendo en cuenta los antecedentes del no tan lejano octubre de 1993. El 21 de septiembre, la Secretaría de Gobernación impulsará una nueva purga en la diócesis de San Cristóbal, expulsando a cinco religiosos más.[25]

Reencaminado el proceso negociador luego de muchas idas y vueltas, entre los días 13 y 16 de febrero de 1996 se llevó adelante en San Andrés de Larráinzar la segunda etapa de la Plenaria Resolutiva, en la cual ambas delegaciones firmaron las actas definitivas de los acuerdos alcanzados. “Así el EZLN cumplió su compromiso –detalla Héctor Díaz-Polanco, asesor del zapatismo durante la segunda fase de las negociaciones-, asumiendo y dejando a salvo las demandas centrales de los pueblos indios. Esto será clave para las luchas de los indígenas en los tiempos venideros. Por lo demás, pese a todo, las negociaciones arrojaron varios logros significativos: el gobierno admitió el carácter nacional, y no sólo regional o chiapaneco, del programa indígena; se vio obligado a cambiar su posición original de no discutir el tema de la autonomía, y finalmente aceptó la necesidad de reformas constitucionales (al menos de los artículos 4° y 115), con lo que quedó enterrada su estrategia reglamentaria. Todo ello puede anotarse como triunfos del EZLN y del movimiento autonomista”.[26]

Pero aún faltaba definir la etapa más importante de este largo proceso para que los acuerdos hasta aquí negociados no quedaran como simples pronunciamientos; es decir, el gobierno y los partidos de la oposición debían concretarlos legislativamente y sobre todo, ponerlos en práctica.

En un febrero de 1997 particularmente caliente y dentro de la prolongada campaña de intimidación contra la Iglesia diocesana por parte del gobierno del estado, el día 4 el grupo paramilitar priísta Paz y Justicia realizó un atentado contra la caravana en la que viajaban los obispos Raúl Vera y Samuel Ruiz con el resultado de dos heridos. El 8 fueron secuestrados por la policía judicial dos sacerdotes jesuitas, acusados de ser instigadores de las acciones llevadas adelante por las comunidades indígenas de Palenque y de un supuesto ataque a miembros de la policía. Serán liberados incondicionalmente cinco días después. El 16 del mismo mes, el nuncio apostólico Justo Mullor García recorrió las comunidades del norte de Chiapas controladas por el grupo Paz y Justicia, donde pudo observar parroquias cerradas, Cristos mutilados y atrios invadidos por la policía estatal y el ejército mexicano.[27] “Entre 1994 y 1997 solamente –dice Pablo Romo, ex coordinador de derechos humanos de la diócesis de San Cristóbal-, se registraron 251 casos de ataques a los agentes de pastoral. Es decir, en promedio uno cada seis días”.[28]

Ante la obviamente intencionada demora del gobierno federal en el tratamiento en el Congreso de la Unión de los Acuerdos de San Andrés y una “frenética campaña pública contra las aspiraciones autonómicas de los pueblos indios, conducida por un ejército de juristas, periodistas y ‘expertos’”,[29] el clima volvió a enrarecerse y ponerse violento para aquellos que presionaban por el tratamiento legislativo de los mismos. Así fue que, el 8 de junio de 1998, el Obispo Samuel Ruiz renunció como mediador de la crisis chiapaneca, denunciando un persistente hostigamiento oficial hacia él y su diócesis. Acto seguido, la Comisión Nacional de Intermediación (CONAI), instrumento creado con el objeto de apoyar el proceso de paz y que estaba presidida por Don Samuel, anunció su disolución.

El propio obispo coadjutor, Don Raúl Vera, quien junto a Don Samuel habían denunciado las atrocidades del ejército en la región y desenmascarado las mentiras de los funcionarios corruptos, por presión del gobierno mexicano y con la anuencia de un sector del Vaticano, será obligado a dejar la diócesis en 1999 no pudiendo ejercer su derecho de “sucesor” y será trasladado a la diócesis de Saltillo a unos dos mil kilómetros de distancia de Chiapas.[30]

Un último golpe a la tarea desarrollada por el obispo en la diócesis de San Cristóbal vendrá nuevamente del Vaticano y estará dirigido a su máxima obra: la construcción de la “Iglesia autóctona”. El 20 de junio de 2000, cinco meses después de la salida de Ruiz García de la diócesis, el Vaticano decretó la suspensión de los nombramientos de los diáconos indígenas permanentes. Antes de retirarse, Samuel Ruiz había ordenado a cerca de 400 parejas de diáconos casados, para que pudieran oficiar sacramentos, casar y bautizar. El estado civil de éstos preocupaba al Vaticano ya que interpretaba que su participación en labores eclesiásticas podía ocasionar “problemas” con la posición tradicional del la Iglesia sobre el celibato. Se obstaculizaba así el proceso de desarrollo de una auténtica Iglesia autóctona, pues los diáconos indígenas constituyen, junto a los catequistas, su fuerza fundamental en las comunidades, donde se ocupan de alimentar la fe con su palabra, ejemplo y acciones. Dichos agentes evangelizadores sumaban para esa fecha 800 diáconos y 8.000 catequistas distribuidos entre 50 parroquias y 1,5 millones de pobladores, la mayoría de ellos indígenas. No obstante las disposiciones del Vaticano en su contra, según Jorge Santiago Santiago, ex seminarista que colaboró con Don Samuel y sufrió cárcel por ello, esta es una Iglesia viva, que mantiene viva la esperanza y aguarda con fe el momento propicio para seguir creciendo.[31]

A la distancia, y ya como obispo emérito de la diócesis que durante cuarenta años había dirigido, monseñor Ruiz verá con tristeza la caída definitiva de los acuerdos entre el EZLN y el gobierno nacional que él había ayudado a construir. El 25 de abril de 2001, una alianza entre el gobernante Partido de Acción Nacional (PAN) y los opositores Partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Partido de la Revolución Democrática (PRD), rechazó en la Cámara de Senadores del Congreso mexicano la propuesta de reforma constitucional presentada por la Comisión de Concordia y Pacificación (COCOPA),[32] y aprobó una ley sobre Derechos y Cultura Indígena que minimizó los alcances de los derechos indios. Cuatro días después, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional emitió un comunicado donde señalaba que la nueva ley “no responde en absoluto a las demandas de los pueblos indios de México, del Congreso Nacional Indígena, del EZLN, ni de la sociedad civil nacional e internacional”, y que además “traiciona los Acuerdos de San Andrés y, en lo particular, la llamada iniciativa de Ley de la COCOPA, en los puntos sustanciales: autonomía y libre determinación, los pueblos indios como sujetos de derecho público, tierras y territorios, uso y disfrute de los recursos naturales, elección de autoridades y derecho de asociación regional, entre otros”.[33]

5.- In memoriam

Samuel Ruiz García, “Tatic”, Obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, entre los años 1960 y 2000, falleció el 24 de enero de 2011 en Ciudad de México. Cinco años después, el 15 de febrero de 2016, su obra y su persona serán reivindicadas por el papa Francisco durante un viaje a México. El Sumo Pontífice rezó ante la tumba de Don Samuel en la catedral de San Cristóbal y dejó, según interpretaron algunos analistas, una fuerte señal para la conservadora jerarquía eclesiástica mexicana, tal vez el peor enemigo del obispo.[34]



* Este artículo fue escrito en febrero de 2016 y se publica aquí por primera vez.
[1] Marroquín, Enrique: Lo Religioso en el Conflicto de Chiapas. Espiral, Estudios sobre Estado y Sociedad. Vol. 3. N° 7. Sept./Dic. de 1996. Pág. 143.
[2] Valtierra-Zamudio, Jorge: En Busca de la Iglesia Autóctona: la Nueva Pastoral Indígena en las Cañadas Tojolabales. Revista LiminaR. Estudios Sociales y Humanísticos. Año 10, vol. X, N° 2. San Cristóbal de las Casas, Chiapas, julio-diciembre de 2012. Pág. 74 y 75.
[3] Miná, Gianni: Un Continente Desaparecido. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1996. Pág. 33.
[4] Miná, Gianni: ob. cit., págs. 52 y 53.
[5] Ruiz García, Samuel: En Esta Hora de Gracia. Carta pastoral, San Cristóbal de las Casas, 6 de agosto de 1993. Ediciones Mujeres y Hombres de Buena Palabra. México, 2011. Pág. 10.
[6] Miná, Gianni: ob. cit., pág. 54.
[7] Valtierra-Zamudio, Jorge: ob. cit., pág. 77.
[8] Ibídem, págs. 79 y 80.
[9] Löwy, Michael: Guerra de Dioses. Religión y Política en América Latina. Siglo XXI Editores. México, 1999. Pág. 158.
[10] Marroquín, Enrique: ob. cit., pág. 148 y 149.
[11] Valtierra-Zamudio: ob. cit., pág. 82.
[12] Mujica Bermúdez, Luis: Aculturación, Inculturación e Interculturalidad. Los supuestos en las relaciones entre “unos” y “otros”. Fénix. N° 43-44. Revista del a Biblioteca Nacional del Perú. Lima, 2001-2002. Págs. 55-78.
[13] Mujica Bermúdez, Luis: ob. cit., págs. 55-78.
[14] Valtierra-Zamudio: ob. cit., págs. 82-86.
[15] Ruiz García, Samuel: ob. cit., págs. 1-4.
[16] Miná, Gianni: ob. cit., pág. 51.
[17]wy, Michael: ob. cit., pág. 165.
[18] Miná, Gianni: ob. cit., págs. 49 y 50.
[19] Marroquín, Enrique: ob. cit., pág. 154.
[20] De acuerdo a estimaciones de funcionarios de la Cruz Roja Internacional (CRI) que actuaban en la región, para mediados de febrero de 1994 la cifra de refugiados de la zona de guerra alcanzaba a un total de 36.000 personas (Ana María Ezcurra y Martín Giambroni: Cronología del Conflicto. En: Cayetano De Lella y Ana Ezcurra (comp.): Chiapas, entre la Tormenta y la Profecía. Lugar Editorial. Buenos Aires, 1994. Pág. 211).
[21] Ibídem, pág. 203.
[22] Miná, Gianni: ob. cit., pág. 47.
[23] Ezcurra, Ana y Giambroni, Martín: ob. cit., págs. 214, 220, 222 y 229.
[24] Diario Clarín. Buenos Aires, 22/02/1995.
[25] Cronología de Cuatro Años de Levantamiento del EZLN. Primero de enero de 1994 – 31 de diciembre de 1997. Pág. 4.
[26] Díaz-Polanco, Héctor: La Rebelión Zapatista y la Autonomía. Siglo XXI Editores. México, 1997. Pág. 223.
[27] Cronología de Cuatro Años de Levantamiento del EZLN. Primero de enero de 1994 – 31 de diciembre de 1997. Págs. 8 y 10.
[28] Romo, Pablo: El Obispo de Chiapas: la acción pastoral de Don Samuel Ruiz García. Serapaz. Disponible en línea:< www.serapaz.org.mx>. México, 19 de abril de 2012. [Fecha de consulta: 24 de febrero de 2016].
[29] Díaz-Polanco, Héctor: ob. cit., pág. 223.
[30] Romo, Pablo: Idem.
[31] Mariscal, Ángeles: La Iglesia Autóctona de Samuel Ruiz, un Proyecto Detenido por el Vaticano. CNN-México.com, 29 de enero de 2011.
[32] Creada en 1995 con el objeto de coadyuvar al diálogo y la negociación entre el Gobierno Federal y el EZLN, estaba integrada por diputados y senadores de todos los partidos representados en el Congreso de la Unión.
[33] IWGIA: El Mundo Indígena 2001-2002. Copenhague, 2002. Pág. 78.
[34] Diario Clarín. Buenos Aires, 16/02/2016.


CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

FAVA, Jorge: 2016, “La Iglesia católica en el conflicto chiapaneco”. Disponible en línea: <http://www.larevolucionseminal.blogspot.com.ar
/2016/04/iglesia-catolica-conflicto-chiapas.html>. [Fecha de la consulta: día/mes/año].